viernes, 17 de septiembre de 2010

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Ningún siervo puede servir a dos amos…”
Lc.16,1-13


Hay mucha gente en este mundo que su único motivo para vivir es el conseguir dinero. Cuando hablas con ellos una y otra vez y siempre el centro o el fin de cada conversación es el tema de la fortuna material. Son personas donde funciona a la perfección el "eres lo que tienes..."
Muchas personas son capaces de hacer cualquier cosa por dinero, porque encuentran en él una seguridad que nadie ni nada le puede ofrecer.
Hoy la Palabra nos habla de un administrador infiel, de un mal administrador. Jesús nos pone este ejemplo no para que sigamos sus pasos de injusta trayectoria. Lo que nos quiere hacer ver es la astucia que pone la gente del mundo en sus negocios e intereses. La dedicación de muchas personas a conseguir bienes materiales muchas veces puede ser un estorbo que nos impida llegar a los bienes de Dios. No olvidemos esto nunca.

Los cristianos tenemos que plantearnos el papel del dinero en nuestra vida. Hay algunos que lo satanizan, otros lo divinizan, pero creo que la cosa no está en lo uno o en lo otro. Hay que poner el dinero donde debe estar; puede que lo necesitemos en muchos sitios y aspectos de nuestra vida, pero donde seguro que nunca tiene que estar el dinero es en el interior del corazón.

Cuando vivimos demasiado apegados a la fortuna material nos podemos olvidar con facilidad de otras fortunas más importantes: el ser hijo/a de Dios; el tener la fe; el luchar por los demás... Ante esto el Evangelio nos da un toque de atención y nos hace preguntar por qué hay tantos cristianos que tienen tan poco entusiasmo en sembrar el Mensaje de Jesús y tanta urgencia para las cosas materiales.

Nuestro sagaz administrador convierte a los deudores de su amo en amigos suyos. Para las cosas del mundo la gente sabe moverse, es astuta, no les importa sacrificarse. En los negocios del mundo las ganancias son siempre temporales; en las cosas de Dios las ganancias son eternas.

Todo cuanto poseemos y las personas que tenemos a nuestro alrededor es propiedad de Dios. Aunque sin intención digamos que son nuestras, Más bien tenemos que decir " todo lo que Dios me ha prestado..." Perder de vista al único dueño nos hace caer en estados depresivos cuando llegan los duros momentos de la muerte de nuestros seres queridos.
¿Para qué Dios nos presta a estas personas? Para que juntos podamos hacer nuestro camino hacia Él. De ahí que la familia verdadera de Jesús no es según la carne y la sangre sino desde el Espíritu de Dios. Ver a los demás y lo que poseemos como préstamos de Dios es dejar que sea Él quien nos haga comprender las relaciones humanas a los niveles más profundos.

Con dinero podemos hacer mucho bien o mucho mal, depende el uso que le demos; pero también es cierto que el preciado metal puede meterse en nuestro corazón haciéndonos creer que es lo más importante en la vida. Cuando esto sucede en una persona no significa que tenga dinero, sino que el dinero es quien le tiene bien atrapado.

Somos administradores de la riqueza que Dios ha puesto en nuestras manos. Cuantas personas derrochan grandes cantidades de dinero en mil tonterías cuando a su alrededor hay tanta necesidad en tantos seres humanos. Llega la Navidad y no sabemos qué comprar a los nuestros porque "tienen de todo"; mientras millones de personas pasan las necesidades más básicas para una vida digna. ¿Qué haces tú realmente por los más pobres y necesitados que existen en tu entorno?
El administrador actuó con astucia y prontitud. La fe tiene que tener elevadas dosis de sentido común y de acciones concretas hacia los demás. No hacen falta buenas intenciones sino buenas acciones. La fe de muchas personas muere porque el aburrimiento y la falta de acción la debilitan en gran manera. El final de la fe comienza cuando se vuelve estéril y cómoda ante la realidad doliente del mundo. Se vuelve insensible y empieza a poner su interés en cosas materiales. Mantenernos cerca del Señor es el mejor antídoto contra el veneno que nos puede inocular el dinero y las riquezas materiales.

viernes, 10 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Perdidos y encontrados por la misericordia divina”
Lc.15,1-32


Qué grande es la misericordia de Dios, y que grande es el amor que tiene a todos sus hijos, y cada día que pasa nos muestra a través de tantos signos y símbolos ese majestuoso regalo, una misericordia que no tiene límites, ni barreras, siempre está ahí para nosotros, y nos lo da como bálsamo para nuestras heridas.

El texto de hoy nos cuenta tres hermosas parábolas a las que con razón se les llama "las parábolas de la misericordia: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las tres tienen en común la misericordia y la constancia que produce alegría.
La verdad es que este Evangelio de hoy para muchos cristianos es el "evangelio para los otros" ya que "yo creo en Cristo; estoy convertido..." y me da la impresión que esto no es así. ¿Por qué les digo esto? Si miramos nuestras iglesias y lugares de reunión vemos que los "pecadores" oficiales no se acercan a nosotros. Es verdad que vienen a solicitar sacramentos muchas personas que están en situación irregular, pero no es menos cierto que existe como una ruptura en la relación entre pecadores e Iglesia.

Los pecadores en muchas ocasiones no ven en la Iglesia una invitación a Cristo. Ven más bien una especie de "multinacional del bien" que no va con ellos.

Hay veces que cuando se acerca un pecador a nuestros lugares de culto más que acogerle lo que hacemos es mirarle con desconfianza, cuando no con desprecio... ¿Es esta la actitud de misericordia que Dios pide de nosotros?. Estas actitudes eran más crudas en la época de Jesús, donde se veía a aquellos que habían pecado como seres despreciables que no se les podía ni ver de reojo, simple y sencillamente porque eran pecador, eran vistos como ciudadanos de segunda o tercera categoría. Nunca veas a alguien que ha cometido un error como una persona menos que tu y yo, nunca lo desprecies por sus miserias, porque cada vez que lo tratas mal, estás haciendo que se hunda en su pecado y colaborando en su autodestrucción, y en su muerte espiritual, esa es la actitud de Jesús en la liturgia de hoy, mostrar al pecador que puede volver a vivir, que puede volver a tener dignidad y que tiene derecho a que se le cargue en los hombros de la misericordia, en los hombros de la esperanza y la confianza, en los hombros del consuelo por su pecado.

Hay cristianos que se quejan de lo mal que está el mundo, de esas sodomas y gomorras del tiempo presente. Todo es ruina y devastación... Se olvidan estos hermanos y hermanas que entre la frondosidad del pecado siempre se está abriendo una y otra vez la claridad de la luz.
El pecado nunca tiene la última palabra en la vida de las personas. Siempre la gracia es más fuerte y la misericordia más intensa.

Perdidos y encontrados este es el gran anuncio del Evangelio que pasa por el camino de la misericordia para llegar a la alegría. Muchos cristianos sinceros viven la fe como una tortura, "padecen" de la fe, y esto sucede porque la viven sin misericordia, sin alegría.

Para ellos seguir a Cristo es o bien tener bien claras una serie de ideas que hay que vivir o estar en permanente disconformidad con todo y con todos. La misericordia no tiene un papel importante en ellos...

Los cristianos a través de los siglos hemos ido elaborando delicadas teorías para poner a cada uno en su sitio: el pecador en su pecado y el convertido en la gracia. Puede ser que nos olvidemos con mucha facilidad que en todos los seres humanos hay momentos de estar perdidos y de encuentro. Que los análisis y las acusaciones humanas no pertenecen al ámbito de Dios. Toda nuestra vida será intentar adecuar nuestro pensamiento y nuestro ser a la realidad de Dios no a la inversa.

Creer en Dios es también creer en su misericordia y en la capacidad del ser humano para aceptarla. Nunca podemos infravalorar la respuesta de los demás al amor de Dios. Cuando veas a una persona aparentemente alejada de Dios no desconfíes nunca de su posibilidad de un auténtico encuentro con el Señor. La historia de nuestra fe está llena de pecadores y pecadoras arrepentidas que una y otra vez fueron acogidas por el Padre Bueno.
¿Sabemos nosotros descifrar el misterio del ser humano desde la óptica de la misericordia de Dios?

A este mundo le faltan hombres y mujeres amantes de la misericordia, y pregoneros del perdón y el amor de Dios, recuerda que Dios está siempre a la puerta para esperar a cualquiera que busque una pizca de reconciliación y de perdón. Amen

viernes, 3 de septiembre de 2010

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que no renuncie a sus bienes no puede ser discípulo mío”

Lc. 14,25-33

La Palabra de hoy es desconcertante porque en otros párrafos de la Escritura nos habla Jesús del amor a los demás en un tono de humildad, ahora parece que se cambian los acentos. El Señor reivindica para sí el amor más grande que pasa por encima incluso de los amores más cercanos.

Mucha gente acompañaba al Maestro, había de todo tipo de gente y El sabia que todos tenían una diferente intención al andar con él; unos le acompañaban porque descubrieron en Él a alguien a quien merecía la pena seguirle. Otros le seguían por interés y algunos por curiosidad. Por esta razón comienza ser claro con ellos respecto al seguimiento les empezó a explicar lo difícil que es acompañarle. Ellos le estaban siguiendo físicamente, pero ahora Jesús les expone la necesidad de seguirle con el corazón, con el amor más profundo.

Los seres humanos, incluso los que intentamos llevar un seguimiento de Jesús con una cierta dignidad, siempre podemos caer en la tentación de dejarnos absorber por otras situaciones de la vida. Puede ser el trabajo, los amigos, las dificultades e incluso nosotros mismos.

Siempre me ha parecido interesante que la mayor dificultad que tenemos las personas para seguir a Cristo no está en los demás, ni en los que me dan alegrías o los que me dan penas. Mi mayor obstáculo puedo ser yo mismo si no soy capaz de poner a cada situación y cada persona en el lugar que les corresponde en mi vida.

No es que Jesús haga un desprecio al amor hacia los más cercanos. No nos dice que les dejemos de amar. Lo que nos recuerda es que la fuente del amor, el amor más grande lo tenemos que tener hacia Dios; de esa fuente nacerá la enseñanza para aprender a amar de verdad a los otros.

