viernes, 7 de octubre de 2011

“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reces cebadas, todo está listo. Vengan a mi boda

(Mt.22, 1-14)

Rev. Alexander Diaz



A todos nos gusta participar de las fiestas de una boda, porque se celebra el amor entre dos personas que están enamoradas y a través de esa fiesta manifiestan su compromiso ante Dios y ante la comunidad, por ello que se invitan a todos los más cercanos, los familiares y amigos. Hoy este domingo vigésimo octavo del tiempo ordinario, nos presenta una fiesta de bodas, pero no es una fiesta común y corriente es un "Banquete de Bodas" preparado por Dios nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos. Es el amor entre el Dios de la vida y el género humano, del cual Dios es el principal enamorado.


Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con Él para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios “enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas" (Ap. 21, 4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.


Es la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad. Y a esa fiesta estamos invitados todos. Pero en la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos responden a la invitación del Señor y otros no, porque tuvieron algo más importante que hacer: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir... Uno se fue a su campo, otro a su negocio..." (Mt. 22, 1-14).


Me pregunto a mi mismo ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo! Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Buscamos mil pretextos para no estar con él, siempre hay excusas para ignorar esta fantástica invitación, le damos importancia a lo que no tiene importancia, nos hacemos los desentendidos y los importantes con sus cosas.

Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su Fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿cómo respondemos? Si nos revisamos bien, podemos darnos cuenta de la importancia que le damos a las cosas de este mundo, y de cómo postergamos o rechazamos las cosas eternas, al no aceptar las invitaciones del Señor.


¿Será que los hombres y mujeres de hoy estamos tan hundidos en los negocios terrenos que consideramos que es tiempo perdido pensar en Dios y en la vida eterna? Y ¿qué nos dice el Evangelio sobre los que no acepten la invitación al Banquete Celestial? Es muy claro: otros serán invitados en lugar de los que no asistan. El hombre de hoy a perdido la ilusión por el reino de los cielos, ya no sueña con ser santo, ya no piensa en estar con Dios para toda la eternidad, ya no quiere aventurarse en conquistar el cielo, porque le parece una utopía, un sueño algo que no existe y que fue inventando por nosotros mismos. Por tanto preferimos la felicidad pasajera, dinero, poder, placer, es más seguro, que esperar a participar de la felicidad eterna en el cielo.
San Lucas, al relatar esta Fiesta Celestial, es mas especifico y mas detallado al relatar lo que sucedió cuando los principales invitados no aceptaron estar en esta boda, nos dice que invitó luego a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos (Lc. 14, 22) .


Estos son todos aquéllos que el mundo considera insuficientes: los pobres de corazón, que saben que no tienen nada si no tienen a Dios; los inválidos -inválidos espirituales- que saben que no pueden valerse sin la ayuda de Dios; los cojos que saben que necesitan las muletas que sólo Dios puede ofrecerles; los ciegos que saben que necesitan la luz de Dios para poder ver.


Los sabios según la sabiduría de este mundo, los orgullosos, los presuntuosos, los apegados a las cosas del mundo y a los bienes materiales corren el riesgo de ser invitados y de no asistir, por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno. Y corren el riesgo, también, de no estar vestidos adecuadamente y de ser echados fuera. No estar bien vestidos significa no tener suficiente preparación espiritual para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación, el traje de bodas del cual habla el evangelio, es la sinceridad y la verdad con la que debemos de vivir constantemente.


La invitación al Banquete Celestial es para todos, pero muchos no aceptan... y algunos no están debidamente preparados. De allí la sentencia de Jesús al terminar esta parábola: "Muchos son los llamados y pocos los escogidos".


Recuerda estas invitado a un banquete de Bodas, acepta la invitación porque será una fiesta eterna en la cual serás el principal invitado, Jesús invita, ponte el traje de la verdad y la autenticidad.
Amen

viernes, 30 de septiembre de 2011

“Les será quitado a ustedes el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca frutos”
(Mt.21,33-43)

Rev. Alexander Diaz




Nos encontramos celebrando el domingo vigesimoséptimo del tiempo ordinario, Jesús continua explicándonos el reino de Dios a través de parábolas, y a través de ellas quiere que lleguemos al conocimiento de la verdad.

La parábola de este domingo es conocida como de los viñadores homicidas, el Señor resume la historia de la salvación. Compara a Israel con una viña escogida, provista de una cerca, de su lagar, con su torre de vigilancia algo elevada, donde se coloca el guardián encargado de protegerla. Dios no ha escatimado nada para cultivar y embellecer su viña. Nos a dado todos los recursos, para que podamos trabajar y desarrollarla al máximo.

Cada uno de los elementos con los cuales a dispuesto esta viña tiene su propia significación: los servidores, enviados por el Señor, son los profetas, que a lo largo de la historia se han encargado de anunciar la buena noticia, de que el pueblo mejore y se vuelva mas consiente de las gracias que Dios ha provisto la viña y denunciar al pueblo su poco agradecimiento y su visión ante estas gracias dadas por Dios.

El hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén, si nos damos cuenta fue crucificado en el Golgota, fuera de la gran ciudad, condenado con desprecio y con odio por los viñadores que son los judíos infieles: los escribas y fariseos, quienes se sentían como dueños del templo y de la religión de aquel tiempo olvidando, que tenían sus cargos por obra y gracia del Dios creador y señor de todo.

El otro Pueblo al que se confiará la viña son los paganos, pueblos no judíos, que eran vistos con desprecio por las autoridades de aquel tiempo y que fueron al final de cuentas los que verdaderamente escucharon y practicaron y escucharon las enseñanzas de Jesús al final de todo. La ausencia del dueño da a entender que Dios confió realmente Israel a sus jefes. De allí surge la responsabilidad de estos jefes y la exigencia del dueño a rendir cuentas, para lo que envía a sus siervos a percibir los frutos de la viña.

El segundo envío de los siervos a reclamar lo que debían a su dueño, y que corre la misma suerte del primero, es una alusión a los malos tratos infringidos a los profetas de Dios por los reyes y los sacerdotes de Israel. San Mateo también nos dice en otro pasaje del Evangelio que: “los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos”. Finalmente les envió a su propio Hijo, pensando que a Él sí lo respetarían.
La maligna intención de los viñadores de asesinar al hijo heredero, para quedarse ellos con la herencia, es el desatino con que los jefes de la sinagoga, enceguecidos por la ambición, esperan quedar como dueños indiscutibles de Israel al matar a Cristo.

Para nosotros, los cristianos de todos los tiempos, está parábola es una exhortación a la fidelidad a Cristo, para no reincidir en el delito de aquellos judíos de la parábola. Debemos tener conciencia de los dones de Dios y de la premura del tiempo. Este domingo nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha concedido en la vida.
A veces advertimos que el tiempo de nuestra vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy pobres y raquíticos.

¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña?

El tiempo sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con Madre Teresa y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas. No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos mucho fruto.

Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios. Ahora bien, para dar fruto es preciso ser dócil al plan de Dios. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso de la Iglesia. Cada uno, pues, tiene una misión personal e intransferible.

No la podemos desempeñar de cualquier modo o según nuestros caprichos. El éxito de la fecundidad espiritual radica en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de los santos. El secreto radica en la identificación con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida en rescate por la salvación de los hombres.

