viernes, 23 de agosto de 2013

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

jesus-puerta

“Esfuércense por entrar por la puerta angosta…”

(Lc.13, 22-30)

La salvación es un tema que no está de moda hoy en día, casi nadie habla a cerca de ella y los que lo hacen son vistos como bichos raros o personas tomadas como fanáticas o extremistas religiosos, aunque este hablar o predicar la salvación se haga de forma testimonial. Estamos acostumbrados a ir con las modas de la época y a seguir un patrón de conducta que ni nosotros mismos entendemos lo que es, o lo que significa, hemos aprendido a vivir de lo light y lo momentáneo es normal para nosotros.
Muy pocas veces oímos hablar en los medios de comunicación social algo referente a la fe, o a la salvación en sí, se habla de tantas cosas, pero menos de ello. Y si preguntamos a muchos cristianos que es eso de la Salvación, probablemente también se quedaran en la duda de no poder expresar lo que es realidad, porque quizás lo han escuchado pero no han entrado en detalles exactos sobre que es en sí.
 El mundo moderno ha comenzado a vivir una época pragmática en la cual se vive de forma mecánica sin ningún ideal de vida. Vivimos el momento de lo inmediato y nos hemos comenzado a olvidar de nuestra vida interior. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas.
 Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad y comodidad del momento; y esto implica que no se piensa en el futuro espiritual, en un banco de ahorros espirituales que nos impulse a seguir adelante, a eso le llamamos pensar en la Salvación. Esta salvación no es nada más y nada menos que estar en Dios, vivir en Dios, y vivir para Dios. Vivir en plenitud la vida eterna presente ya en nuestra vida diaria. Llevando una vida normal con vistas a vivir en El.
 Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta, directa y que según los estudiosos era una pregunta muy frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc. 13,23). Jesús no responde directamente a su pregunta. Da la impresión que le incomoda la pregunta, no porque no la pueda contestar, sino porque ellos vivían mas pendientes de la cantidad que va a salvarse, más no están preocupados por comenzar a ver los medios para entrar a formar parte de ese reino de salvación.
 El no da ninguna cantidad, sino que da en su respuesta el camino para adquirir esta salvación, esto quiere decir que todos, si lo deseamos y trabajamos, podemos lograrlo. Jesús usa una respuesta pedagógica para encarar nuestra propia realidad y nuestros propios miedos, ya que esta respuesta la tenemos que dar cada uno de forma personal y consientes de lo que somos. Hijos de Dios que debemos de vivir añorando regresar a la casa de nuestro Padre Dios.
 Es por ello que a Jesús no le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de esa época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos? Los requisitos que El propone nos son fáciles y menos para el mundo donde nos movemos donde lo que se persigue es la comodidad y la ley de mínimo esfuerzo como lo dije al inicio.
 ultimosprimeros“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc.13,24). Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios
Con esta respuesta tan sencilla pero clara y fuerte Jesús corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo, cuando digo laxismo, me refiero a entender la fe con una actitud y comportamiento poco responsable y poco atento al valor de lo que en sí es, son aquellos que viven su fe, de manera mecánica o a su manera, y no se esfuerzan por mejorar.
La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios alcahuete que todo lo permite y se hace el de la vista gorda, El, es justo en sus acciones, por tanto es un requisito el poner de nuestra parte para acceder a estar en su presencia.. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos, ya que para él no hay favoritismos, no por el hecho de haber sido aparentes participantes de su fe, tendremos acceso a estar con El eternamente: “Señor ábrenos,.. Nosotros hemos comido y bebido con tigo, y tú has enseñado en nuestras plazas” (Lc.13,26).
No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías. No basta con pertenecer a un grupo apostólico, no basta con ser sacerdote, diacono u obispo, no es suficiente; porque según lo que Jesús plantea hoy para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón.
Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado. En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.
Por tanto, tenemos que estar alertas para vivir una fe llena de Dios y no de nuestros proyectos y presupuestos humanos. Dios no reconoce a quien no es capaz de dejarlo todo por El, a pesar de que compartieron la mesa y la palabra, pero lo hicieron a medias y sin su total entrega. Estar alertas significa preguntarnos con frecuencia donde esta Dios y donde estoy yo en este momento de mi vida.
Vivamos la fe con alegría y optimismo dejándose llevar por la voluntad de Dios. Vivir el camino así significa tener una existencia no frustrada sino realizada. En la Alegría de vivir en la gracia y en la presencia de Dios. Amén.