Muchos de los amores de la vida nos pueden apartar del camino del amor verdadero. Creemos que nos enamoramos de las personas pero ese amor se puede convertir en una trampa para nuestra libertad. Los amores que hay que superar están en personas físicas a las cuales podemos ver y tocar.

Jesús nos anima a amarle más allá de lo físico, por eso su amor aparece como más exigente. Seguir al Señor necesita de un amor más fuerte porque sus exigencias son mayores.

Seguir a Cristo es intentar vivir como Él vivió. Su vida fue una total entrega por encima de los lazos familiares y de las relaciones filiales. Instauró una nueva forma de relación entre los seres humanos: ver a todos, de una manera especial a los más débiles y necesitados, como miembros de la propia familia de Dios, de esa manera todos pasamos a la categoría de hermanos en el Señor.

Dice que debemos de renunciar a todo lo que tenemos para ser discípulo suyo. Amar a Cristo es preferirlo sobre otros amores.

Las renuncias no se refieren solamente a cosas físicas pues hay muchas personas que dan el corazón a cosas materiales. La renuncia que Jesús nos pide pasa también por renunciar a nosotros mismos.

Hay personas que han sido capaces de desprenderse en el seguimiento de Jesús de las cosas materiales. No son ambiciosos. Pero, sin embargo, el camino de discípulo no ha llegado a plenitud porque no ha sabido desprenderse de sí mismo: de sus manías y obsesiones, de sus traumas y cerrazones.

Estos creen que son discípulos pero no lo son porque o bien no han querido o no han podido sentir el amor de Cristo en plenitud. Solamente hay una cosa más difícil que desprendernos del amor a las cosas materiales y de las personas que nos rodea, y es precisamente desprendernos de nosotros mismos.

Cuando estamos muy centrados en nuestra vida, cuando estamos obsesivamente preocupados por nosotros, por nuestro futuro, por nuestra situación, es muy difícil que el amor de Dios perdure en nosotros ya que nuestros intereses serán otros. Quien sigue a Cristo tiene pocas preocupaciones por sí mismo ya que en el Señor encuentra en cantidad lo que otros no le pueden ofrecer.

jueves, 26 de agosto de 2010

"El que se engrandece será humillado y el que se humilla sera enaltecido"
Lc.14,1.7-14

El Evangelio de hoy es muy interesante porque Jesús nos toca la parte de nuestra vida más vulnerable, nuestra humanidad.

La palabra "humano" viene de la misma raíz que "humilde". Ambos vocablos proceden del latín "hûmus" que significa "suelo, tierra". Cuando Dios nos creó no nos hizo desde el cielo sino de la tierra, de ahí nuestra humana-humildad. Para los cristianos la humildad es un tema que siempre tiene que estar presente en nuestra vida de cada día.

¿Qué es ser humilde?

Ser humilde no es tener un carácter débil, cobarde, vacilante. Tampoco es tener posturas afectadas ni silencios ni miradas perdidas... Nada de eso. Ser humilde es reconocernos ante Dios y ante los demás tal cual somos, sin apariencias ni falsas modestias. Sabemos que el orgullo y la ambición pueden llevar a los seres humanos a la humillación, mientras que el ser de verdad humildes nos lleva a ser más amados por los demás.

Muchas personas quieren ser humildes pero no pueden porque están muy centrados en sí mismos. Si permaneces mucho tiempo compadeciéndote, lamentándote, quejándote, nunca entenderás qué significa vivir en la realidad. Hay personas que se hunden porque su vida no está construida en Dios sino en las apariencias hacia sí mismos y hacia los demás. Quieren dar una imagen que no tienen dentro de sí. Quieren aparentar algo que no son. Ya saben ustedes que nadie da lo que no tiene...

La pobreza es aliada de la humildad. No me estoy refiriendo sólo a la pobreza sociológica sino a esa pobreza de espíritu a la que todos estamos llamados. Los pobres de espíritu no son los frágiles sino los que no tienen nada de qué presumir y si lo tienen no lo ponen como prioridad. Son pobres de espíritu los humildes y los temerosos de Dios, es decir, los que no tienen espíritu que infla.

Una de las cosas que tiene la humildad es que no se puede disfrazar. Se nota enseguida la persona que no va buscando admiraciones y reconocimientos y también aquellos que van tras los mismos. Una lección de humildad la tenemos magníficamente expuesta entre Juan el Bautista y Jesús; ambos nos dan en la escena del bautismo (Mt 3,14-15) una auténtica enseñanza de lo que debe ser dejar que Dios y el otro sean el primero en mi vida.

Conozco seglares que están más que deseosos de escalar puestos que en evangelizar y construir el reino de Dios y se olvidan que en realidad han nacido para servir y han olvidado lo que son en realidad, que eres en realidad es la pregunta. Soy un cristiano del pueblo que busco apasionadamente el amor que Dios me da cada día y en cada momento. El pecado contra la humildad siempre ha sido el mismo: querer ser como Dios.

En la antigüedad romana cuando un general entraba a caballo victorioso en una ciudad a su lado corría un esclavo que le gritaba: "¡Recuerda que no eres Dios!" Ojalá las pasiones de hoy sean nuestros esclavos en los aparentes triunfos de la vida que nos recuerden nuestra vulnerabilidad y humana fragilidad.

Cuando buscamos el reconocimiento por parte de los demás no tenemos tiempo para dedicarnos a crecer por dentro. Nos comparamos con otros y esto nos hace sufrir. Siempre habrá personas mejores y peores que nosotros. Sólo tenemos que compararnos con nosotros mismos; hay que ser valientes y preguntarnos: "¿Cómo estaba el año pasado por estas mismas fechas? ¿En qué he mejorado en mi caminar hacia Dios y con los demás?"

Aprendamos de Jesús que nos dice: "Aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso." (Mt 11, 29).

La humildad tiene que ser los cimientos en los que se va construyendo la vida cristiana. El ayuno, la oración, la limosna, la castidad y cualquier otro bien que podamos realizar, sin humildad no sirve para nada. Incluso las apariencias de bien nos pueden alejar de Dios como los fariseos: cumplían todo lo previsto, pero serían unos malos seguidores de Jesús debido a su orgullo y desprecio de los demás. Tenemos que volver a la sencillez de los niños (Mt 18,4).

Somos aprendices en la vida y aprendices de cristiano. Conforme van pasando los años me voy dando cuenta que para vivir en el seguimiento de Cristo hacen falta muy pocas cosas; que este caminar es de renuncias y encuentros donde gana quien parece que pierde en las cosas de la vida. Tengo claro que la humildad es la casa donde habita el amor porque lo único que importa es el amor, porque Dios es amor...

sábado, 21 de agosto de 2010

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Alguien le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Lc 13, 22-30


La salvación es un tema que hoy no está públicamente presente en muchas personas. Muy pocas veces vemos en los medios de comunicación social una referencia a la salvación que nos trae Jesús. Si preguntamos a muchos cristianos qué es eso de la salvación probablemente también se quedarán en la duda de no poder expresar con palabras un contenido tan amplio.

La salvación es nada más y nada menos que estar en Dios, vivir en plenitud una vida eterna presente ya en nuestra vida diaria.

Cuando le preguntan a Jesús sobre el número de personas que se salvan no da ninguna cantidad sino lo que hace es decirle qué es lo que hay que hacer para salvarse. Es una manera muy pedagógica de enfrentar a la persona con su propia realidad. La respuesta la tiene que dar cada persona contrastando su vida con el ideal de Cristo. ¿Estás salvado?
Los requisitos que Jesús nos propone no son fáciles y menos para el mundo donde nos movemos donde lo que se persigue es la comodidad, la ley del mínimo esfuerzo y el resultado rápido y eficaz. Veamos las propuestas que nos hace:

- Entren por la puerta estrecha:
La puerta estrecha no es como alguno puede creer una vida llena de sufrimientos, privaciones y sacrificios, cosa por desgracia tan arraigada en personas que se dicen "cristianas" pero que lo que realmente ocultan son sus traumas o conflictos mentales. El cristianismo no es un club de masoquistas donde disfruta más quien más sufre. Hemos sido llamados a la salvación, a vivir en plenitud, pero sé que esa salvación demanda de mí una aceptación plena de Jesús.

La puerta estrecha es el encuentro consigo mismo en la soledad de tu interior. Es ese diálogo interno donde se fragua la aceptación de Cristo. Es la conversión personal en su mayor nivel. La puerta estrecha no son las alabanzas de las personas ni el éxito material, la puerta estrecha es la que me hace entrar al interior de mi yo.

Las antiguas ciudades estaban amuralladas y tenían varias puertas de acceso; por supuesto estaba la puerta principal por donde podía entrar todo tipo de animales, cargas, productos y cualquier otro objeto necesario para la vida de los ciudadanos. Cuando la ciudad amurallada era atacada, lo primero que se cerraba era el portón principal y solamente quedaban para acceder al interior unas pequeñas puertas estrechas. Por estas puertas no podía pasar nada más que una persona y de lado. No podía llevar nada en sus manos, nada sobre sus espaldas u hombros... La puerta estrecha era el lugar por donde solamente podía pasar una sola persona. Creo que Jesús nos invita a este camino de salvación por esta puerta estrecha, la de nuestra realidad despojados de todo lo que obtenemos en la vida.

Hay personas de todas razas y credos que hacen la experiencia de pasar por la puerta estrecha. Aquella persona que se pone ante Dios tal cual es, sin estar rebosando de los logros del mundo está haciendo la experiencia de pasar por ese lugar indicado por Jesús. Ser uno mismo ante Dios, no llevar exceso de equipaje para que nuestra vida no esté llena de temores ante la posible pérdida o robo de las cosas mundanas. Llevar nuestra vida a Dios tal cual es, eso es pasar por la puerta estrecha.

- Estén alerta:
En las sociedades cristianas tenemos el peligro de pensar que nuestra forma de vivir la fe es la más auténtica, la más verdadera. Recuerdo que cuando empezó la libertad religiosa con la aparición de distintos grupos, varias personas se me acercaron preguntándome "cuál era la verdadera..."