La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado. “Sin efusión de sangre no hay redención”.

viernes, 23 de septiembre de 2011

VIGESIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“En verdad se los digo: en el camino del reino de los cielos, los publicanos y las prostitutas andan mejor que ustedes”


(Mt.21,28-32)
Rev. Alexander Díaz


La liturgia de este domingo toca en lo profundo de nuestro corazón a todos y cada uno de nosotros en nuestro compromiso y obediencia en la vivencia del evangelio. Siempre me ha llamado la atención ver que por las parroquias pasan millares de personas de todas las edades, buscando un sinfín de servicios religiosos, sacramentos, fiestas de difuntos, misas de acción de gracias por milagros recibidos, y estos elementos me parecen fantásticos porque me hacen sentir que mi iglesia está viva y vibrante… pero me llama la atención que nadie quiere comprometerse, mas bien, da la impresión que huyen al compromiso, dan un sí a la fe, pero a medias.

Un sí creo pero no me pidas mas; siento que se quiere profesar una fe con los labios pero no con el compromiso de vida y de perseverancia incondicional. Esto viene a ser como el segundo muchacho del evangelio que dijo, “voy a trabajar” pero no fue, se quedo acomodado simple y sencillamente endulzando el oído a su padre pero no fue sincero en el actuar, es importante la escucha y la respuesta afirmativa del evangelio, con un compromiso de vida bien llevado, que traspase los limites de nuestro entorno político y social donde el compromiso se torne vivo y radiante y que la respuesta se plasme en acciones claras y concretas de justica y paz.

Siento que Jesús en la parábola de este domingo quiere dar un sentido de bien claro: lo importante no es hablar, sino hacerlo en acciones, el primer muchacho se negó a ir de entrada, fue sincero pero recapacito y fue a hacerlo más tarde con amor, el otro solo dio una respuesta por cumplimiento. Las acciones son importantes, las acciones son más convincentes cuando se hacen con amor y esmero, acuñadas con la fe solidaria del amor evangélico.

La parábola de Jesús pone al descubierto la falta de compromiso de sus interlocutores – escribas y fariseos – en la lucha por la construcción del reino y de un mundo más justo, decían seguir el mandato del Señor, pero no se comprometían con sinceridad, lo hacían a su conveniencia. Nos muestra además como los que eran considerados pecadores por ese cuerpo religioso eran, en realidad los únicos atentos a la llamada del reino.

La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o prolongados ejercicios piadosos, sino más bien una llamada a la fraternidad porque todos somos hijos de Dios con una misión concreta que cumplir responsable y comprometidamente.

Las palabras de Jesús herían la sensibilidad de aquellos que estaban envueltos en el desarrollo cultual y religioso de aquel tiempo, que se consideraban auténticos seguidores de Dios e inigualables hombres de fe, porque colocaban delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: prostitutas y publicanos, en el mundo actual serian aquellos que según muchos no tienen una moral recta.

Los publicanos y prostitutas eran despreciados por todos porque ejercían según ellos una labor pecaminosa publica y eran una vergüenza, por ello nadie se atrevía a hablarles ni a tener ningún contacto físico, al menos en público. Me encanta Jesús porque ridiculiza todas esas valoraciones lazadas con desprecio a estos pobres de corazón por su moral mal llevada. Pero ciertamente Jesús no ve esa moral, más bien ve la hipocresía de ellos que viven en el templo pero no han entrado, su corazón esta mas frio que un pedazo de hielo, y más duro que una roca.

En los publicanos y en las prostitutas Jesús veía su humillación, un corazón mas abierto a Dios y a su perdón, menos orgulloso, y ve prepotencia en los corazones de los escribas y fariseos y sobretodo un orgullo arrogante, y nada de misericordia y comprensión para con estos pobres y marginados de la sociedad. Al final de la vida lo que importa será lo que hicimos con estos pequeños pobres y marginados.

La misericordia y el compromiso sano y santo son importantes para heredar el reino de los cielos. Si estas involucrado viva mente en tu parroquia, lee y aplica con atención y diligencia este evangelio a tu vida y busca tu propia identificación con él. Amen

viernes, 16 de septiembre de 2011

VIGESIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primero”

(Mt.20,1-16)



Cada domingo la palabra a encontrarnos a nosotros mismos y encontrar la tan preciada gracia de Dios en nuestras vidas, a ver su amor y su misericordia, su gratitud y su generosidad por todos y cada uno. Las lecturas de este domingo como todos los anteriores son impresionantes, porque plasman con una claridad rica la bondad de Dios. La lectura del profeta Isaías presenta a Dios regalando un perdón total y gratuito. El perdón que Dios da al que hace lo posible por vivir de acuerdo con la exigencia de la fe es un acto de una misericordia que tiene comparación entre los seres humanos.

Dios nos da la oportunidad de buscarle y encontrarle, es claro al hacer esta llamada, “Buscan al Señor mientras le encuentran”(Is. 55,6). Muchas personas se preguntan y hasta yo mismo en muchas ocasiones me pregunto, donde esta Dios, donde está su presencia y al mismo tiempo caigo en la cuenta que El, está más cerca de lo que yo mismo pienso. El se pone en nuestro camino para que le encontremos y para que sigamos sus pasos, pero nos volvemos ciegos por nuestros propios complejos y caprichos.

Todas las oportunidades que El nos da tienen justo valor y debemos de aprovecharlas, solo aquel que las aprovecha llegara a triunfar plenamente en la vida. Por el contrario, si no las aprovechamos estamos autocondenandonos a fracasar y quedarnos siempre atrás, en la frustración y en la cobardía de la vida absurda y sin sentido. Por tanto, esta llamada de buscar al señor es un grito de alerta a despertar, a abrir los ojos, a sentir a Dios cerca, tan cerca que si nos percatamos bien, su mirada de amor penetra vivamente en nuestro corazón.

Es por ello que en el evangelio de este Domingo, Jesús nos propone el ejemplo de un hombre rico que va en busca de aquellos que no tienen nada que hacer y pierden su tiempo, porque según ellos nadie les quiere contratar.

Dios sale una y otra vez en nuestra búsqueda a contrartarnos para trabajar en su viña, a cualquier hora de nuestra vida, esta siempre ahí para darnos una oportunidad de ocuparnos en la salvación de nuestra vida. Nadie podrá decir que no sirve para nada, ni de nunca haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender este reino de vida.

Me llama la atención en esta parábola, la generosidad de Dios para hacer el llamado, a unos les llama en la mañana, a otros al medio día y a otros ya bien entrada la tarde. La lógica humana y hasta cierto punto justa según nuestros ojos, debería de ser que cada uno recibiera lo justo según el tiempo trabajado, sin embargo Dios piensa diferente a nosotros, de hecho nos lo dice en la primera lectura “Mis pensamientos no son tus pensamientos, y tus caminos no son mis caminos…” (Is. 55,8), cuesta aceptarlo y entenderlo.

¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparente “injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido en este relato, debemos darnos cuenta, primeramente, de que el Señor no está pretendiendo darnos una lección de sociología sobre la moral del salario. La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora.Más bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día, o a la última, o al mediodía... o cuando sea, y que debemos estar siempre listos para responder en el momento que seamos llamados -sea la hora que fuere- sin titubear, sin buscar excusas y sin retrasar la respuesta. Y el salario es el mismo porque Jesús nos está hablando de la salvación eterna, que es para todo el que quiera estar en la viña del Señor.