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

(Lc.12,49)

He venido a traer fuego a la TierraQuiero iniciar esta reflexión dominical recordando las últimas palabras del domingo pasado: “Al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Era una llamada y una advertencia a la responsabilidad de los cristianos a vivir abiertos al futuro. Y en ese mismo contexto de compromiso Jesús es muy claro para hablarnos hoy. El evangelio de este domingo, pertenece al mismo dialogo plasmado por Lucas en los domingos anteriores; es  la misma conversación entre Jesús y sus discípulos.
 El párrafo evangélico de hoy es un tanto confuso y difícil de entender, Jesús inicia hablándonos de encenderle fuego al mundo. A simple vista esto nos suena como a destrucción o purificación. “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (Lc.12,49) La imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
 El fuego del que habla no es un fuego violento, sino una alusión al Espíritu Santo, que será quien nos guiara a la verdad plena, un espíritu que hará vibrar el corazón de los que le aman y le siguen. Este fuego que Jesús brinda purifica los corazones, los ablanda y los enriquece con esa dulce fuerza de la sabiduría evangélica.
 Es el  fuego por la compasión misericordiosa de los que sufren, pobres, de los enfermos y de los marginados. Su Palabra hace arder los corazones de los que le siguen, porque despierta la esperanza: de los excluidos y abandonados, despierta el deseo de levantarse a los que están caídos y desilusionados, les da confianza a los pecadores mas despreciados, y quema todo aquello que hace daño al corazón humano.
 La palabra fuego solo se tiene una traducción “amor”. El amor nos hace crecer, da vigor y sentido a nuestro vivir diario, porque nos recrea. “Cuando falta el amor, falta el fuego que mueve la vida. Sin amor la vida se apaga, vegeta y termina extinguiéndose.
 El que no ama se cierra y aísla cada vez más. Gira alocadamente sobre sus problemas y ocupaciones, queda aprisionado en las trampas del sexo, cae en la rutina del trabajo diario: le falta el motor que mueve la vida.
 El amor está en el centro del evangelio, no como una ley a cumplir disciplinadamente, sino como un «fuego» que Jesús desea ver «ardiendo» sobre la tierra más allá de la pasividad, la mediocridad o la rutina del buen orden.
 Según Jesús Nazaret, el pobre de Galilea, Dios está cerca buscando hacer germinar, crecer y fructificar el amor y la justicia del Padre. Esta presencia del Dios amante que no habla de venganza sino de amor apasionado y de justicia fraterna es lo más esencial del Evangelio.
 Jesús sentía esta presencia secreta en la vida cotidiana: el mundo está lleno de la gracia y del amor del Padre. Esa fuerza creadora es como un poco de levadura que ha de ir fermentando la masa, un fuego encendido que ha de hacer arder al mundo entero. Jesús soñaba con una familia humana habitada por el amor y la sed de justicia. Una sociedad buscando apasionadamente una vida más digna y feliz para todos”. (José Antonio Pangola)
 El gran pecado de los discípulos de Jesús será siempre dejar que el fuego se apague. Sustituir el ardor del amor por la doctrina religiosa, el orden o el cuidado del culto.
 Quien no se ha dejado quemar o calentar por ese fuego no conoce todavía lo que Jesús quiso traer a la tierra. Practica una religión pero no ha descubierto lo más apasionante del mensaje evangélico.
 La parte que más confusión nos causa, son las últimas palabras que Jesús proclama hoy, cuando dice: “En adelante, una familia estará dividida…. Nos parece bien difícil aceptar que Jesús está hablando de división y de violencia.
 En realidad, el está hablando de lo que vendrá en un futuro no muy lejano, aunque no tan lejano diría yo, porque nosotros ya lo estamos viviendo. Por décadas se vieron estas fraces como algo que estaba demás en las paginas evangélicas, mas sin embargo hoy es una realidad latente.
 “Uno de los cambios más profundos y más fácilmente constatables en los últimos años es el paso de una situación monolítica de cristiandad a un pluralismo religioso e ideológico ampliamente extendido en nuestra sociedad.
 Muchos padres nunca se imaginaron que un hijo suyo o un nieto, podría un día rechazar tan firmemente la fe cristiana y confesar su ateísmo de manera tan convencida.
 Y, quizás, en muchos hogares, se comienza a vivir la experiencia dolorosa de sentirse divididos precisamente por la diferente postura de fe, según aquellas palabras de Jesús: « ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres».
 Los cristianos hemos de aprender a vivir nuestra fe en esta nueva situación. No seríamos fieles al evangelio, si por mantener una falsa paz y una falsa unidad familiar, ocultáramos nuestra fe en lo íntimo de nuestro corazón, avergonzándonos de confesarla, o la desvirtuáramos quitándole toda la fuerza que tiene de interpelación a todo hombre de buena voluntad.
 Hemos de saber confesar abiertamente nuestras convicciones religiosas. Hemos de ahondar más en el mensaje de Jesús para saber «dar razón de nuestra esperanza» frente a otras posturas posibles ante la vida.
Pero, sobre todo, hemos de vivir las exigencias del evangelio dando testimonio vivo de seguimiento fiel a Jesucristo y, al mismo tiempo, y precisamente por eso, de respeto total a la conciencia del otro”.(Jose Antonio Pangola)
 Nuestra preocupación primera no debe ser el «convertir» o «recuperar» de nuevo para la fe a aquel miembro de la familia al que tanto queremos, sino el vivir con tal fidelidad y coherencia nuestras propias convicciones cristianas, que nuestra vida se convierta en interrogante y estímulo que le anime a buscar con sinceridad total la verdad última de la vida.