Tenemos que estar alertas para vivir una fe llena de Dios y no de nuestros proyectos y presupuestos humanos. Dios no reconoce a quien no es capaz de dejarlo todo por Él a pesar de que compartieron mesa y palabra. Estar alerta es preguntarnos con frecuencia dónde está Dios y dónde estoy yo en este momento de mi vida.

Vivir la fe con alegría y optimismo dejándose llevar por la voluntad de Dios. Vivir el camino así significa tener una existencia no frustrada sino realizada. En este camino del Señor vendrán otras personas de donde menos lo esperamos y compartirán con nosotros el reino de Dios.

Que Dios les bendiga y les haga mas santos.

viernes, 13 de agosto de 2010

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA

“El poderoso ha hecho obras grandes por mi”
Lc. 1,39-56.

Los católicos celebramos hoy una fiesta muy entrañable con sabor a madre. Creemos que la Virgen María está en cuerpo y alma en el cielo.

Creemos que María ha entrado en la gloria no sólo con su espíritu, sino totalmente con toda su persona, detrás de Cristo, como primicia de la resurrección futura.

Si acompañó a su hijo desde el primer momento, ella es la que ha disfrutado de la realidad de su gloria en plenitud también desde la realidad de la resurrección de su Hijo.

No la endiosa pero sí que deja bien claro su lugar y su papel en la fe. María fue bendecida por su disponibilidad y su aceptación a la voluntad de Dios.
Recorramos hoy este evangelio de alabanza y profecía.

María es la Madre del Hijo de Dios y esto no le lleva a creerse más que nadie sino a aceptar lo que Dios hace en ella. El Todopoderoso hace obras grandes en ella porque es capaz de aceptar con serenidad su presencia. Ante la invitación de Dios ella supo contestar con un rotundo sí.

Miremos nuestra vida y descifremos la voluntad de Dios para con nosotros, para con nuestra familia, amigos, trabajo, Iglesia... cada paso que damos en la vida tiene que estar marcado por la presencia de Dios.
Pobre del cristiano que no sepa cuál es la voluntad de Dios y que nunca quiera aceptarla.

María ha creído, lo que significa, que creer en la Palabra de Dios es estar seguro de que esa Palabra no puede fracasar. Quienes experimentan en sí mismos la Palabra de Dios que se cumple debe animar a otros a esperar en ella.

Muchos cristianos tienen una fe raquítica y estéril porque no está regada por la Palabra de cada día, una Palabra dicha hoy para mí. Puede que en nuestra catequesis nos esforcemos mucho por transmitir a los niños tantas y tantas cosas que puede ser que nos olvidamos de reforzar la presencia de la Palabra de Dios.

Siempre pienso que debemos ser transmisores de esa Palabra que aunque fue dicha hace siglos sigue hoy más vigente que nunca. La Palabra hoy no es un eco. El eco muchas veces llega cuando ya la realidad ha cambiado.

La Palabra está dicha hoy para mí, para mi mundo, para la realidad donde vivo. María supo entender esto. Cuando acoge la Palabra lo hace desde su realidad y por eso cambia su vida. Si nos limitamos a oír la Palabra nunca se obrará en nosotros el cambio de vida.

La fe de María le lleva a proclamar un cántico de alabanza:
- "Mi alma alaba la grandeza del Señor". No es mi grandeza la que es alabada sino la grandeza de mi Dios. ¿Descubro yo las grandezas que hace el Señor en mi vida? ¿Soy capaz de descubrir la presencia de Dios en mi vida de cada día?

- "Dios mi Salvador". ¿De qué te salva el Señor hoy en tu vida? ¿Confías plenamente en la salvación que el Señor trae?
- "Su humilde esclava". ¿Cómo es la actitud que tenemos ante los dones y gracias que Dios nos ha dado?

- "Desde ahora me llamarán siempre dichosa". En María, Dios ha mostrado su favor hacia la humanidad entera y por ello todos tendrán a María siempre presente en todas las generaciones.

El cántico continúa haciendo un recorrido por la misericordia, la humildad, los hambrientos, las promesas que Dios había hecho...

Lo que nos está diciendo es que para poder aceptar a Dios necesitamos esas actitudes de quien necesita no del que da. Ojalá nuestro cristianismo de hoy esté muy cerca de esta cántico de alabanza.
Da pena ver como muchos hermanos y hermanas en la fe están permanentemente en lo que llamo "la pastoral de la queja". Están todo el día quejándose de la Iglesia, de los demás, de la realidad en la que se mueven. Quien ama mucho se queja poco. Aprendamos de las actitudes que María supo mantener en su vida para con Dios, por ello la Iglesia nos la ofrece como modelo fiable en el camino hacia la Vida. María abarca esas dos maternidades: la de Jesús y la nuestra. Aprendamos lo que nos enseña nuestra madre.

viernes, 6 de agosto de 2010

SALVADOR DEL MUNDO



EL SALVADOR ESTA DE FIESTA

Cuando se habla de la fiesta del divino salvador del mundo, cada seis de agosto, no hay ni un solo salvadoreño alrededor del mundo que no pueda dar una explicación o un concepto de lo que significa celebrar esta grandiosa fiesta; creo que aunque estemos en el extranjero, nuestro corazón palpita y nuestra mente se transporta a ese diminuto país que con tanta ilusión y amor recordamos y que nos vio nacer: El Salvador; le llamamos las fiestas agostinas donde todo se paraliza, todo se vuelve fiesta, todo es música y alegría, tiempo que todos los salvadoreños ocupábamos para darnos un respiro a la ajetreada vida que se llevaba y para detenerse a orar y poner en las manos de nuestro divino maestro las intenciones de nuestro querido El Salvador.

Estas fiestas tienen un significado profundo en nuestra idiosincrasia, recuerdo que cada cinco de agosto nos reuníamos al frente de la catedral para esperar la maravillosa procesión que precedía la imagen del Santo Patrono, imagen centenaria y curtida por el paso de los años, que se mantuvo como signo de fe y esperanza en los momentos más duros y difíciles de nuestra historia salvadoreña, que ha soportado junto a su pueblo, terremotos, incendios, inundaciones y la guerra que tantos estragos provoco, y que como signo de fe y presencia divina, todo casi se destruyo, menos esa imagen que siempre se mantuvo intacta en la catedral de nuestra capital, donde ricos y pobres depositan sus plegarias y peticiones.

La traen cargada en hombros en una elegante andaría, hay que recalcar que es un privilegio y un deber para las instituciones cargar al colocho – como se le dice cariñosamente a la imagen- que para este momento viene vestida de color rojo. Primero es cargada por el cuerpo policial, luego los bomberos comerciantes, lustrabotas y todo mundo se toma el tiempo y la libertad para hacerlo; quizás para algunos esto no sea más que una costumbre tradicionalista y sin sentido, pero para ese pueblo laborioso y optimista representa su fe, su amor por el Hijo del Altísimo, la esperanza de sentir su presencia en medio de ellos, los corazones vibran y los ojos se llenan de lagrimas de emoción al ritmo de las bandas sonoras y los coetes que chisporrotean dando la bienvenida y la solemnidad al evento, todos cantan con fuerza, y todos rezan a una sola voz y como un rebaño unidos a su obispo, se encaminan con júbilo a la catedral donde se espera la tan “famosa bajada” que no es más que la ejemplificación de los que fue la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, frente a sus mejores amigos Pedro, Santiago y Juan, donde sus vestidos quedaron blancos como la nieve, escena que se realiza ante más de cinco millares de fieles, que a una voz gritan ¡Que viva el Salvador del Mundo! y todos contestan al unísono ¡que viva!.

Hoy después de tantos años de haber salido de nuestro país, los salvadoreños aun deseamos que nuestro país se mantenga con la firme esperanza de no sucumbir ante el embate de la violencia, de las pandillas, de las muertes injustas y de los arrebatos de poder que cada día desgarran la inocencia de nuestro futuro; quizás el recordar lo precioso de nuestras tradiciones me hace sentir un sabor agridulce ante lo que el país vive en este momento, el demonio de la violencia, y la inseguridad que amenaza insistentemente con destruir lo poco que hemos logrado construir, demonio que no destruiremos y venceremos si como salvadoreños no nos unimos y nos ponemos en la misma sintonía buscando un mejor porvenir. Que las fiestas de nuestro país nos hagan seres más unidos en la fe y en el amor, para desterrar cualquier poder demoniaco que amenace nuestra soberanía de fe y el futuro de nuestros hijos.

Bendito seas salvador Divino, los hijos de tu pueblo como hermanos te pedimos Paz, por nuestro país El Salvador.
Que Dios bendiga El Salvador y toda América Latina

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada”

Lucas 12,32-48

Estos domingos anteriores Jesús ha sido bastante fuerte con nosotros con respecto al tener y a cómo debemos de manejar nuestra vida cotidiana con respecto a el manejo de nuestras posesiones materiales, hoy este domingo inicia hablando de vender eso que nos pesa y preparar nuestra alma y estar con la lámpara de la fe encendida, esperando el día de nuestro regreso a la casa del Padre. Las posesiones materiales lógicamente no nos harán compañía a la hora de regresar a esa casa.

Jesús nos llama al desposeimiento de las cosas que atan nuestra vida y que lejos de hacernos felices nos entristecen más. Hay que invertir en riquezas que no pasen con el tiempo o con los contratiempos del mundo globalizado. La gracia no se echa a perder con el tiempo sino que nos acompaña hasta la eternidad.

Nuestro mundo está lleno del ansia de tener. La gente tiene porque necesita tener para poder dar sentido a su vida. Nos hemos amoldado a una sociedad aparentemente justa pero que en su raíz no está la solidaridad y la justicia que proclama, sino mas bien el ansia desbordada por tener.
El afán por tener puede en el creyente hacerle bajar la guardia en el camino de la fe. Puede hacer que cambien sus prioridades. Puede poner el Evangelio en un lugar muy secundario en su vida, de ahí la alerta que Jesús nos lanza hoy.