Jesús quiere también hacernos una advertencia contra la envidia, ese pecado en el deseo de querer que lo bueno de los demás no sea para ellos sino para nosotros, ese deseo diabólico que hace que nos sintamos enojados y molestos por el bien que los otros reciben. Cuantas personas destruyen a sus semejantes por el enojo y rencor desmedido por la envidia, o porque los otros son promovidos por la bondad de sus superiores o por las cualidades que este tiene para el desarrollo integral y personal. El Señor advierte a los trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy bueno?”

Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos, pues desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien. De no ser así, estamos pecando de envidia, ese pecado escondido, bastante más frecuente de lo que creemos. Si acaso hemos sido fieles al Señor desde la primera hora, debemos alegrarnos por los de las últimas horas. Alegrarnos, porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarnos también porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor toda la vida o casi toda la vida.

La frase final también es controversial, pero hay que notar que la repite el Señor con bastante insistencia en el Evangelio y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mt. 19,30)

¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Lo primero a tener en cuenta es que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán.
Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el más importante significado es que todos -primeros y últimos- van a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas, pero a la vez mantiene con sus gracias a aquéllos que desde su niñez o su juventud han vivido unidos a Él.

La paga final que nos dice el Evangelio de hoy nos hace caer en la cuenta que no es la cantidad de servicio lo que cuenta, sino el amor con el que se hace. Todo lo que Dios nos da por su gracia, sin nosotros merecerlo. Lo que da no es paga, sino regalo; no es un salario, es una gracia santificante, que debe de animarnos a ser más fieles y mas santos.

El cristiano no debe de ir buscando un salario sino que debe de trabajar en la alegría de servir a Dios y a sus semejantes. No hay para el trabajo evangelizador que pensar en términos de compensaciones. Todos tenemos que aprender de la bondad de Dios. Trabajar por el evangelio es un honor. Es un honor sentirse llamado a participar en la aventura de acercarse a los demás a la presencia de Dios, aunque esto represente soportar el peso del día. Don’t be afraid t olive under God’s presence.

Amen.

jueves, 8 de septiembre de 2011

VIGESIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Señor, cuantas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano?"


(Mt.18, 21-35)

Por. Rev. Alexander Díaz

El evangelio de este domingo, es retador y hasta cierto punto duro para aplicar en nuestras vidas, porque nos toca una de las partes que son más difíciles de entender, ya que el perdón no es fácil, porque es cerrar una herida sin pedir explicaciones. El perdón es uno de los inventos descabellados por Dios, que cuesta entenderlo y más aceptarlo y aplicarlo.

A Pedro le resultaba difícil entenderlo y para sentirse aliviado va con el maestro a preguntar, para salir de esa confusión, le dice: “Señor, cuantas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano?, hasta siente veces?, Jesus le contesto: No te digo hasta siente, sino hasta setenta veces siete… (Mt.18,21-22)

Es decir, siempre. Será necesario un cambio interior grande para realizar este perdón. Primero para entenderlo. Luego, para aplicarlo en circunstancias donde es natural que surja el odio y la venganza. Después, hay que pedir fuerza para vivirlo por encima de sentimientos contrarios.

Amar a quién nos ama es algo común y muy fácil de aplicar, es hacer el bien a quien nos hace el bien. Todos los seres humanos lo hacen, más o menos. Pero el seguidor de Cristo debe vivir un amor superior. Debe amar también cuando le ofenden y le persiguen. Debe perdonar, elemento que no es fácil porque nuestra fragilidad humana se niega a aceptarlo.

Cuando Pedro habla de siete veces, está cogiendo el número de la perfección espiritual. Jesús le contesta hasta setenta veces siete; lo que quiere decir es que hay que perdonar siempre que el ofensor esté en disposición de ser perdonado.

Jesús nos habla de forma explícita, nos dice que no hay que llevar cuenta de las veces que hemos perdonado, no tiene sentido guardar cuentas de las ofensas que hemos recibido, que ganamos con eso? Lo que ganamos es amagar mas nuestra vida y hundirnos más en la miseria del odio y la desesperación.

Si Dios llevase cuenta de nuestras ofensas, estaríamos perdidos, porque lo ofendemos continua y desmedidamente. Por tanto debemos de olvidar y borrar de nuestra memoria las veces que hemos perdonado y las veces que nos han ultrajado.

Decía la Madre Teresa que “El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”


Perdonar de corazón es uno de los grandes retos de los hombres. Perdonar como somos perdonados. Sólo el que se da cuenta de lo que es el pecado como ofensa a Dios, un auténtico misterio de iniquidad, puede percibir la grandeza de un Dios que perdona y aprender ese difícil y divino modo de amar.

“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, rezamos cada día, quizá muchas veces. El Señor espera esta generosidad que nos asemeja al mismo Dios. Porque si vosotros perdonáis a otro sus faltas, también os perdonará vuestro Padre celestial.

Esta disposición forma parte de una norma frecuentemente afirmada por el Señor a lo largo del Evangelio: Absolved y seréis absueltos. Dad y se os dará... La medida que uséis con otros, ésa se usará con vosotros. Jesús nos anima a adquirir el habito del perdón tal y como Dios hace con nosotros. El señor vino a darle corazón al perdón humano, desde ahí, desde el corazón es desde donde debemos entender esta parábola que hoy escuchamos.

  • Para perdonar debemos de tener en cuenta algunos elementosonar con misericordia a los que nos han ofendido.

  • Perdonarnos a nosotros mismos.

  • Somos reflejos del perdón de Dios para nuestros hermanos y para nosotros mismos.

Para el perdón cristiano es muy importante tener conciencia de sentirse perdonados por Dios, ya que el perdón adquiere sentido cuando se ve con los ojos de Dios y desde su dimensión divina, sin ella, se vuelve una simple farsa o un sinsentido.

Solo quien perdona a su prójimo puede esperar perdón de Dios, es lo que Jesús nos ha dicho en el evangelio de este domingo, ya que cada pecado que comentemos contra El, es una falta grande. En resumen, debemos perdonar de corazón. Dios mira el corazón; es ahí donde se fragua el pecado, es también en donde debe fraguarse el perdón. Amen

jueves, 1 de septiembre de 2011

VIGESIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Si tu hermano cae en pecado, repréndelo a solas”
(Mt.18, 15-20)

Jesús toca en el evangelio de hoy, dos grandes elementos en la vida de los seres humanos, primero nos habla de la corrección fraterna y luego nos invita a ser hombres y mujeres orantes, en palabras más sencillas, la oración constante tiene que llevarnos a vivir la corrección fraterna, a vivirla y a aceptarla.

La corrección fraterna es una obra de misericordia. Nadie se ve así mismo, nos cuesta ver bien nuestras faltas. Es por ello que es un acto de amor, ser complemento el uno del otro, para ayudar a verse mejor, a corregirse, ay udarnos los unos a los otros para que cada uno pueda realmente encontrar la propia integridad, la propia funcionalidad como instrumento de Dios, y para que esto suceda exige mucha humildad y amor.

Esta corrección es una verdadera obra de misericordia sólo si proviene de un corazón humilde que no se siente superior al otro, no se considera mejor que el otro, sino solamente humilde instrumento para ayudarse recíprocamente.

