«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.»
(Lc.1,26-38)
Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada
concepción teniendo como centro el dogma definido por el papa Pío IX el 8 de
diciembre de 1854 al proclamar solemnemente que la Santísima Virgen, “fue
preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de
su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención
a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano”.
La
Concepción Inmaculada de María es obra de toda la Trinidad Santa. Ante el
extravío de los hombres, alejados de Dios por el pecado, en la plenitud de los
tiempos, el Hijo unigénito de Dios se ofrece al Padre para venir al mundo y
llevar a cabo la obra saludable de nuestra salvación. Dios Padre prepara una
madre para su Hijo, que se encarna por obra del Espíritu Santo para nuestra
salvación. Y elige una madre santa, pura y limpia, no manchada por el pecado
original e inmune de pecados personales.
La
Concepción Inmaculada de María deriva de su maternidad divina. Por ser Dios,
Jesús pudo dibujar el retrato físico y espiritual de su madre y, en
consecuencia, pudo hacerla santa, hermosa y “llena de gracia” (Lc 1,18). Este
privilegio singular es el primer fruto de su muerte redentora. Mientras los
demás hombres y mujeres somos limpiados del pecado original en el bautismo por
el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, María es preservada del
pecado aplicándosele anticipadamente los méritos de su sacrificio redentor. Por
ello, posee la plenitud de gracia y no hay en ella el menor atisbo de pecados
personales. Aquí se fundamentan los demás privilegios marianos, entre ellos su
Asunción en cuerpo y alma a los cielos.
El
sentido de la fe del pueblo cristiano, ya en los primeros siglos de la Iglesia,
percibe a la Santísima Virgen como “la Purísima”, “la sin pecado”, convicción
que se traslada a la liturgia y a las enseñanzas de los Padres y de los
teólogos. En el siglo XVI son muchas las instituciones, que hacen suyo el “voto
de la Inmaculada”. Universidades, gremios e instituciones públicas juran
solemnemente defender “hasta el derramamiento de su sangre” los privilegios
marianos, especialmente el de la Inmaculada Concepción. (Homilia de Mons. Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla)
María tiene un lugar muy
especial dentro de la Iglesia por ser la Madre de Jesús. Sólo a Ella Dios le
concedió el privilegio de haber sido preservada del pecado original, como un
regalo especial para la mujer que sería la Madre de Jesús y madre Nuestra.
Con esto, hay que entender que Dios nos regala también a cada uno de nosotros
las gracias necesarias y suficientes para cumplir con la misión que nos ha
encomendado y así seguir el camino al Cielo, fieles a su Iglesia Católica.
Podemos aprender que es muy importante para nosotros recibir el Bautismo, que
sí nacimos con la mancha del pecado original. Al bautizarnos, recibimos la
gracia santificante que borra de nuestra alma el pecado original. Además, nos
hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Al recibir este sacramento,
podemos recibir los demás.
Para conservar limpia de pecado nuestra alma podemos acudir al Sacramento
de la Confesión y de la Eucaristía, donde encontramos a Dios vivo.
Hay quienes dicen que María fue una mujer como cualquier otra y niegan su
Inmaculada Concepción. Dicen que esto no pudo haber sido posible, que todos
nacimos con pecado original. En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos
leer acerca de la Inmaculada Concepción de María en los números 490 al 493.
El alma de María
fue preservada de toda mancha del pecado original, desde el momento de su
concepción. María siempre estuvo llena de Dios para poder cumplir
con la misión que Dios tenía para Ella. Con el Sacramento del
Bautismo se nos borra el pecado original. Dios regala a cada uno de
nosotros las gracias necesarias y suficientes, para que podamos cumplir con la
misión que nos ha encomendado.
(Tomado de la Homilia de Mons. Juan José Asenjo Pelegrina Arzobispo de Sevilla y de los articulos de Catholic.net)
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