Quiero tocar no solo el punto de las posesiones materiales, sino también la parte de preparación de nuestra vida personal, planteado en la liturgia de este domingo.

Cuando un piloto va a iniciar un viaje, prepara cuidadosamente el plan de vuelo. Esta preparación implica seleccionar la ruta que va a seguir, definir la altura de crucero dependiendo de las montañas, consultar los pronósticos meteorológicos, calcular el combustible necesario, controlar el peso de la carga, etc. Si el piloto quiere realizar un vuelo seguro, deberá atender numerosos asuntos. Sería una irresponsabilidad imperdonable dejarlo todo para última hora.

Por esos misterios de la libertad humana, encontramos personas que van por la vida sin definir un plan de vuelo, es decir, sin fijarse unas metas, sin optar por unos valores. Viven el día a día, en la más absoluta improvisación, a merced de los sentimientos que van experimentando.

Es obvio que estas personas son incapaces de establecer un hogar pues semejante proyecto exige compromisos y opciones a mediano y largo plazo. Igualmente, estas personas son problemáticas dentro de una empresa pues su compromiso no es sólido y dependen de su estado de ánimo cambiante.

Por eso es importante trabajar en la definición de nuestro proyecto de vida:
Definir el proyecto es como trazar el plan de vuelo. Es una tarea que toma tiempo, y pensar que quiere Dios de mi vida, buscarle una respuesta a ciertas interrogantes que no me dejan crecer, dejar atrás la frase que decimos muchas veces Ya estoy muy viejo para esto….
Definir el proyecto de vida es buscar respuesta a preguntas tales como: ¿para qué sirvo en la vida? mis cualidades e intereses, ¿hacia dónde me orientan? ¿cómo quisiera verme en 5, 10, 15 años? ¿cómo quisiera realizarme afectivamente. Se trata de preguntas muy serias, cuya respuesta no es fácil.

Si a estas preguntas damos respuestas apresuradas y simplistas, nuestra vida será mediocre. Pero, si las tomamos en serio, podremos trazar un proyecto de vida interesante, retador, en el que desarrollaremos todas las dimensiones de nuestro ser: las dimensiones intelectual, afectiva, social, ética, política, espiritual. Depende de nosotros, solamente de nosotros, diseñar un proyecto de vida interesante y armónico, o hacer de nuestra existencia algo vulgar y carente de interés.
Este es el tema de reflexión que nos plantea el evangelio de hoy, que nos invita a mirar hacia el futuro, a no desperdiciar los meses y los años en una improvisación lamentable.

Esta invitación a vivir vigilantes, despiertos, preparados, la hace Jesús mediante tres comparaciones, que se relacionan con situaciones que sus oyentes conocían muy bien::
o Primera invitación: “Parézcanse a los criados que aguardan a que su patrón vuelva de la fiesta, para abrirle apenas llegue y llame”
o Segunda invitación: “Sean como el dueño de casa que espera en cualquier momento la inoportuna llegada del ladrón”
o Tercera invitación: “Aprendan del administrador fiel y cuidadoso, a quien su jefe puso al frente para repartir a sus empleados la ración a su debido tiempo, y que al llegar lo encuentra cumpliendo su obligación”
A través de estas imágenes sencillas, tomadas de la vida diaria, Jesús nos invita tomar en serio la definición de nuestro proyecto de vida:
o Hay que dedicarle tiempo a la planeación de nuestra vida y también hay que consultar a personas de experiencia porque nos podemos equivocar.
o En la definición y puesta en marcha del proyecto de vida tenemos que combinar la firmeza con la flexibilidad: la firmeza nos exige tomar decisiones consistentes de manera que no estemos a merced de los caprichos y las modas; la flexibilidad nos motiva para hacer aquellos ajustes que la vida nos impone, los cuales con frecuencia son dolorosos, pero deben ser asumidos con realismo.

Jesús nos exhorta a tener una visión de futuro, a definir con claridad lo que queremos realizar, a administrar responsablemente el tiempo que nos ha sido asignado y las cualidades y oportunidades que se nos han dado. No olvidemos que la vida la tenemos prestada.

viernes, 30 de julio de 2010

SIN JUSTICIA NO HAY PAZ
Pbro. Alexander Diaz

No se puede hablar de paz sin hablar de justicia. En sentido estricto, la justicia es una de las cuatro virtudes cardinales. Se la define como hábito moral, que inclina a la voluntad a dar a cada cual lo que es suyo. En otras palabras, aquellos que faltan a la justicia están faltando abiertamente a la moral. En estos días estamos acostumbrados a escuchar frases en torno a esta virtud, alegamos con voz fuerte cuando algo pasa y sentimos que no es lo correcto, pero hay que recalcar que esta virtud nos compromete a todos por igual no solo a un grupo, ni solo a una clase social; porque su objetivo primordial es regular los deberes y derechos de todos.

Me parece interesantes que hay personas que viven toda la vida exigiendo de manera muy enfática sus derechos, y eso está bien, pero me parece un poco irónico, que no son capaces de cumplir sus deberes y obligaciones ya sea como cristianos, o trabajadores o en un sentido global como ciudadanos, - aunque hay que tener claro, que un buen cristiano es un gran ciudadano, y un cristiano falso y mediocre será un ciudadano que no hará bien a la sociedad- por ende, hay que ser equitativos en todo lo que hacemos, y nunca debemos de ser hombres y mujeres que se aprovechen de las diversas circunstancias que se presentan, a nadie le gusta que le sean injusto a todos nos gusta que nos traten con rectitud. Pero ahora viene una pregunta: ¿Por qué te portas de forma aprovechada e injusta de tus empleados, o de tus amigos o de padres, o todo aquel que es sencillo en su forma de pensar o en su educación? ¿Por qué actúas de forma despótica con aquellos que trabajan con tigo? ¿Te gustaría a ti que te tratara así? Ahí es donde viene el grito al cielo, no nos gustaría que nos tratasen de esa forma, pero sin embargo lo hacemos; hay personas que ingenuamente por el cargo que desempeñan, ya sea político, social, eclesiástico, o por la cantidad de dinero que dicen tener, juegan a ser dioses con los pequeños y se aprovechan de su sencillez, ya sea tratándolos mal, viéndolos de menos, pagándoles injustamente, o robándoles su trabajo, yo se que todos ustedes aducen que es una injusticia, pero si uno de estos pequeños dice algo a favor de sus derechos, se convierte en una persona mala, e injusta, pero esa es la realidad, y en nuestra comunidad y porque no decirlo en esta ciudad ocurren a diario estos atropellos en contra de la justicia.

Y es interesante, que es un tema que casi nadie toca, por el simple hecho de que generalmente toca intereses personales o elementos que denuncian, y los denunciados se sienten incómodos y protestan, aduciendo que son corrientes de pensamiento revolucionaria y le ponen mil títulos, yo creo que esto solo es la verdad de lo que sucede. «La paz auténtica sobre la tierra comporta la firme determinación de respetar a los demás, individuos y pueblos, en su dignidad, y la constante voluntad de incrementar la fraternidad entre los miembros de la familia humana» (Juan Pablo II) Recordemos que si no logramos ser justos cumpliendo nuestros deberes y obligaciones en todas las etapas de la vida, siempre tendremos discordia y malestar en nuestro ambiente.
La justicia será siempre un tema abierto, un tema discutido y afrontado por todos. Especialmente a la hora de establecer leyes. Sin olvidar que no pocas veces las leyes son el resultado de imposiciones arbitrarias de grupos de poder, quizá por culpa (también hemos de reconocerlo) de la pasividad de muchos ciudadanos que no aprovechan las oportunidades que la moderna democracia ofrece para evitar tales abusos.

Otras veces, por desgracia, las leyes reflejarán la degradación moral de todo un pueblo, como cuando se aprueba por referéndum una ley del aborto o una ley racista, o una ley que favorece a unos pocos.

Pero teniendo todo esto un poco más claro estoy más que seguro, que todos estamos llamados a velar por la justicia, a luchar para que a nadie se le prive de sus derechos fundamentales, a trabajar para que la solidaridad sea el eje en torno al cual gire toda la vida social de nuestros ambientes y del mundo en esta etapa de globalizaciones y de cambios.

De este modo la justicia dejará de ser un sueño, una utopía irrealizable, para convertirse en algo real, concreto, vivo, en fuente de armonía y de paz, en manantial de respeto y de apoyo hacia todos y cada uno de los seres humanos que viven a nuestro lado.

miércoles, 28 de julio de 2010

XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

"Lo que has acumulado,
¿de quién será?"
Lc 12,13-21


El evangelio de hoy contiene una parábola de Jesús, cuyo tema es la codicia de aquellas personas que nunca se sienten satisfechas con lo que tienen, sino que pretenden seguir acumulando. San Pablo, en el texto que escuchamos, dice que la codicia y la avaricia son una forma de idolatría, porque estas personas hacen de las riquezas el objetivo de sus vidas, las absolutizan como si fueran un dios...

La parábola nos hace pensar sobre las prioridades que nos fijamos en la vida, la escala de valores que va a dirigir nuestra ruta. Por eso el evangelista Lucas dice: “Tengan mucho cuidado con la avaricia; aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas”. La experiencia confirma estas sabias palabras, pues el exceso de dinero no está acompañado necesariamente de la felicidad.

Si observamos atentamente el texto de la parábola, percibiremos que su protagonista es un hombre rico con muchas poseciones pero terriblemente solo, pues está sumergido en un mar de riqueza pero no tiene con quién hablar; por eso habla con las cosas que lo rodean.
Sus interlocutores son el granero, la cosecha, su comodidad personal. Junto a él no hay una esposa, unos hijos, unos amigos, una comunidad. En su mundo no hay seres humanos; sólo existe él quien, en su profundo egoísmo, se ha convertido en el centro de un mundo de objetos.
El protagonista de este relato es un hombre encerrado, que no tiene proyectos que lo saquen de su pequeño mundo y que le permitan abrirse a horizontes más amplios.

Los psicólogos nos explican que el auténtico adulto, es decir, no solo el que tiene años sino el que ha madurado, es aquella persona que ha sido capaz de salir de las cuatro paredes de sus caprichos infantiles para descubrir a los demás y establecer con ellos unas relaciones basadas en el respeto y en la colaboración.

Uno de los factores que más impacto tiene en los fracasos matrimoniales es el egoísmo, pues es imposible que funcione una pareja en la que no se escucha al otro, cuando uno de los integrantes trate de imponer su voluntad. Quien no aprende a compartir es incapaz de amar. El evangelio de hoy nos muestra la tragedia de un hombre inmensamente rico, incapaz de establecer relaciones personales.

El pensamiento egoista y comodo de este hombre es interrumpido bruscamente por Dios, quien lo reprende, llamándolo insensato ¿Cuáles son las razones por las que este hombre es juzgado como un tonto?
El protagonista de la parábola se ha equivocado en el enfoque de su vida al poner la felicidad en acumular riquezas, soñando con que la felicidad consiste en poseer un impresionante portafolio de acciones, y escrituras.

Su vida ha sido construida sobre los verbos “tener” y “acumular”, los cuales no conducen a ninguna parte. Por el contrario, hay otros verbos que sí nos llenan de satisfacciones; verbos tales como “amar”, “consentir a los hijos”, “compartir con los amigos”, “dar educación a los pobres”, “generar empleo”, “trabajar en proyectos de la comunidad” sí nos hacen sentir útiles y que la vida vale la pena.

Las cuentas alegres de este personaje de la parábola se ven bruscamente interrumpidas por una referencia incómoda a su muerte inminente: “Tonto, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿en manos de quién va a quedar?”

El tema de la muerte le daña las cuentas alegres sobre sus proyectos futuros.
Los seres humanos evitamos hablar de la muerte, ya que consideramos de mal gusto plantear este asunto, habiendo otros temas más agradables. Prueba de ello es el comportamiento que tenemos en las funerarias: las personas que asisten a la velación hablan de todos los temas, - no se aquí pero en mi país se habla de todo un poco- menos del que convoca a esa reunión; se habla de política, de fútbol, de chismes de la sociedad, de las peleas por la herencia, de las ex-esposas que están sentadas, con sus hijos, en distintos salones de la funeraria. Hablamos de todo, menos de la muerte.

Hemos convertio la muerte en un “tabú”, que consiste en el rechazo que experimenta nuestra sociedad hacia esta realidad, como si evitando referirnos a ella pudiéramos cancelar su incómoda visita…

Si miramos nuestra vida en el espejo retrovisor de la muerte, nos vemos obligados a revisar nuestras prioridades. Cuando nos morimos, ¿qué nos llevamos de esta vida?
Sólo nos llevamos los valores espirituales y afectivos, los demás se quedan aquí para que se los disputen los herederos. Lo que nos acompañará, más allá de las fronteras de la muerte, es el amor que hayamos vivido, el afecto que hayamos expresado, la generosidad para perdonar las ofensas que nos hayan hecho.

El cardenal O´Boyle de Washington decía, Para que vivir atesorando tanto dinero y riquezas, cuando nos entierren nuestro traje mortuorio no tendra bolsas para poner algo, nos iremos sin bolsillos.

No podemos interpretar este texto como un rechazo de los bienes materiales, pues han sido creados por Dios, y todo lo que ha salido de sus manos es bueno. Jesús no condena la riqueza.
Simplemente critica a quienes hacen del dinero su dios y que, por acrecentar su fortuna, están dispuestos a sacrificar la salud, la familia, los amigos, la conciencia. Hay que trabajar para vivir no vivir para trabajar.

Este texto critica a quienes amasan una fortuna para sí y no son ricos ante Dios, es decir, no se preocupan por los valores que sí dan sentido a la existencia humana.
Dice la sabiduría popular que "La avaricia rompe el saco." pero tengan ustedes la seguridad que también nos rompe la vida...

Tener sentido trascendente y sentido común. Valorar nuestros proyectos y nuestra propia persona. Jesús ha venido a demostrarnos que queriéndonos y queriendo las cosas de Dios es como creamos riquezas en el cielo.

Perdonen; no estoy hablando del cielo de después de la muerte al que estamos llamados. Les hablo del cielo que ya comienza aquí en el encuentro con Jesús y los hermanos.
Quien acumula riquezas para sí mismo no es rico delante de Dios, esto es, no son ricos en las cosas que son de Dios y que agradan a Dios. ¿Eres rico en las cosas de Dios? Es la gran pregunta.

jueves, 15 de julio de 2010

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía Dominical
Rev. Alexander Díaz


La liturgia de hoy propone a nuestra consideración dos grandes temas: la hospitalidad y la integración de la oración con el trabajo. Empecemos por el tema de la hospitalidad, que aparece hermosamente desarrollado en dos escenas: en la primera, el protagonista es el patriarca Abrahán, quien atiende a sus huéspedes bajo el sombrío que proporciona la encina de Mambré; la segunda escena tiene como protagonistas a Jesús y a sus amigos de Betania.

Para nosotros, que vivimos en grandes ciudades, la hospitalidad es algo distante, y esto por varias razones: en primer lugar, vivimos tan ocupados que no tenemos tiempo para compartir en familia, mucho menos con los vecinos y conocidos; y, en segundo lugar, porque la inseguridad nos lleva a cerrar las puertas de nuestras casas y a evitar el trato de personas desconocidas.

Pues bien, en otros tiempos las puertas de las casas estaban abiertas para propios y extraños, y el huésped era objeto de mil atenciones. En los pueblos antiguos, el valor de la hospitalidad estaba relacionado con la supervivencia.

Pensemos en los peligros que implicaba emprender un viaje cuando no se habían desarrollado medios de transporte como los de hoy (aviones, trenes, automóviles); si se presentaba un percance no había manera de informar. En este contexto de incertidumbre, la hospitalidad era como un seguro de vida. Todos estaban dispuestos a colaborar por aquello de “hoy por tí, mañana por mí”.
Este mensaje de hospitalidad encarnado por el viejo Abrahán es complementado por la escena evangélica en la cual Jesús, haciendo un paréntesis dentro de sus correrías apostólicas, visita a sus amigos de Betania, los hermanos Lázaro, Marta y María. Allí, en la tranquilidad del hogar, se ponen al día y comentan todos las anécdotas que han acompañado la actividad evangelizadora de Jesús.

Abrahán atiende a los viajeros y Jesús conversa con sus amigos de Betania. Que estas escenas bíblicas, en las que la hospitalidad y la comunicación aparecen como valores importantes dentro de la vida social, sean ocasión para revisar nuestro estilo de vida:
Vivimos atafagados, siempre de prisa, poniendo así en peligro nuestra salud y sacrificando la calidad de vida. El trabajo de la pareja deja muy poco tiempo para compartir con los hijos y para interactuar como esposos.

Por causa del ritmo frenético de vida, los hogares han dejado de ser lugares de encuentro donde se construye un proyecto común de vida, para convertirse en centro de prestación de servicios: se sirven comidas rápidas, se lava la ropa y se da dinero para atender los gastos diarios.

El hogar ha dejado de ser hogar, la mesa de comedor ya no es el altar donde se celebra la liturgia del compartir familiar; simplemente se prestan unos servicios que corresponden a un restaurante, a una lavandería y a un cajero automático, todo se ha vuelto tan fácil pero al mismo tiempo tan complicado.

Fácil, porque no tenemos que esforzarnos tanto para conseguir lo que queremos, todo está a la mano, la tecnología nos lo pone todo así, compramos y vendemos desde nuestros propios escritorios, vemos todos los programas de TV que queramos sin levantarnos de nuestros asientos y sin salir de nuestros cuartos, la vida es fácil ahora.

Lo difícil y duro es que toda esta tecnología nos ha matado nuestras relaciones personales, nuestro compartir familiar, dialogamos el minimo, porque la hospitalidad y el deseo de estar juntos a desaparecido poco a poco, ya no existe el compartir en familia como antes.

Un dia de estos estaba en un restaurante comiendo con unos amigos y había una familia comiendo junto a la mesa nuestra, tenían cuatro hijos adolescentes, y era interesante, los cuatro estaban pegados a sus teléfonos nadie hablaba entre si, comían y mandaban textos, me dije a mi mismo, que difícil es el dialogo familiar en la época actual.

Ojala que no continuemos matando la hospitalidad y la convivencia familiar, que nuestra amistad y nuestra caridad se potencien y se practiquen, que la escucha de la palabra y la atención hacia los demás sea un signo de que somos hombres y mujeres de Dios.

El segundo tema que nos plantea la liturgia de este domingo es la articulación entre la oración y el trabajo:
Esta problemática aparece en el diálogo que sostiene Jesús con las hermanas Marta y María, quienes tenían personalidades y sensibilidades diferentes.

Se interpreta equivocadamente este pasaje del Nuevo Testamento si se concluye que Jesús descalifica el trabajo de Marta, empeñada en atender con lujo de detalles al huésped. La intención de Jesús no es plantear una oposición entre el trabajo, representado por Marta, y la contemplación, encarnada por María, y tomando partido por esta última. Esta fue la interpretación que hicieron algunos comentaristas bíblicos en el pasado, quienes se apoyaban en esta lectura para afirmar la superioridad de la vida religiosa contemplativa sobre la vida activa.
No se trata, pues, de afirmar la superioridad de la oración sobre el trabajo. Oración y trabajo son dos momentos inseparables de la vida que deben ser integrados dentro de una auténtica espiritualidad.

La vida de Cristo fue un claro testimonio de la integración de estas dos dimensiones: vivía en continua comunicación con su Padre e igualmente estaba totalmente entregado al servicio de los demás; las multitudes lo asediaban porque querían escucharlo y buscaban ser curadas de sus dolencias.

Este equilibrio entre la vida interior y la actividad externa ha sido expresado de diversas maneras por los grandes maestros de la vida espiritual. San Benito, el gran promotor de la vida monacal en Occidente resume este modelo de espiritualidad en la expresión latina “ora et labora”, que traduce oración y trabajo. San Ignacio de Loyola, quien diseñó esa poderosa herramienta de crecimiento interior que son los Ejercicios Espirituales, nos invita a ser “contemplativos en la acción”.

Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que el mensaje de hospitalidad que nos trasmiten Abrahán y los amigos de Betania contribuya a renovar el estilo de vida de nuestras familias y comunidades, de manera que sean lugares de encuentro y de comunicación. Que la conversación que sostiene Jesús con sus amigos de Betania nos estimule para buscar una integración entre la oración y el trabajo, entre los momentos de silencio y la actividad productiva.

XV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO



"¿Quién es mi prójimo?"
Lc 10, 25-37:

El evangelio de hoy un maestro de la ley le hace una pregunta a Jesús, pero interesante y rica en su contenido un tanto comprometedora pero que a mi ver hace que nos preguntemos a nosotros mismos si estamos yendo por el buen camino hacia nuestra santidad de vida.

¿Qué debemos hacer en esta vida para llegar a la vida eterna? Su intención no era buena. El Señor le pregunta sobre lo que está escrito y él sabe responder adecuadamente. El interrogador no pide ninguna aclaración en cuanto al amor a Dios, pero lo que no tiene claro es aquello del amor al prójimo, es que somos especiales, siempre estamos pretendiendo ser claros en nuestro amor a Dios, pero siempre nos olvidamos o simplemente pasamos por alto nuestro amor y compromiso con nuestros hermanos. Solo hay que detenerse a escucharles hablar de los demás! ¡Cuánta cuanta malicia; cuánta violencia verbal, cuanto destrozo a la dignidad del nuestro hermano...!

Los judíos de la época de Jesús hablaban del "prójimo", pero entendían como prójimo sólo a los judíos. Los "gentiles" (los que no eran de raza judía) eran despreciados y no eran considerados como tales. Jesús rompe una vez más este esquema exclusivista. El amor que Él nos trae es más universal que las exclusiones que hacemos los seres humanos. Para el Maestro el prójimo es cualquier ser humano, en especial los más débiles y necesitados.

Muchas veces me pregunto si nuestra Iglesia de hoy es la aliada de los más desfavorecidos de la sociedad; si nosotros como cristianos somos samaritanos convencidos del que aparece herido por causa de los otros.

Tenemos que convertirnos a Dios pero también al prójimo. Puede ser que tengamos teóricamente claro los conceptos y las aficiones espirituales, pero que luego, a la hora de la práctica, nos quedemos siempre en meras intenciones.

No es suficiente creernos que amamos al prójimo. Es necesario hacer algo provechoso por mi prójimo. El Evangelio no es un cúmulo de buenas intenciones sino una constante provocación a la acción. Si nos quedamos en la belleza de la parábola puede ser que no captemos el mandato final de Jesús: "Vete y haz tú lo mismo."

¿Cómo podemos hacer nuestra conversión al prójimo?
Los cristianos tenemos que tener mucho cuidado de no herir el alma de nuestros prójimos.
En otras palabras Nosotros somos portadores de la mayor buena noticia que ha oído nunca la humanidad. Dios se hace uno de nosotros para que nosotros estemos más cerca que nunca de los demás. Acercarse a Dios es tener como compañeros de camino a mis prójimos. No entiendo esa fe siempre excluyente del que no piensa como nosotros. Cuando se vive la fe como exclusión ("ese no es de los nuestros, el no ora como nosotros, el es de otro grupo o movimiento, el no es católico por ende no le ayudo, o no es de mi color o lengua...") siempre se acaba condenando a los demás. Tenemos que tener siempre cuidado para que nuestra fe sea siempre acogida a los otros, nunca excluir ni condenar a nadie. Dios nos ha hecho hermanos de nuestros hermanos no jueces de los demás.

Dios reivindica la presencia de los demás en nuestro corazón, al lado, muy al lado del amor que le debemos a Él. Bien sabe Dios que las personas somos acercadas al Creador por otras personas; que somos los seres humanos quienes pronunciamos hoy la Palabra y quienes damos movimientos a los designios de Dios. Ser cristiano es creer en Dios y en los demás.

¿Qué puedo hacer por los demás?
Nadie te pide que hagas lo que no puedes hacer. Sólo damos lo que tenemos. Lo que nos dice Jesús es que hagamos en lugar de quedarnos pensando o quejándonos. ¿Qué podemos hacer para ver a los demás como prójimos?, pues son cositas sencillas como Sonreír en lugar de quedarnos con caras de amargados y amargadas, Decir una palabra cariñosa y de aliento en lugar de la queja de costumbre, Disculpar y perdonar, Unir a la gente en lugar de dividirla. Orar constantemente por los demás, en especial por los más débiles y necesitados, Querer de verdad a los demás...

En realidad son tantas las cosas que podemos hacer para percibir al otro como prójimo que cada ser humano dispone de un amplísimo catálogo de opciones para sentir el latido de los demás.
El prójimo hoy tiene muchos nombres: familia, amigos, vecinos, desconocidos, conocidos, enemigos... Dice san Juan que quien ama a Dios a quien no ve y, en cambio, no ama al que tiene al lado, es un mentiroso... Ese es el recorrido que va desde el amor que debemos a Dios y a los demás. Dios no es envidioso porque amemos al otro.

sábado, 3 de julio de 2010

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


"No llevéis bolsa, ni dinero,
ni sandalias"
Lc 10,1-12. 17-20
El Evangelio de hoy nos dice lo que no necesitamos para el recorrido de la vida con Jesús. Él mismo envía a los setenta y dos discípulos y los manda de dos en dos. En el mundo de la fe no existe el individualismo. No existe el evangelizador furtivo. De dos en dos para que el camino sea más llevadero, para que se ayuden uno a otro, para que lo que prediquen sea un testimonio contrastado.

En todo proyecto o viaje humano siempre tenemos que tener bien claro lo que debemos de llevar según el punto de destino y las características concretas. Jesús, en cambio, nos deja bien claro lo que no tenemos que llevar en el camino de la evangelización:

- "No lleven bolsa, ni dinero, ni sandalias"No llevemos lo que nos puede dar una seguridad aparente ni para nuestro cuerpo ni para nuestro sustento ni para nuestro duro caminar. Hay cristianos que piensan que el cristianismo se tiene que equiparar a una ONG de nuestro tiempo. Creo que no han entendido en profundidad cuál es el mensaje ni cuál es su finalidad. El Evangelio es desposeerse de todo para tenerlo todo.

- "No se detengan a saludar a nadie en el camino"Las distracciones en el mundo de la fe pueden ser más que perjudiciales y nocivas al punto que nos pueden hacer perder todo nuestro objetivo.

Saludar significa pararnos y descentrarnos del camino. Por un simple saludo que fue a mucho más numerosas personas abandonaron la fe. No significa alejarnos de las realidades humanas y de las personas. Lo que nos quiere decir es que tanto las realidades como las personas nos pueden alejar de la meta propuesta, del camino comenzado.El saludo a la hora de entrar en una casa es el ofrecimiento de la paz que sólo puede ser acogida por quien tiene deseos de paz. La paz sólo puede ser acogida por aquellos que tienen ansia de ella. No nos está hablando aquí de la paz sociológica o ausencia de guerra. La paz tiene aquí una dimensión más interior, más profunda; es la paz que nace de un corazón que busca en paz.

- "No anden de casa en casa"No tenemos que ir buscando nuevas sensaciones ni nuevas emociones. Estar centrados en el Evangelio significa vivir en la casa de Dios de modo permanente. Las otras "casas" son las ideologías del mundo a las cuales somos constantemente invitados a a visitar...La misión de estos misioneros la reciben del propio Jesús quien les dice que:

- "Sanen a los enfermos"La enfermedad siempre ha estado presente en los seres humanos. Las dolencias no nos dejan ser tal y como realmente somos. Cuando somos víctimas del dolor sea emocional, físico o espiritual, no estamos viviendo en plenitud; estamos como a medio hacer. Jesús nos invita que estos sufrimientos sean superados por el amor de Dios y sus seguidores. Sólo el amor es el que tiene el poder de transformar y de cambiar la vida de una persona y convertir la enfermedad en salud.

- "Díganles: el Reino de Dios ya está cerca de ustedes."Dios siempre está cerca de las personas que caminan por el sendero adecuado. Para el ser humano de hoy el Reino de Dios es una constante invitación a superar los logros humanos que tanto nos prometen, para zambullirnos en los logros que Dios puede hacer en nuestra alma. El Reino de Dios nos trae la felicidad plena a nuestra vida.Los auténticos seguidores y seguidoras de Jesús serán capaces de, en su nombre, lograr la transformación de la vida de las personas y de las realidades sociales en las que viven.

El Evangelio no es intimismo; no es buscar el solo bienestar interior sino que es una llamada a salir de nosotros mismos para llevar a los demás la alegría que tenemos en el corazón.Da mucha tristeza el ver cristianos tristes con una mirada triste y una vida interior sin perspectiva divina. Jesús nos invita a que ni el mal ni el desaliento tengan hueco en nuestra vida. La vida de Dios es siempre para repartir.

jueves, 24 de junio de 2010

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Deja que los muertos entierren a sus muertos tu ven y sigueme"
Lc 9,51-62


Hoy nos encontramos a Jesús camino de Jerusalén. Un camino de encuentros y de desencuentros ante su persona.

Los samaritanos no quisieron recibirle y Santiago y Juan proponen a Jesús el bajar "fuego del cielo" para acabar con ellos; pero Jesús los reprende. Aún hoy muchos cristianos tienen esa misma reacción. Creen que no aceptar la presencia de Dios por parte de muchas personas es motivo más que suficiente para ser exterminados tanto espiritual como materialmente. Menos mal que Dios no es así. Jesús les reprende por su celo destructor más que por su celo evangelizador. Evangelizar es siempre invitar nunca imponer ni muchos menos condenar.

Los grandes retos que nos pone la sociedad actual nos pueden hacer llevar a reaccionar como Santiago y Juan. Un buen método para no llegar a soluciones drásticas y a sufrir interiormente es rezar sinceramente por quienes creemos alejados de Dios. Nuestra oración le vendrá bien al alejado y también a nosotros.

Muchas personas que se enfadan por la actitud indiferente o antirreligiosa de su prójimo, no se dan cuenta de la imperfección que albergan en su propio corazón. El Espíritu de Jesús es el Espíritu del amor, no del rencor, el odio o la violencia. Tenemos que pedir al cielo paz y amor en lugar de violencia y fuego. Cristo vino para acabar con la enemistades no para fomentarlas.
En el camino nos encontramos con tres invitaciones al seguimiento de Jesús. Cada una de estas propuestas representan un aspecto de la condición humana:

- Primer personaje: La excesiva seguridad en uno mismo.
El primero es un hombre que se ofrece a Jesús para "seguirle adondequiera que vaya". La respuesta de Cristo es un tanto desconcertante. Le dice que el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza... Ante un proyecto le responde con una realidad. Jesús no tiene grandes medios e invita a sus seguidores a que tomen ejemplo. Podemos pensar que la evangelización necesita grandes derroches económicos o intelectuales o teológicos y eso no es cierto. Los que han transformado y purificado a la Iglesia son los que supieron seguir a Cristo y asumir su realidad. Este primer hombre no ha calculado sus fuerzas y se invita a hacer un seguimiento un tanto a la ligera. El Evangelio no nos dice si al final siguió a Jesús.
La vocación no es una opción que yo hago por mi cuenta y riesgo prescindiendo de cualquier otra referencia. La vocación es siempre una respuesta a una llamada.

- Segundo personaje: El apego a los afectos.
El segundo personaje es llamado por Jesús: "Sígueme". Esa palabra que había movido a otros parece que también le llega, pero pone condiciones:
"Déjame ir primero a enterrar a mi padre." El Maestro no le da el pésame, no le acompaña en el sentimiento; por el contrario, le invita a "dejar que los muertos entierren a sus muertos". ¿Qué significa esto? ¿No son acaso los propios mandamientos quienes nos proponen el respeto a los padres? ¿Cómo Jesús puede decir eso?

Nuestro hombre lo que hace es anteponer una realidad al seguimiento. No es que tengamos que alejarnos de nuestras familias o no quererles. Dios es un Dios de amor. Lo que puede ocurrir es que cuando damos prioridad a nuestras relaciones familiares podemos apartarnos del camino con mucha facilidad. Si la familia se nos vuelve un serio obstáculo para el seguimiento tenemos que seguirles queriendo pero teniendo un claro planteamiento de nuestras prioridades. Si nuestra familia no es creyente podemos caminar con ellos humanamente y quererles de verdad, pero sabemos que no son partícipes del proyecto de Jesús.

La familia a la que Jesús nos invita es aquella donde está nuestra familia carnal pero también nuestra otra familia espiritual. La Iglesia es la familia de Jesús.

- Tercer personaje: El apego al pasado.
Quiere seguirle pero primero quiere despedirse de los suyos.
El que está arando en el camino de la fe tiene que tener puesta la mirada hacia adelante no hacia atrás. Si miramos siempre para nuestro pasado los surcos de la fe y de la evangelización no saldrán rectos. La vida cristiana será siempre o un anhelo para superar el pasado o una lucha constante porque nuestro pasado no se haga presente. Seguir a Jesús es pacificar y asumir con serenidad nuestro pasado. Tenemos que aprender a mirar el pasado sin dolor.

Las respuestas de Cristo son para nuestros personajes una nueva alternativa. Hay otra manera de vivir por encima de nuestros proyectos sobre Jesús. Ser cristianos es abandonar nuestros apegos y escuchar y poner en práctica las propuestas del Maestro.

lunes, 7 de junio de 2010

SOLEMNIDAD, SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

"Comieron todos y se saciaron."
Lc 9, 11b-17:

Hace sólo unas semanas celebramos la Ascensión del Señor y en esa fiesta veíamos como Jesús se va al Padre pero a la vez se queda entre nosotros. El lugar privilegiado donde el Señor Resucitado se ha quedado entre nosotros es precisamente la Eucaristía.

Cuando una persona católica dice que "no es practicante" se refiere a que no participa de la Eucaristía. Dentro de la teología popular se puede distinguir que el vínculo de unión con Jesús lo hacemos los católicos a través del sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo. Uno "no es practicante" porque no lea la Palabra, o porque no ayude a los pobres, o porque no rece... Una persona no es católico practicante porque no participa de Cristo en la Eucaristía.

¿Qué hacemos los católicos en la Misa?
Reconozco mi debilidad por la celebración de la Eucaristía. En cada momento importante de mi vida siempre ha estado la presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo. Les tengo que confesar una cosa: desde pequeño me propuse no aprender nunca la Misa de memoria. Claro que sé contestar, y sé invitar a los demás a orar, pero no sé memorizar a la ligera ni las respuestas ni las propuestas de oración. Fue una decisión meditada.

Permítanme los teólogos decir que la Misa no es otra cosa que la vida de Jesús celebrada como encuentro y alimento. Cuando voy a la Eucaristía sigo a Cristo por el camino. Llego y me encuentro -como en el Evangelio de hoy- a otras personas que probablemente no conozco pero que también vinieron a escuchar al Maestro. Se produce en nosotros un cambio al oír hablar del reino de Dios y muchos son curados de sus dolencias interiores. Sigue la celebración y nos encontramos que se nos ha hecho tarde y tenemos un hambre que no podemos disimular. Esta vez no son los panes y los peces los que se reparten, es el propio Jesús quien se da en comida. El pan y los peces lo podían llevar aquellos del Evangelio en sus manos; a Jesús cuando lo recibimos sólo podemos llevarlo en el corazón.

Hay una seguridad y es que los que siguen a Cristo en el camino de la vida son atendidos por Él de un modo especial, pues no permitirá que les falte de nada. Nos es difícil entender cómo los católicos perseguidos de todos los tiempos han encontrado en el Cuerpo y la Sangre de Cristo la fuerza necesaria para que mantenerse y seguir avanzando en la fe. Nosotros en cambio tenemos la posibilidad de ahondar en la Eucaristía y en nuetro cambio.

El que va a la Eucaristía sólo tiene que llevar su vida bien dentro y entrar con ella a la Iglesia; el resto es Jesús quien lo pone.

No estoy diciendo que las celebraciones tienen que ser aburridas pero tampoco tenemos que convertirlas en espectáculos.

El Cuerpo y Sangre de Cristo están muy unidos y relacionados con la caridad. Caridad entendida como compartir con los más débiles y necesitados. Ir al Cuerpo de Jesús es pasar antes por el amor a los demás. Creo que si cada uno de los que vamos a la Iglesia viviéramos esta realidad nuestro mundo sería distinto y nosotros también.

Termina el Evangelio diciendo que la gente comió hasta quedar satisfecha y hasta llenaron doce canastas con los trozos sobrantes. Todavía no termino de entender como hay personas que salen de la Eucaristía con el mismo hambre con el que entraron ¿Qué estará fallando en ellas?

viernes, 28 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD



Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad
( Jn. 16,12)

Todas nuestras celebraciones religiosas comienzan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Comenzamos siempre reuniéndonos en el nombre de Dios.
El mundo de hoy no acepta con mucho agrado los misterios. Piensan nuestros contemporáneos que todo se debe explicar y todo debe tener su formulación precisa, por eso es incómodo hablar del Misterio de la Santísima Trinidad a los no creyentes de hoy. Pero es urgente rescatar la presencia de Dios Uno y Trino en la vida de cada ser humano.

¿Por qué los cristianos aceptamos el Misterio?
Nosotros sabemos que las realidades en las que nos movemos son bastantes superiores a nuestras propias capacidades. ¿Acaso para los seres humanos de hoy no es superior a ellos la Justicia, la Libertad, el Bien, la Tolerancia...? y sin embargo creen en su presencia y de su necesidad en el mundo. Algo parecido nos sucede con Dios.
¿Cómo hablar de la Trinidad al no creyente y al creyente?

Hoy como ayer los seres humanos somos iguales que aquellos apóstoles a los cuales toda explicación sería demasiado (v.12). Tenemos que convivir con el Misterio y dejar que sea Dios quien nos lo vaya explicando. El fallo de muchos no creyentes es pensar que son ellos los que tienen que aceptar a Dios y el Misterio de su intimidad. Si razono, si me convencen los argumentos acepto a Dios y su mundo... Nada más lejos de la realidad. El creer en Dios y aceptarlo en nuestra vida es siempre un regalo que Él nos hace. Me conoces porque te muestro Quién Soy. Sólo puedes conocer de mí lo que te regalo, lo que te ofrezco, lo que te propongo, y te quiero tanto que me he dado a conocer totalmente a ti.

Todavía los apóstoles no son capaces de aprender otras cosas más profundas sobre la fe. Jesús se hace cargo de nuestra debilidad, pero les promete que pronto les enviará ayuda suficiente.
El Espíritu Santo nos guiará en la verdad. La verdad de la que nos habla no es la verdad filosófica, ni del sentido de las cosas. Nos está hablando de la verdad sobre lo que necesitamos para seguirle, para mantenernos en Él y vivir en Él.

La Trinidad es una verdad revelada por el mismo Dios que se nos ha dado a conocer. Es la respuesta de Dios al "No es bueno que el hombre esté solo..." del Génesis. La soledad material es dura pero la espiritual lo es mucho más, no en vano encontramos en nuestras sociedades de hoy personas realmente solas rodeadas de millones de seres humanos.
Dios se nos muestra en la plenitud en la Trinidad.

Para un cristiano hablar de Dios Trino es relativamente fácil. Los creyentes para descubrir a Dios plenamente tenemos que hacernos tres preguntas básicas:

- ¿Quién me creó?
Me pregunto sobre el origen no sólo material de mi vida sino también de la realidad no material que se hace presente desde el primer momento de mi existencia. Dios Padre me creó a su imagen y semejanza.

- ¿Quién me redimió?
La creación de Dios se truncó en un momento de la Humanidad. La creación se volvió contra el creador, trató de prescindir de Él. La distancia que creó fue tal que se rompieron los caminos para llegar a la armonía primera del ser humano con su creador y consigo mismo. Separándose de su creador se alejó de sí mismo. Fue Jesús quien arregló los caminos y nos enseñó que Él era el único Camino para llegar al Padre.