Con esto, Jesús nos está diciendo de manera sencilla, todos somos responsables de todos, usted es responsable de mi salvación y yo soy responsable de la suya, es por ello que nos invita de forma clara a ayudarnos, bajo el riesgo de perder el cielo y de dar cuentas ante El si no lo hacemos con responsabilidad, y se lo dice al profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy:

Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta y, el no se convierte, morirá el debido a su culpa, mientras que tu habrás salvado tu vida.” (Ez.33, 8-9)

Dios no puede ser más claro en su encomienda de pastorearnos mutuamente, y de forma precisa, me llama la atención el hecho de que si por nuestra negligencia y falta de amor al prójimo este pierde el cielo, nosotros seremos juzgados por no haberlo ayudado; es el llamado pecado de omisión, el omitir no ayudar al otro en su error, una responsabilidad mutua. Muchas veces nos quedamos callados ante el error ajeno, recuerde que de la sangre de estos que no salen de su error porque nosotros no les ayudamos, se nos pedirá cuentas.

La corrección es un bien y un servicio que se hace al prójimo. Pero aquí también hay reglas del juego, y hemos de tenerlas muy en cuenta para practicar cristianamente estos consejos que el maestro quiere hacernos entender.

Antes de corregir a los propios hijos o a nuestros educandos, o amigos familiares o personas que trabajan con nosotros debemos estar muy atentos nosotros para no faltar o equivocarnos en aquello mismo que corregimos a los demás; y, por tanto, el que corrige –ya se trate de un maestro, de un educador y, con mayor razón, de un padre o madre de familia, o amigo– debe hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud, y después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo.

Nunca mejor que en estas circunstancias hemos de tener presente el sabio proverbio popular de que “las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra”. Las personas –sobre todo los niños, los adolescentes y los jóvenes– se dejan persuadir con mayor facilidad cuando ven un buen ejemplo que cuando escuchan una palabra de corrección o una llamada al orden.

Al corregir, hemos de ser muy benévolos y respetuosos con las personas, sin humillarlas ni abochornarlas jamás, y mucho menos en público. ¡Cuántas veces un joven llega a sufrir graves lesiones en su psicología y afectividad por una educación errada! Y es un hecho que m

uchos hombres han quedado marcados con graves complejos, nunca superados, a causa de las humillaciones y atropellos que sufrieron en su infancia por parte de quienes ejercían la autoridad. Y no digo yo que no hay que corregir a los niños, sino corregirlos con la caridad debida.

Jesús nos explicó que los mandamientos se resumen en "Amar a Dios y al prójimo" esto más que ser un mandamiento es sentir lo que este mandamiento indica es sentirse amado por Dios, sentirse hijo, sentirse hermano, sentirse parte del desarrollo del otro: es un motor para vivir de otra manera, por tanto la corrección hemos dicho viene por amor y se recibe por amor, ante esto podemos especificar ese amor así:

- Respecto a Dios: con una inmensa confianza. Sin miedo. No le tenemos miedo a nuestra madre. Lo único que temo es disgustarle, porque la quiero. Es hora de que enterremos al dios/juez, que tan útil es para amenazar, y tan inoperante para motivar a una persona humana.

- Respecto a mí mismo: con un inmenso sentido de la dignidad y la responsabilidad. No me conformo con menos, no hago lo que no es digno de mí Padre. Dar la talla, ser un hijo que colme las expectativas de mi padre.

- Respecto a los demás: les quiero como hermanos, aunque no me caigan bien. No se trata de apreciarlos por sus cualidades. Les quiero. Por ellos, cualquier cosa. Porque mi padre no está; a él, a su cariño, no puedo responderle directamente. Pero sus hijos, mis hermanos, sí que están. Y para lo que necesiten, ahí estoy yo.

viernes, 26 de agosto de 2011

VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“El que quiera venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo”

(Mt. 16,21-27)


Rev. Alexander Díaz

El evangelio de este domingo es una continuación directa del domingo pasado, nos pone a un Pedro que de ser héroe pasa a convertirse en piedra de tropiezo, todo por no ver los que sucede desde Dios, en su sencillez permite que sus sentimientos dominen la realidad de su vida.

Jesús comenzó a anunciarles que debía ir a Jerusalén, donde tendría que sufrir mucho de manos de las autoridades judías, que terminaría siendo condenado a muerte, pero que resucitaría al tercer día.

Estas ideas no tienen sentido en la cabeza de los doce, ya que el sufrimiento y la muerte no están en su lista de prioridades, mucho menos en las características que el mesías debía tener.

Jesús comienza a hablarles abiertamente. Les habla del sufrimiento y de la muerte que le esperan, lo mismo les habla de la resurrección, para algunos esto lo ven con una mentalidad fatalista.

Pedro, haciendo gala de su impulsividad característica, llama a Jesús aparte, se toma la atribución de ser concejero del maestro, y le protesta, diciéndole “Dios te libre, Señor. Eso no te puede suceder a Ti” (Mt. 16, 21-27). La respuesta del Señor a Pedro es sumamente dura: “Retrocede, Satanás ... porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”.

Sorprende esta respuesta del Señor aún más, porque pocos momentos antes Pedro había sido nombrado jefe de la Iglesia y Jesús lo había felicitado por haberlo reconocido como el Mesías. Pero en este momento llama a Pedro “Satanás” y lo acusa de tener el modo de pensar de los hombres. Pedro piensa en esto como los hombres y no como Dios.

El pensamiento de Dios es muy distinto al pensamiento del mundo. Pero sucede que los seres humanos, en vez de adaptar nuestro pensamiento al de Dios, queremos que Dios se adapte al nuestro.

Pedro con una prudencia natural y una comodidad propia del ser humano, nos invita a buscar el mayor bienestar posible. Pedro piensa como muchos de nosotros, el cree que el sufrimiento no tiene ningún significado, que es algo totalmente negativo para el ser humano y que es un estorbo para el desarrollo de la vida presente.

Aunque la respuesta del señor es dura, hay en este lenguaje que Jesús quiere darnos a conocer y es que cada cosa humana adquiere desde Dios un significado distinto. Cuando pensamos que tal o cual cosa de la vida es una desgracia humanamente hablando, tenemos que ver el significado más profundo donde se nos da a conocer la voluntad de Dios para nuestra existencia.

El verdadero seguidor de Jesús lo sigue en el dolor para seguirle en el honor de ser cristiano probado y decidido, no al revés, que le sigue solo en el honor pero no le gusta participar del dolor de su seguimiento.

Jesús pone unas condiciones específicas para su seguimiento:

- Negarse a sí mismo: Esto significa olvidarnos a nosotros mismos, cosa que no es nada fácil, es decirle a ese yo que todos llevamos dentro y que nos inclina a ser egocéntricos, autónomos y autosuficientes, que no queremos seguir nuestros propios planes, ni mucho menos nuestros propios intereses; sino depender en todo y con todo de Dios y de hacer sufrir todo cuanto El tenga para nosotros. Pienso que el mayor obstáculo para seguirlo no son las circunstancias de la vida, ni las personas que nos rodean, el mayor obstáculo para este seguimiento somos nosotros mismos. Nos cuesta dejar que Dios oriente nuestra misma personalidad.

- Tomar la cruz: esto no es tomar de forma masoquista los problemas que se nos aparecen en el diario vivir. Es aceptar la cruz por Cristo, con el optimismo necesario y de forma voluntaria, dándole el abrazo respectivo, aunque muchos no entiendan el porqué de las cosas que estamos abrazando. Es abrazarla con pasión y alegría a pesar de lo que pese.

