
A todos nos gusta participar de las fiestas de una boda, porque se celebra el amor entre dos personas que están enamoradas y a través de esa fiesta manifiestan su compromiso ante Dios y ante la comunidad, por ello que se invitan a todos los más cercanos, los familiares y amigos. Hoy este domingo vigésimo octavo del tiempo ordinario, nos presenta una fiesta de bodas, pero no es una fiesta común y corriente es un "Banquete de Bodas" preparado por Dios nuestro Señor para todos los seres humanos al final de los tiempos. Es el amor entre el Dios de la vida y el género humano, del cual Dios es el principal enamorado.
Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con Él para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios “enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas" (Ap. 21, 4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.
Es la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad. Y a esa fiesta estamos invitados todos. Pero en la descripción que hace San Mateo, vemos cómo algunos responden a la invitación del Señor y otros no, porque tuvieron algo más importante que hacer: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir... Uno se fue a su campo, otro a su negocio..." (Mt. 22, 1-14).
Me pregunto a mi mismo ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo! Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Buscamos mil pretextos para no estar con él, siempre hay excusas para ignorar esta fantástica invitación, le damos importancia a lo que no tiene importancia, nos hacemos los desentendidos y los importantes con sus cosas.
San Lucas, al relatar esta Fiesta Celestial, es mas especifico y mas detallado al relatar lo que sucedió cuando los principales invitados no aceptaron estar en esta boda, nos dice que invitó luego a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos (Lc. 14, 22) .
Estos son todos aquéllos que el mundo considera insuficientes: los pobres de corazón, que saben que no tienen nada si no tienen a Dios; los inválidos -inválidos espirituales- que saben que no pueden valerse sin la ayuda de Dios; los cojos que saben que necesitan las muletas que sólo Dios puede ofrecerles; los ciegos que saben que necesitan la luz de Dios para poder ver.
Los sabios según la sabiduría de este mundo, los orgullosos, los presuntuosos, los apegados a las cosas del mundo y a los bienes materiales corren el riesgo de ser invitados y de no asistir, por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno. Y corren el riesgo, también, de no estar vestidos adecuadamente y de ser echados fuera. No estar bien vestidos significa no tener suficiente preparación espiritual para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación, el traje de bodas del cual habla el evangelio, es la sinceridad y la verdad con la que debemos de vivir constantemente.
La invitación al Banquete Celestial es para todos, pero muchos no aceptan... y algunos no están debidamente preparados. De allí la sentencia de Jesús al terminar esta parábola: "Muchos son los llamados y pocos los escogidos".
Recuerda estas invitado a un banquete de Bodas, acepta la invitación porque será una fiesta eterna en la cual serás el principal invitado, Jesús invita, ponte el traje de la verdad y la autenticidad.
Amen