- ¿Quién alienta mi fe y continúa en mí la obra buena iniciada por el Padre y el Hijo?
Creación y redención necesitan una actualización permanente. Yo tengo que dejarme crear y redimir cada día de mi vida. Creación y redención tienen que ser en mí algo vital y continuo; pero mi debilidad necesita ser constantemente ayudada. El Espíritu Santo viene en ayuda de mi debilidad. Con sus dones potencia la creación y la redención que hay en mí y lo hace cada día, en cada momento.

Soy frágil, lo sé. La buena obra que Dios ha comenzado en mí la puedo romper por descuido, por maldad o por indiferencia. Puedo ignorar el sacrificio amoroso que Jesús hizo por mí, pero si acepto al Espíritu Santo en mi vida iré de nuevo recomponiendo la obra de Dios que soy yo y que rompí con mis pesadumbres y alejamientos de Él. Miraré la cruz y entenderé el porqué se vació la tumba del Maestro. La Trinidad son tres momentos de un solo Dios.

La Trinidad es la oportunidad más grande de cambiar que se le ofrece a un ser humano, quien la acepte será recreado, salvado y alentado en el camino de fe. No nos equivocamos en llamarla "Santa" porque aceptar a Dios plenamente nos hace santos.

domingo, 23 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES


"Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo. Reciban el Espíritu Santo."
Jn 20, 19-23


Hoy celebramos en toda la Iglesia la gran Solemnidad de Pentecostés, el día en que Jesús nuestro Salvador envía desde el cielo la fuerza que durante toda su vida pública nos prometió. Nos da su gracia a través de la tercera persona de la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo dicen algunos que es "gran olvidado" aunque nuestra vida de fe esté llena de términos y expresiones "espirituales". Pero el Espíritu de Dios no se esconde, es más, actúa en muchos lugares tanto dentro como fuera de la Iglesia.

Al comienzo de la Biblia (Gén 1,1-2) ya aparece su presencia y en el último libro, en el Apocalipsis, (Ap 22,17) lo volvemos a encontrar. Dios en el comienzo y en el final de la Palabra. En el resto de los libros bíblicos vamos descubriendo su presencia de mil maneras distintas. Sus auxilios nunca abandonaron al ser humano en su caminar hacia Dios.
Ya sabemos quién es el Espíritu Santo; vamos a preguntarnos ahora cómo actúa, qué hace en el momento presente.

El ser humano por sí mismo no puede lograr muchas cosas espirituales. Necesita que sea Dios mismo quien le muestra el camino por donde hay que llegar a la tierra del Espíritu; pero el aprendizaje que Dios nos hace no se realiza de una manera abstracta, anónima o del todo invisible. El Señor sabe establecer los márgenes donde tenemos que movernos para irle descubriendo. Cada persona es distinta y es por ello que la presencia espiritual en cada uno tiene, además de lo básico y fundamental de toda vida cristiana, una serie de ayudas y regalos por parte del Espíritu. De ahí que no todas las personas tengamos ni los mismos carismas ni las mismas cualidades para desempeñar nuestra misión de cristianos. Dios me ha creado individual y personal; soy "alguien" para mi Padre del cielo. Jesús dio su vida por mí para salvarme y me ha con-resucitado en Él. El Espíritu Santo toma esta realidad de ser "alguien con-resucitado en Dios" y viene en nuestro auxilio dándonos las ayudas y claves espirituales para que podamos tener una vida digna de tal título. No nos deja solos pero nos deja en libertad.


¿Qué hace el Espíritu Santo en mi vida?
Esta es una pregunta muy importante que hay que responder una y otra vez a todas las personas, pero de una manera especial a los que se incorporan a la fe o a los que flaquean en ella.
Dios no se desentiende de su creación. La Humanidad, a pesar de todo lo que vemos cada día, no está abandonada por Dios que actúa mediante su Espíritu. Veamos algunas de las acciones que fortalecen la vida del cristiano y de todo ser humano que permanece abierto a su acción:


· El Espíritu Santo me hace encontrar cada día con Dios amor y con el amor de Dios.
· Ordena mi vida desde el amor. Mis anhelos, mis deseos, mis fracasos y mis éxitos, mis relaciones con los demás y con Dios cuando Él actúa adquieren un nuevo sentido en mi existencia.
· Fortalece mi debilidad humana y espiritual en la oración, la meditación, el estudio, el trabajo y toda la vida diaria.
· Da vida a mi vida. Hay aún muchos restos de muerte en mi vida que necesitan ser transformados y recuperar el talante divino.
· Me enseña a buscar bien a Dios y me conduce a un encuentro profundo conmigo mismo y con los demás.
· Me enseña a preparar mi corazón, purificando la voluntad de afectos extraños, el entendimiento o la razón de preocupaciones, la memoria de ocupaciones inútiles o embarazosas y alguna vez también de las necesarias.
· Me hace comprender que el amor de Dios no es algo del pasado y me da pistas más que suficientes para actualizar el amor de siempre tal como la Trinidad quiere.


Los cristianos debemos estar una y otra vez revisando nuestra vida a la luz del Espíritu Santo. No debemos de caer en un afán de autosuficiencia prescindiendo de las acciones de Dios en nuestra vida; Dios es el único que puede saciarnos de vida, gozo y plenitud.

Cada creyente está escribiendo dos historias paralelas, una es la visible, la material, la otra es la invisible que mueve a la anterior, ambas están llamadas a dejarse transformar y madurar en la presencia de Dios. ¿Seremos nosotros capaces de que el Espíritu Santo siga actuando en nosotros? ¿Seremos nosotros lo suficientemente fuertes para lograr un cambio real en nuestra vida? Esas respuestas las tenemos que dar en la medida que nos dejemos guiar por su Espíritu Santo.

viernes, 14 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR


Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo.
(Lc. 24,56-46)

Hoy celebramos la Ascensión del Señor y no es extraño que algún alejado se pregunte sobre el motivo de esta fiesta. Quizá sea para complicar aún más todo el proceso del creer... ¡Lo bueno que hubiese sido que Jesús después de su resurrección se quedara para siempre visible entre nosotros! ¡Seguro que nos hubiese simplificado más las cosas! Este interrogante del alejado queda lo suficientemente explicado por la fe del creyente.

La Ascensión de Jesús no es una ascensión local, o sea, no es pasar de un espacio a otro. Es una intensificación de la presencia del Señor en nuestra realidad sabiendo que no nos abandona ni después de resucitado.

Hoy la Palabra nos hace como un sencillo resumen de los grandes misterios de nuestra fe. Nos enuncia que el Mesías tenía que morir, que resucitaría al tercer día y que en su nombre hay que anunciar a todas las naciones que se conviertan a Dios. Nunca en tan pocas líneas se dijo tanto. Muerte y resurrección consiguieron el perdón de los pecados.

Jesús nombra "testigos" a sus amigos. La evangelización auténtica no es otra cosa que escuchar y ver a los testigos de Jesús, aquellos que pueden palpar hoy su presencia viva y vivificante en sus vidas. En nuestras parroquias hay muchos agentes de pastoral, pero necesitamos más testigos.

Nuestras organizaciones pueden funcionar más o menos bien, pero sólo los testigos son capaces de interrogar con su vida a los demás para, desde ahí, acercarlos más a Dios. Los teóricos sobre Dios nunca han evangelizado.

El Resucitado asciende desde el Monte de los Olivos (Hech 1,12), cercano a Betania. Allí estaba el huerto donde comenzó su agonía y comenzaron sus padecimientos. Nunca debemos de olvidarnos que el camino de la resurrección siempre pasa por los padecimientos y la muerte previa.
Los discípulos no le vieron salir del sepulcro porque la resurrección podía probarse mediante la evidencia de contemplarlo vivo después de su muerte, pero tuvieron la experiencia de verlo ascender a los cielos. Se marchó bendiciéndolos. No se marchó enfadado por las traiciones y sus miedos sino con amor y dejándoles su bendición. "Mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo". Comenzó a bendecirles estando todavía en la tierra, y así continuó bendiciéndoles hasta su entrada en el cielo. Dios nunca pone fin a sus bendiciones sobre nosotros.
En la escena no aparecen ni carros ni caballos de fuego, como los que se llevaron a Elías. Jesús conoce bien el camino del cielo.

Los discípulos después de adorarle se volvieron a Jerusalén muy contentos porque sabían que Jesús resucitado les abría el camino para la eternidad. Mirar la ascensión así es encontrarnos con Dios de manera cercana: Él está conmigo en el camino de la vida para mostrarme cuál es el sendero que me lleva definitivamente y por toda la eternidad a estar en su presencia. Me deja ver su muerte, me hace que experimente su resurrección y me enseña mi último punto de llegada: el cielo. Esto es lo que supone la Ascensión, esto es lo que celebramos hoy.

¿Dónde está Dios entonces, en el cielo o en la tierra? preguntará nuestro amigo alejado. La respuesta es bien sencilla: en el cielo y dentro de cada uno de nosotros. Es lo mismo que ocurre en la Misa: mientras la hostia está fuera de nosotros, le vemos, le adoramos; cuando la recibimos y comulgamos no la vemos más, ha desaparecido, se ha hecho parte de nosotros para estar ahora dentro de nosotros. Dios no está en los sucesos materiales que suceden en el mundo sino en el corazón de las personas que lo provocan.

La presencia de Dios está hoy en los acontecimientos, la Palabra, los sacramentos, en la Iglesia, en la comunidad, en los más pobres y débiles, en sus discípulos... Son numerosas sus presencias que él no creyente no percibe igual que no percibe el amor quien no lo siente. La Ascensión no es la ausencia de Dios sino la presencia intensificada de Dios en nuestra vida diaria.
Todos los cristianos, seamos sacerdotes, religiosos o seglares, estamos llamados a ser testigos de la resurrección y ascensión de Jesús. Ser testigo es en este caso hablar con la vida de quien dio la vida y subió al cielo quedándose entre nosotros. ¡Ten los ojos bien abiertos porque en cualquier momento te puedes encontrar con Él por la calle y en tus adentros