- Seguirle: Esto significa caminar al ritmo de Dios, al ritmo de su voluntad, no al revés, a veces queremos que Dios camine a nuestro ritmo, que es lo que a Pedro le sucede, no es lo que nosotros queramos es lo que Dios pone para nuestro desarrollo personal, moral y espiritual.

Para seguir a Cristo hay que perder la vida: hay que renunciar a lo que pareciera que es la vida, a lo que el mundo nos presenta como si fuera lo más importante en la vida. Placer, poder, riqueza, éxito, lujos, comodidades, apegos, satisfacciones... todas estas cosas, algunas aún lícitas, forman parte de esa “vida” a la que hay que renunciar para abrazar la cruz que Jesús nos presente.

Si nos disponemos a perder todo eso obtendremos la Verdadera Vida; es decir, la que nos espera después de esta vida aquí en la tierra. Si por el contrario, nos parecen esas cosas -u otras similares- muy importantes y equivocadamente tratamos de salvarlas como si fueran lo único en la vida, podemos correr el riesgo de perderlo todo: lo de aquí y lo de allá, la vida y la Vida. Y... ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su Vida? (Mt. 16, 26).

viernes, 19 de agosto de 2011

VIGESIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás podrán vencer.. "
(Mt.16, 13-30)

Rev. Alexander Diaz


La liturgia de este domingo es rica en su contenido y sobretodo en su significado, porque nos toca dos temas grandes, el conocer a Jesús en su plenitud, ¿quien es el en realidad? y el la institución de Pedro como cabeza del colegio de los apostoles y la potestad de atar y desatar.

Jesús cuestiona a sus discípulos a cerca de que piensa la gente y que piensan ellos de su persona, no es una pregunta facil de responder, ya que se corre el riesgo de decir algo descabellado y sin sentido. Hoy es Jesús quien pregunta: -“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
No pregunta “¿Qué dicen los escribas y fariseos sobre quién soy yo?”; ellos eran los entendidos, los que de verdad sabían a qué atenerse en los siempre difíciles y complicados temas de la fe. Pregunta “¿Quién dice la gente…?” La gente era precisamente quien le rodeaba, quien le había visto actuar, predicar y obrar Milagros, podemos decir que la gente era quien verdaderamente estaba en contacto directo con El.
Los fariseos despreciaban a la gente y es el propio Jesús quien quiere oír la voz de los despreciados. Muchas veces nosotros olvidamos las voces cercanas que nos interpelan y nos pueden ayudar y dar luz en nuestro camino de la vida de fe. Puede ser incluso que creamos que los santos están siempre lejos de nosotros, lejos de nuestra vida y de nuestra realidad.
Como vemos en el evangelio, las respuestas a cerca de su persona son variadas, todos tienen su propia opinion a cerca de El, y todos le ven de acuerdo a su conveniencia, tristemente es asi. Y tristemente hasta el dia de hoy sigue siendo una polemica que se mantiene viva en medio de la humanidad.
Para unos es el primer comunista, para otros un buen psicólogo y pedagogo, otros lo ven como un líder revolucionario, pero es más, mucho más que todo eso… El Señor va mucho más allá y ahora les toca a ellos, a sus íntimos, el definirse ante su maestro: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Una nueva pregunta que tiene otro contenido totalmente distinto. Es más íntima. Es a un círculo más cerrado con el que ha intimado y al que les ha explicado las parábolas.
Pedro responde en nombre de los demás. Cuando les preguntó sobre la gente fueron todos los discípulos los que contestaron, ahora es Pedro quien se hace portavoz del grupo y hace una confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente”. Inmediatamente Jesús le llama bienaventurado (feliz) porque había sabido captar perfectamente quién es el Señor.
Los sabios de Israel no captaron lo que Pedro y los Apóstoles sí pudieron captar. Ellos no eran de los sabios y racionales, sino de los sencillos y humildes a quienes el Padre revela sus misterios. Por eso les muestra Quién es su Hijo. (Mt. 11, 25)
Para razonar hay que estar en una búsqueda sincera de la Verdad, pues los razonamientos estériles no llevan a ningún lado. Hace falta la sencillez, la humildad, la niñez espiritual, para conocer los secretos de Dios y para darnos cuenta de dónde está Dios. Una fe viva, fervorosa, perseverante, inconmovible sólo viene de Dios y sólo la reciben los que se abren a este don. Y la llave que abre nuestro corazón y nuestra mente a las cosas de Dios es la humildad.
Jesús premia al apóstol con unas palabras que resonaran por toda la eternidad y que han sido disputadas por muchos, aunque nunca e entendido la razon por la cual lo hacen si esta tan claro que no hay espacio a la discusión.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás podrán vencer.. "(Mt.16,18) . Jesús habla de su Iglesia como cosa que El iba a construir: será una obra divina y no humana. Y promete que ninguna fuerza, ni siquiera las del Infierno, podrán destruir su obra.
“Lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo”, que equivale a decir: lo que decidas en la tierra, será decidido así en el Cielo. Las decisiones que tomes, serán ratificadas por Mí. Aprobación previa de parte mía en el Cielo a todo lo que decidas en la tierra sobre mi Iglesia. Este peso sobre Pedro y sobre todos los Papas después de él, tenía que contar con una asistencia especial.
Jesús edifica su Iglesia: con la presencia constante de su Espíritu Santo hasta el final, En un mundo tan racional como el nuestro, esto parece difícil de comprender y de aceptar. Pero así es. Cristo fundó su Iglesia así. Y prometió estar con ella hasta el final. “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo” (Mt. 28, 20)

viernes, 12 de agosto de 2011

VIGESIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Mujer que grande es tu fe”
(Mt. 15, 21-28)
Rev. Alexander Diaz




Jesús sale del territorio judío y va al territorio de Fenicia, mucha gente le seguía, y entre la multitud que le seguía apareció una mujer gentil que era cirofenicia, (tenemos que aclarar que cuando hablamos de gentil no se refiere a ser amable, los gentiles eran las personas que no eran de raza judía). El motivo principal de acerase a Jesús era su hija, estaba enferma, se acerca a suplicar misericordia; esta mujer representa el corazón de una madre abatida por el sufrimiento de un hijo.


Para entender a fondo el evangelio hay que entender que según los judíos de aquella época, solo ellos estaban llamados a la salvación y el mesías solo iba a venir a salvarlos a ellos, según ellos los gentiles eran raza inferior la cual no tenían acceso a la salvación y por lo tanto no tenían derecho al consuelo divino.


Jesús rompe este esquema establecido, porque al ver la fe de la mujer no le interesa la nacionalidad de esta o si es judía o no, solo tiene misericordia de ella, aunque es fuerte el dialogo que se establece entre los dos. Puede ser que nuestra mentalidad moderna no capte a plenitud lo que significo este encuentro con el maestro, pero tiene un significado muy grande.


A veces Dios nos coloca en una posición de impotencia tal que no nos queda más remedio que clamar a Él, seamos cristianos o paganos, creyentes o no creyentes, religiosos o arreligiosos, católicos practicantes o católicos fríos. Es lo que posiblemente le sucedió a esta madre que, siendo pagana, pero abrumada por la situación de su hija, no le queda más remedio que acudir al Mesías de los judíos.


Impresiona, que esta no-judía llame a Jesús “hijo de David”, con lo que está reconociéndolo como el Mesías que los judíos esperaban. Impresiona, también que, siendo pagana, le pida a Jesús que le sane a su hija que está “terriblemente atormentada por un demonio”.



Jesús se hace el que no escucha. Así es Dios a veces: simula no escucharnos. Y ¿por qué? O, más bien ¿para qué? ... Para reforzar nuestra fe. Se habla de “poner a prueba” nuestra fe. Pero no se trata de una prueba como un examen o un test, sino más bien como un ejercicio que fortalece la fe.



Cualquiera de nosotros respondería rápido sin preguntar de dónde eres o que estatus tienes, al escuchar que esta endemoniada, sin embargo Jesús toma una actitud fuerte seria y difícil, Jesús le responde: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Igual que el entrenador exige al atleta templar más sus músculos y aumentar su resistencia para estar mejor preparado, sigue el Señor forzando la fe de la cananea. La mujer no se da por vencida ni pierde la fe, ni mucho menos se va renegando y pensando, nadie me quiere, que malo fue, y como es que dice ser el mesías, me impresiona porque definitivamente, no acepta un “no” como respuesta. Con sencillez y humildad, le responde a Jesús con un argumento irrebatible: “hasta los perritos se comen las migajas de la mesa de sus amos”. La fe de la mujer había sido reforzada con los aparentes desplantes del Señor. Y ahora la fe de la mujer queda recompensada, pues obtiene de Jesús lo que pide. Nos dice el Evangelio que “en aquel mismo instante quedó curada su hija”.
“¡Qué grande es tu fe!”, le dice el Señor a la mujer. Y... ¡qué grande es el Señor! Nos da crédito por lo que no viene de nosotros sino de Él. ¡Si la fe es un regalo que El mismo nos da!
Esta mujer representa a tantos y tantas que vivimos actualmente Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.
Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha? Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste como esta mujer. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción de Cristo.

¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: “que se cumpla lo que deseas”. En un momento determinado también nos dira a nosotros también, “¡Qué grande es tu fe!.

viernes, 5 de agosto de 2011

DECIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Hombre de poca fe, ¿por qué has vacilado?”
(Mt. 14, 22-33)

Rev. Alexander Diaz
Siempre me ha impactado la amistad que Jesús tenia con su padre, esa relación estrecha que había entre los dos y eso lo demuestra el evangelio de este domingo, el evangelio de hoy es una continuación del milagro de la multiplicación de los panes y pescados.

Despide a la gente, que satisfecha de su estomago y su alma, no querían dejarlo, y los despide no para descansar sino para estar a solas con su padre, necesita hablar, y necesita hacerlo a solas, sube a la montaña y pasa la noche en oración, que mejor descanso que la oración y el dialogo abierto con el padre, es hacer una intimidad.

Muchas veces la gente confunde soledad con aislamiento. La soledad en tantos y tantos momentos de la vida es no sólo conveniente sino necesaria. La soledad desvela nuestras carencias y riquezas y nos hace entender de verdad quienes somos. En la soledad se desnuda el alma y se encuentra paz y tranquilidad, en la soledad meditativa y pacifica Dios responde y se hace sentir mas y mas, las respuestas a mis interrogantes las he encontrado en el silencio y en la soledad. Eso es lo que el maestro hace este domingo Hay personas que tienen miedo no a quedarse a solas sino la soledad, no la aguantan ni la toleran, les es muy costoso encontrarse consigo mismo.

Los discípulos suben a la barca, me imagino que excitados y comentando el acontecimiento ocurrido, felices y con la ilusión de sentirse parte de esa gran aventura divina, pero cuando estaban ya lejos se encontraron con una tormenta, creo que todos le sentimos miedo a las tormentas que traen rayos, y truenos y más si estas en medio de un lago o en medio del mar, y lo más normal del mundo para ellos fue que sienten miedo…
Al amanecer Jesús va hacia ellos caminando; no es normal que un hombre camine en el agua, Pedro se asusta Es un hombre osado, pero lleno de temor por lo que estaba ocurriendo a su alrededor y con todo y miedo es capaz de ir con Jesús, a su lado. No dijo: Mándame ir sobre las aguas… sino que dijo: mándame ir a ti… Sacar fuerzas de nuestros propios miedos para pedir al Señor que queremos estar con Él, en su dirección, a su lado. Jesús le pide a Pedro que venga hacia Él. Pedro camina sobre el agua confiando en Jesús. ¡Cuántas veces nos movemos por aguas inseguras e incluso peligrosas y sólo Dios es quien no nos deja que nos hundamos en nuestros propios miedos!

Pedro se puso a andar en dirección a aquel a quien tanto quería. Su desconfianza estaba motivada por la fuerza del viento y, aunque estaba caminando en la dirección correcta apareció de nuevo el temor y comenzó a hundirse.


Cuando la fe le sostenía se mantenía, desde que la fe le faltó empezó a desequilibrarse. El hundimiento de nuestros espíritus se debe a la debilidad de nuestra fe. La fe está íntimamente ligada a la fidelidad y la constancia. La verdadera fe es la que perdura en el tiempo, no la que está sujeta a las circunstancias de la persona. Cuando uno cree en Dios de todo corazón, conserva su fe independientemente de cómo le vaya en la vida o de sus circunstancias personales.



Somos débiles porque nuestra fe es débil. El verdadero creyente nunca se hunde del todo. Pedro empieza a gritar a Jesús: “¡Sálvame, Señor!” y nos deja así una enseñanza permanente para nuestra vida: también nosotros tenemos que pedir desesperadamente la salvación de Dios.
Pero tuvo la humildad de suplicarle a Jesús su ayuda, y Jesús le echó una mano y le sacó de nuevo a la superficie. Ahí está la clave para mantener nuestra fe a flote: suplicar a Jesús que nos ayude. Sólo así seremos capaces de conservar el don de la fe. Y en el caso de tener una crisis, Jesús nos echará una mano para que recuperemos nuestra fe.


Jesús le salva del peligro agarrándolo. La mano de Cristo siempre está extendida para salvar al que lo necesita. Cuanto más creamos menos dudaremos. Todas las dudas y temores que nos desalientan se deben a la debilidad de nuestra fe. Dudamos porque nuestra fe es poca y eso les pasó a los mismos discípulos que compartieron todo con Jesús y, sin embargo, fueron tan fáciles a la hora de dudar. Debemos de tener confianza en que el está con nosotros; la confianza no consiste en no tener tormentas alrededor, sino en saber que Dios está allí, tanto en la tormenta, como en la calma, tanto en la luz, como en la oscuridad



Lo que sucede a los hombres y mujeres de hoy es que confían más en sus propias fuerzas y en sus propios recursos, que en Dios y en lo que Dios hace en nosotros. Creemos que las metas cumplidas son logros nuestros, olvidándonos que ¡nada! podemos si Dios no lo hace en nosotros.
Si confiamos en nosotros mismos y no en Dios, si confiamos más en nosotros que en Dios, estamos en peligro de hundirnos... si es que ya no nos hemos hundido. Sea en tierra o en mar, en calma o en tempestad, podremos ir en paz y con seguridad si tenemos toda nuestra confianza puesta en Dios.
No tengas miedo a las tormentas, ni dudes, solo ten fe… Amen

sábado, 30 de julio de 2011

DECIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



“Denles ustedes de comer…”
(Mt.14, 13-21)
Rev. Alexander Diaz



El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesucristo en la ribera del mar de Galilea, rodeado de una enorme muchedumbre de toda la comarca. Lo seguían anhelantes de escuchar su palabra. Jesús, en su predicación, les habla del Reino de los cielos, y pasan las horas sin que la gente se dé cuenta.

