“En medio de ustedes hay uno al que no
conocen”
(Jn.1,6-8.19-28)
Estamos celebrando El Tercer Domingo de Adviento, pareciera que el
evangelio es el mismo que oímos de boca de Marcos la semana pasada, ciertamente
tiene frases parecidas y prácticamente el significado es el mismo, la
preparación a la venida de Jesús y la escucha vigilante de esa voz que nos está
invitando a la conversión. La liturgia en plenitud nos anuncian a un punto
grande y que el mundo de hoy a perdido y es la alegría, San Pablo nos invita y
nos dice: “estar siempre alegres en el Señor”.
Bien es cierto, que vivimos tiempos de crispación y hasta de desaliento. Hay
una lista interminable de razones para el desaliento y la tristeza: la
violencia que no cesa en muchos rincones de la tierra, la injusticia que cubre
la vida de millones de personas, la indiferencia ante la Buena Noticia del
Evangelio de nuestra sociedad satisfecha en sus propias redes, la insolidaridad
ante el pobre y desvalido… Tantas razones para el desaliento y la tristeza.
Pero hoy, se nos anuncia la alegría como lo hizo Isaías y Pablo en otro
tiempo, porque, como dijo San Juan Crisóstomo: “La verdadera alegría se
encuentra en el Señor. Las demás cosas, aparte de ser mudables, no nos
proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros
avatares, en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque teme a
Dios como se debe a la vez que teme confía en Él y adquiere la fuente del
placer y el manantial de toda alegría”
El profeta Isaías ha reflexionado profundamente sobre el verdadero
designio de Dios. Éste no se manifestará de la manera brillante que esperan los
hombres, sino que se dará a conocer a través de un "ungido",
preocupado sobre todo por los pobres de este mundo. Esta salvación se
manifestará por la justicia y por la alabanza al Dios vivo.
El apóstol Pablo escribe a la Comunidad de Tesalónica. Les
invita a que vivan en plenitud la vida en Dios, manifestado plenamente en
Jesucristo, la verdadera alegría. Y la seguridad en la cercanía del
Señor, que debe ceñir toda la vida cristiana, la concreta en tres aspectos: la
alegría confiada y pacífica, en toda circunstancia; la superación de toda
preocupación y angustia; la oración de súplica y acción de gracias al Dios de
la paz.
En el Evangelio de este domingo hay una frase que me llama la atención
este domingo, cuando Juan responde a la pregunta de los fariseos; “En medio de ustedes hay uno que a quien no
conocen” (Jn. 1,6-8)I, y me llama la atención porque ciertamente porque
muchos todavía no hemos descubierto el gozo de su presencia en nosotros por
ello no descubrimos la alegría.
Comienza el texto diciendo: “Surgió
un hombre” a Juan se le describe
como un hombre sin más calificación, no se dice su condición social ni
religiosa. Pero si se enfatiza su misión, que era dar testimonio de la luz, el
no era la luz, sino un testigo.
Todos los que deseamos ser discípulos de Jesús, estamos llamados a ser
testigos como Juan, hombres y mujeres que siguiendo la humildad de Juan no
confundió su misión tomando los meritos
que no le pertenecían, solo invito a esperar, y mostro la luz de la gracia de
su misión con perseverancia.
La aparición de Juan en el Jordán y su impacto en el pueblo, pone
nerviosos a los que ocupan la cúspide del poder, es interesante que cuando los
profetas hablan, y muestran su autoridad divina, pongan nervioso al poder y
resultan incómodos.
Por eso los judíos de Jerusalén envían una comisión de sacerdotes y
levitas a preguntarle ¿Quién eres tú?...
Juan contesta una negativa, no es ninguno de los que ellos piensan, no es lo
que sus tradiciones creen. No habla en ningún momento de especulaciones, simple
y sencillamente repite “Soy la voz que clama en el desierto”
San Agustín
dice que la ‘palabra’ se conoce por la ‘voz’. La voz es lo órgano por el que se
nos reconocer la palabra. La voz sin palabras es un sonido que hace daño al
oído. El Señor es
la palabra, y Juan es la voz que anuncia al Señor. Juan sabe muy bien quien es
Jesús y lo proclama en el desierto. Es un instrumento del cual se sirve Dios
para dar a conocer a Jesús. Juan ha concebido a Jesús en su corazón, y su boca habla de él.
Todos podemos
y hemos de ser la voz del Señor. Hemos de hablar de Jesús, especialmente en
estas fiestas de Navidad. Juan es la voz que clama en el desierto y da su fruto, aunque no fuera
como se lo esperaba, porque esa voz no fue escuchaba como se debía.
Muchas veces
a nosotros también nos da la impresión de que predicamos en el desierto. Los
padres que han educado a sus hijos cristianamente ahora ven que no van nunca
practican su fe o no quieren oír hablar de Dios, se sienten desengañados,
culpables y angustiados. ¿Hemos predicado en el desierto? No, no es
así. Todo trabajo, todo esfuerzo da fruto, aunque muchas veces el fruto no lo
veamos de inmediato, sino con el tiempo.
Uno de los
pecados de omisión es no hablar de Jesús. En este
tiempo de Adviento, tenemos que preparar nuestro corazón por recibir con
alegría al Señor el día de Navidad. San Agustín dice que Juan clama para que
Jesús entre en nuestro corazón, pero Él no entrará si no le allanamos el
camino.
Allanar el
camino es estar siempre alegres. San Pablo dice: Estad siempre alegres en el
Señor; os lo repito, estad alegres (Flp 4, 4). Cuando hablamos
de preparar con alegría las fiestas de Navidad y celebrarlas solemnemente con
el gozo del espíritu, queremos decir que nos referimos a la alegría que se
instala en el ápice más fino de nuestro espíritu, allí dónde este gozo entra en
comunión con el Espíritu de Dios y es movido por Él. No quiere decir cerrar los
ojos a la realidad, sino ponerse en manos de Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario