viernes, 26 de agosto de 2011

VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“El que quiera venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo”

(Mt. 16,21-27)


Rev. Alexander Díaz

El evangelio de este domingo es una continuación directa del domingo pasado, nos pone a un Pedro que de ser héroe pasa a convertirse en piedra de tropiezo, todo por no ver los que sucede desde Dios, en su sencillez permite que sus sentimientos dominen la realidad de su vida.

Jesús comenzó a anunciarles que debía ir a Jerusalén, donde tendría que sufrir mucho de manos de las autoridades judías, que terminaría siendo condenado a muerte, pero que resucitaría al tercer día.

Estas ideas no tienen sentido en la cabeza de los doce, ya que el sufrimiento y la muerte no están en su lista de prioridades, mucho menos en las características que el mesías debía tener.

Jesús comienza a hablarles abiertamente. Les habla del sufrimiento y de la muerte que le esperan, lo mismo les habla de la resurrección, para algunos esto lo ven con una mentalidad fatalista.

Pedro, haciendo gala de su impulsividad característica, llama a Jesús aparte, se toma la atribución de ser concejero del maestro, y le protesta, diciéndole “Dios te libre, Señor. Eso no te puede suceder a Ti” (Mt. 16, 21-27). La respuesta del Señor a Pedro es sumamente dura: “Retrocede, Satanás ... porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”.

Sorprende esta respuesta del Señor aún más, porque pocos momentos antes Pedro había sido nombrado jefe de la Iglesia y Jesús lo había felicitado por haberlo reconocido como el Mesías. Pero en este momento llama a Pedro “Satanás” y lo acusa de tener el modo de pensar de los hombres. Pedro piensa en esto como los hombres y no como Dios.

El pensamiento de Dios es muy distinto al pensamiento del mundo. Pero sucede que los seres humanos, en vez de adaptar nuestro pensamiento al de Dios, queremos que Dios se adapte al nuestro.

Pedro con una prudencia natural y una comodidad propia del ser humano, nos invita a buscar el mayor bienestar posible. Pedro piensa como muchos de nosotros, el cree que el sufrimiento no tiene ningún significado, que es algo totalmente negativo para el ser humano y que es un estorbo para el desarrollo de la vida presente.

Aunque la respuesta del señor es dura, hay en este lenguaje que Jesús quiere darnos a conocer y es que cada cosa humana adquiere desde Dios un significado distinto. Cuando pensamos que tal o cual cosa de la vida es una desgracia humanamente hablando, tenemos que ver el significado más profundo donde se nos da a conocer la voluntad de Dios para nuestra existencia.

El verdadero seguidor de Jesús lo sigue en el dolor para seguirle en el honor de ser cristiano probado y decidido, no al revés, que le sigue solo en el honor pero no le gusta participar del dolor de su seguimiento.

Jesús pone unas condiciones específicas para su seguimiento:

- Negarse a sí mismo: Esto significa olvidarnos a nosotros mismos, cosa que no es nada fácil, es decirle a ese yo que todos llevamos dentro y que nos inclina a ser egocéntricos, autónomos y autosuficientes, que no queremos seguir nuestros propios planes, ni mucho menos nuestros propios intereses; sino depender en todo y con todo de Dios y de hacer sufrir todo cuanto El tenga para nosotros. Pienso que el mayor obstáculo para seguirlo no son las circunstancias de la vida, ni las personas que nos rodean, el mayor obstáculo para este seguimiento somos nosotros mismos. Nos cuesta dejar que Dios oriente nuestra misma personalidad.

- Tomar la cruz: esto no es tomar de forma masoquista los problemas que se nos aparecen en el diario vivir. Es aceptar la cruz por Cristo, con el optimismo necesario y de forma voluntaria, dándole el abrazo respectivo, aunque muchos no entiendan el porqué de las cosas que estamos abrazando. Es abrazarla con pasión y alegría a pesar de lo que pese.

- Seguirle: Esto significa caminar al ritmo de Dios, al ritmo de su voluntad, no al revés, a veces queremos que Dios camine a nuestro ritmo, que es lo que a Pedro le sucede, no es lo que nosotros queramos es lo que Dios pone para nuestro desarrollo personal, moral y espiritual.

Para seguir a Cristo hay que perder la vida: hay que renunciar a lo que pareciera que es la vida, a lo que el mundo nos presenta como si fuera lo más importante en la vida. Placer, poder, riqueza, éxito, lujos, comodidades, apegos, satisfacciones... todas estas cosas, algunas aún lícitas, forman parte de esa “vida” a la que hay que renunciar para abrazar la cruz que Jesús nos presente.

Si nos disponemos a perder todo eso obtendremos la Verdadera Vida; es decir, la que nos espera después de esta vida aquí en la tierra. Si por el contrario, nos parecen esas cosas -u otras similares- muy importantes y equivocadamente tratamos de salvarlas como si fueran lo único en la vida, podemos correr el riesgo de perderlo todo: lo de aquí y lo de allá, la vida y la Vida. Y... ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su Vida? (Mt. 16, 26).

1 comentario:

AVARGAS dijo...

Me es de mucha bendicion el mensaje y me ayudo a entender el negarme a mi mismo; que Dios le bendiga.