Estaban todos pendientes de su boca. Hacia media tarde sus apóstoles lo interrumpen para decirle que ya es muy tarde y que despida a la gente para que se vaya a las aldeas vecinas y se compre algo de comer. Y Jesús, con un cierto tono de ironía: “No hace falta que se vayan –les responde–. Dadles vosotros de comer”.

Si eran sus invitados, también serían sus comensales; y no los iba a despedir en ayunas. Pero esa respuesta, sin duda, los dejó aún más confundidos... ¿Cómo iban a hacerlo? Ni doscientos denarios de pan –doscientos dólares, diríamos hoy– alcanzarían para que a cada uno le tocara un pedacito... Un muchacho de la multitud ofrece a Andrés, el hermano de Simón Pedro, todo lo que traía en su lonchera: cinco panes y dos peces. Pero eso, ¿qué era para tantos? ¡Una cantidad sumamente irrisoria! ¡No era nada!

Es aquí cuando interviene Jesús y comienza a realizarse el maravilloso milagro de la multiplicación de los panes que todos conocemos... ¿Qué fue lo que pasó? Dos cosas, aparentemente bien sencillas, pero prodigiosas y decisivas:

Primera, que el muchacho ofreciera toda su “despensa”, que no era casi nada; y segunda, que la pusiera en manos de Jesús. Y ya sabemos qué pasó a continuación: se saciaron cinco mil hombres con cinco panes –sin contar mujeres y niños, nos dice el evangelista– y llenaron doce canastos con los pedazos que sobraron. Todos los milagros de Jesús requirieron de la fe de quienes los pedían. Éste, además, requirió de la generosidad de aquel muchacho. Como si quisiera decirnos con ello el evangelista, que para obtener el milagro de la propia conversión o del propio progreso espiritual y humano, siempre se requiere generosidad. Darlo todo, y darlo de corazón.

Igualmente, cuando se trata de la ayuda a los demás, muchas veces tenemos en nuestras cestas los cinco panes y dos peces que necesita nuestro prójimo. A veces es una limosna, a veces es ceder el paso en la calle o una simple sonrisa que devuelva la confianza a nuestros hijos o compañeros de trabajo, después de que hemos sufrido algún percance.

Los cinco panes son, sin duda, una representación de los talentos que Dios nos ha regalado. Sólo en la medida en que los demos a los demás, fructifican y rinden todo cuanto pueden. Si los guardamos para nosotros mismos, pueden echarse a perder. Hay que recordar que el milagro comienza cuando aquel muchacho cedió al Maestro sus panes, para que diera de comer a toda una multitud...

¡Eran sólo cinco panes y dos peces! ¡Era una insignificancia, claro! Es absolutamente evidente la desproporción tan abismal entre los medios materiales que se tienen a disposición y los efectos que logra nuestro Señor. Sí. Pero para realizar el milagro fueron necesarios esos cinco panes y esos dos peces. Sin ellos tal vez no habría sucedido nada. Y el Señor quiere contar con eso para realizar sus prodigios.

El cardenal vietnamita Franxis Van Thuan, que pasó trece años en la cárcel bajo el régimen comunista durante la dura persecución religiosa en su país, decía: “Yo hago como el muchacho del Evangelio que da a Jesús los cinco panes y dos peces: eso no es nada para una multitud de miles de personas, pero es todo lo que tengo. Jesús hará el resto”.

Si buscamos la felicidad con pasión y empeño debemos darle a Jesús todo lo que somos y tenemos. No importa que no sea casi nada, o prácticamente nada. Lo importante es dárselo porque Él quiere contar con esa nada para hacer sus obras, lo único que hay que hacer es algo muy simple solo hay que ponerlo en sus manos. Y Él se encarga de todo lo demás.

Que ésta sea, pues, la moraleja y la enseñanza de hoy: Sé generoso y magnánimo con Dios y con los demás: da de ti mismo, no ser egoísta ni tacaño. Dar de nuestros bienes materiales y espirituales, compartir nuestro tiempo y nuestras cosas con los demás; pero, sobre todo, donarnos a nosotros mismos al prójimo: ¡no importa que sólo tengamos cinco panes y dos peces! Pongamos todos nuestros proyectos, inquietudes, tus preocupaciones, miedos, deseos, sueños, nuestra familia, nuestra relaciones, “todo” en manos de Dios, pues sabemos que “¡todo depende de en manos de quién está el asunto!”.

viernes, 22 de julio de 2011

DECIMO SEPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Puede compararse también el reino de Dios a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces”
(Mt 13, 44-52)

Rev. Alexander Diaz

El lenguaje del evangelio de hoy es bastante cercano a nuestro mundo presente: vender y comprar, riquezas y fortuna… Pero, sin duda, nos ofrece un mensaje que va más allá de lo puramente material.


Veamos primero qué significados tienen los símbolos usados en este evangelio:


El tesoro escondido en el campo
Si hoy tú tienes algo de valor lo guardas en una caja fuerte en el banco o en casa; en la época de Jesús cuando alguien poseía algo de gran valor material lo escondía bajo tierra. Decían los rabinos de la época que no había más que un lugar seguro para guardar el dinero: la tierra.

En la Iglesia de la Edad Media se simbolizaba artísticamente a la Virgen María como un campo no cultivado, donde se guardaba la mayor riqueza (Jesús) y que, sin embargo, no había sido tocado por nadie en clara referencia a su virginidad .

¿Dónde escondemos nosotros los valores que Dios nos ha dado? ¿En el miedo, en la vergüenza…? ¿Qué hacemos con el tesoro de la fe? ¿Lo escondemos para que nadie nos lo robe?


La perla
En la tradición de los pueblos antiguos el nacimiento de la perla de debía a la irrupción de un rayo caído del cielo en una concha abierta. En el mundo antiguo una perla era la posesión más maravillosa por la que se era capaz de todo.



En el Nuevo Testamento la perla es una imagen de lo divino, de lo que no es terreno. Jesús dice: no den lo sagrado a los perros ni les echen sus perlas a los cerdos. (Mt 7,6). Jesús se refiere a la perla como un símbolo del Reino de Dios.


En la Iglesia medieval se representa artísticamente a la Virgen María como una concha donde se guarda el tesoro más preciado: Jesús.


¿Qué consideras lo más valioso de tu vida? ¿Por qué? ¿Cuál es la perla de tu vida tanto material como espiritual?


La red
En la antigüedad las redes, lazos y trampas son imágenes para indicar el mal. En el Antiguo


Testamento la red es un arma de Dios.
Desde finales del siglo II se representó el bautismo bajo la imagen de una pesca con anzuelo y red; el pescador es símbolo de quien bautiza; el pez del bautizado. La red llena de pequeños peces es un símbolo de la Iglesia. El mar es imagen del mundo.


¿Te sientes Iglesia? ¿Qué es la Iglesia para ti, en tu vida diaria?
En estas tres parábolas vemos una clara diferencia con respecto a la de las anteriores semanas. Hasta este momento Cristo había comparado el Reino de Dios con cosas pequeñas, pero ahora lo compara con dos cosas de gran valor: el tesoro enterrado en el campo y la perla encontrada.


En ambos ejemplos se nos descubre algo valioso pero en los dos existe también una clara diferencia:
o el hombre de la primera parábola encuentra accidentalmente el tesoro.
o el hombre del segundo ejemplo busca perlas finas.


Algo parecido nos sucede a los seres humanos para con Dios. En algunas ocasiones encontramos ante nuestra propia vida ese tesoro inmenso de la fe, casi sin ningún esfuerzo, con sólo mirar… en muchos otros momentos de nuestra vida vemos como las personas buscan un sentido para su existencia, buscan ese tesoro que les haga sentir vivos y plenos. Entre el buscar y encontrar anda la vida de todos los seres humanos…
Estas parábolas han tenido durante la historia dos interpretaciones:
1. El hombre del campo se aplica a Cristo que dio todo cuanto tenía, incluida la vida para salvarnos.
2. El tesoro escondido es el servir a Cristo. El tesoro no está en un huerto cerrado sino en el campo abierto de la vida.


Muchas veces me pregunto si los cristianos vemos la fe y nuestra pertenencia a la Iglesia como ese inmenso tesoro, ese magnífico regalo que podemos tomar como una presencia de Dios.


Después de la explicación que Jesús hizo de las principales parábolas de este capítulo, preguntó a los discípulos si habían entendido estas cosas, a lo que ellos respondieron afirmativamente. Nosotros también hoy podemos comprender tantas y tantas cosas del Señor profundizando en Él, en su vida, en su oración, en su experiencia constante de encuentro con el resucitado.


Termina el evangelio diciéndonos que tenemos que compaginar lo viejo y lo nuevo, lo que nos anunciaba el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Lo que hay de nosotros desde una fe recibida cuando pequeños a la fe adulta que intentamos vivir. En ese encuentro actualizado es donde nuestra fe y nuestra vida se encuentran y se gustan mutuamente…



Tomado de las homilías de Mario Santana Bueno

miércoles, 20 de julio de 2011

DECIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Dejad crecer juntos el trigo y la cizaña"
(Mt. 13, 24,-43)
Rev. Alexander Díaz


Mateo, buen pedagogo y sistematizador, reúne en todo el capitulo trece, capitulo que iniciamos el domingo pasado con la parábola del sembrador, reúne siete parábolas sobre el Reino de los Cielos, tomadas de diversos lugares de la tradición, y dispone el conjunto de dos bloques, uno en público y otro en privado; (13, 1-35) tiene lugar en público y contiene enseñanzas dirigidas al pueblo, que no las comprende.

La finalidad del conjunto es ofrecer una reflexión sobre la incredulidad y sobre la postura que el discípulo ha de adoptar ante ella.

El evangelio correspondiente a este domingo muestra tres parábolas de esta siete, estas son: La parábola de la Cizaña, del Grano de Mostaza y de la Levadura. Todas son una presentación concreta del reino de los cielos. La parábola de la cizaña es una de las tantas que estamos acostumbrados a escuchar en nuestros coloquios personales y en nuestro hablar cotidiano; “Sembrar cizaña” en nuestro léxico -y hasta en el Diccionario- significa poner enemistad o hacer daño a otro, es un elemento tan vivo y tan cierto que no necesita tanta explicación sin embargo Jesús de forma sencilla pero profunda hace alusión a las grandes preguntas que nosotros nos hacemos en nuestro entorno : ¿Por qué el mal? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Cómo entender el poder de Dios si vivimos también rodeados por la maldad? ¿Qué papel juega Dios en todo esto?.



Ante estas cuestionantes se nos propone la respuesta más increíble que podamos imaginar: el bien camina junto al mal por el mismo camino, por las mismas sendas, que es lo mismo que Jesús dice: Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero la cizaña, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» (Mt.13,30) El señor permite que todo esto marche al mismo ritmo, sin darse cuenta que al final serán separados los unos y los otros.

Pero hay una seguridad: el mal se desvanecerá antes de llegar al final del camino. Se desvanecerá por la fuerza invisible del bien. El mal sólo se destruye con el ejercicio del bien. "Vence al mal con el bien". Es utilizar las herramientas del amor en la solución de los grandes conflictos. El amor es más fuerte que nada, aunque parezca a muchos inofensivo; es realmente la solución.

Por tanto, no hay que temer al mal, hay que seguir sembrando el reino de los cielos con pasión El Reino de Dios necesita ser sembrado, cuidado, mimado, vivido. El mal se propaga por sí solo, sólo hay que sembrarlo. Hay una realidad fácilmente comprobable y es que el mal logra esconderse largo tiempo en la vida de las personas en forma de odio, maldad, celos, alejamiento de Dios, etc.
En el mundo el mal está presente en forma de toda clase de acciones que conducen al ser humano a la infelicidad permanente. Existe un estado donde la persona va perdiendo el norte de su vida y al final no sabe ni quién es, ni dónde está ni adónde va.


La paradoja del mal y del bien en el mundo es que el mal parece no exigir gran esfuerzo, se hace con facilidad y hasta con impunidad. Hacer sufrir a alguien es muy sencillo, destruir es muy fácil; pero hacer el bien, crear, hacer crecer a los demás, hacerlos personas, recrearlos de nuevo libres ya de las ataduras de los pecados, es una obra que sólo puede hacer Dios a través de nosotros. Una persona se puede contagiar del mal fácilmente con la actuación de otra persona. Una persona sólo puede estar incitada permanentemente al bien si Dios la ilumina, le da la fuerza necesaria y el apoyo en el interior de su corazón. Para sembrar el bien cada persona debe ser para la otra hermano y hermana.



Para muchas personas el Evangelio aparece como algo sin fuerzas, sin posibilidad de transformar la vida de las personas que nos rodean. ¿Te sientes transformado por Dios? ¿Por qué? ¿En qué? El Evangelio es como una pequeña semilla, casi insignificante: no está hinchada de filosofía, no quiere alardes y puede ser predicado y entendido por cualquier persona que se abra al bien. No debemos olvidar que ambas siembras la de la bondad de Dios y el mal se hacen casi al mismo tiempo, cada persona debe decidir qué cosecha escoger.


Tengo el convencimiento prometido por la palabra que Cristo triunfará al final de la Historia… Para saber lo que está bien y lo que está mal, tenemos que recurrir una y otra vez a la palabra y al corazón de Dios, a la experiencia cristiana de tantos hombres y mujeres donde la bondad ha hecho su morada. Tenemos que volver una y otra vez a nuestro corazón para que en ese diálogo interior y personalísimo con el Señor, nos haga entender que nosotros no estamos llamados a juzgar a nadie. Jesús no nos ha nombrado jueces de nadie sino hermanos y hermanas de nuestros hermanos y hermanas… Dejo el juicio para Dios y prefiero acoger al que dejó crecer la cizaña en sí mismo, con el amor con el que Dios me acoge. (Mario Santana Bueno)


Ahora tenemos oportunidad de acogernos a la Misericordia sin límites que Dios nos brinda, pero cuando nos llegue el final, bien por la propia muerte o porque sobrevenga el fin del mundo, tendremos que acogernos a la Justicia Divina: los que siguen a Dios brillarán como el sol en su Reino; los que siguen al Maligno serán arrojados al horno encendido. La parábola y la explicación del Señor son muy claras. El que tenga oídos que oiga.