sábado, 10 de agosto de 2013

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

“Porque donde está tu tesoro ahí esta tu corazón”
(Lc. 12, 32-48)

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Me encanta las frases que usa Jesús en el evangelio de este Domingo, son frases cargadas de ternura y de deseos de que ese “pequeño rebaño” como él lo llama, tenga la visión de desarrollar ese reino que se el padre les confía. Jesús ve esta pequeña grey como un poco de levadura que ira fermentado y acrecentándose. Este rebaño es una minoría comparada con el imperio dominado por el mundo y la desolación confusa que el maligno intenta desarrollar, y que tristemente muchos caen en la trampa. Pero a esa minoría se le ha confiado algo tan grande, el Reino de Dios, para mostrarlo al mundo y testimoniarlo con la fe y el amor que El plasmara en los corazones de todos.

El señor da pautas claras para poder llevar a cabo esta ardua tarea, y es claro en afirmarlo, “Vendan sus bienes y den limosnas. Consignase unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro ahí está tu corazón” ( Lc. 12, 33-34).

Jesús nos muestra claramente que un requisito para esto, es el desprendimiento de las cosas materiales que atan nuestra vida y que lejos de hacernos felices nos entristecen mas, hay que invertir en riquezas que no pasen con el tiempo o con los contratiempos del mundo moderno, el tesoro que los cristianos deberíamos de poseer es el deseo de vivir en la gracia de Dios, de vivir en santidad y en deseos de crecer mas y mas en la fe. Ya que la gracia y paz interior fraguada con las buenas virtudes y obras de caridad no se echan a perder con el tiempo, sino que se acrecientan y nos acompañan hasta la eternidad.

Nuestro mundo está lleno de ansias de tener. Nos venden la falsa idea de que entre más tienes más feliz eres, o adquieres más prestigio o poder; los medios de comunicación nos bombardean haciéndonos creer que el poseer da sentido a nuestra vida. Nos hemos amoldado a una sociedad ambiciosa y falsa, donde la apariencia del tener y poseer son vitales. El mensaje de Jesús es totalmente todo lo contrario, es despojarnos de ello para ser libres.

Jesús tenía una visión muy lúcida sobre el dinero, sobre las posesiones materiales, que en realidad, no está planteando que sean malas o que no es bueno tenerlas, sino el problema es que el dinero y los bienes materiales si no estamos vigilantes, nos esclavizan y terminamos siendo dominados por ellos.
Es por ello que Jesús resumía este concepto en una frase breve y contundente: «No se puede servir a Dios y al Dinero». Es imposible. Ese Dios que busca con pasión una vida más digna y justa para los pobres, no puede reinar en la vida de una persona dominada por el dinero.

Frente a esta situación consumista, o de apego a lo material, Jesús advierte que hay que estar preparados para poder enfrentar los retos que se nos plantearan, los retos que el mundo ira poniendo como trampas en el camino de este rebaño, por ello les invita a, estar preparados. “Tengan puesta la ropa de trabajo, y sus lámparas encendidas” (Lc.12, 35) esto en otras palabras implica, el que ese rebaño tendrá que trabajar para plantarlo, y regarlo con la luz de la fe. 
Aunque nadie esta exento de caer en las garras de la vida falsa y superficial, que el mundo moderno plantea y este es uno de tantos riesgos que amenazan constantemente al hombre y a la mujer de la sociedad actual, caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria, masificada... de la que no es fácil escapar. Con el pasar de los años, los proyectos, las metas y los ideales de mucha gente terminan reduciéndose y empobreciéndose. Desgraciadamente, no son pocos los que se levantan cada día sin una meta u objetivo en su vida, simplemente sobreviven, simplemente caminan deambulando por el mundo en su mediocridad.

Me encanta la forma en que Jesús habla de la postura vigilante y despierta con la que debemos enfrentar la vida. Nos invita a vivir de la fe como una actitud vigilante que puede liberarnos de la superficialidad y el «sin-sentido» que domina a muchos hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni objetivo.
Tristemente hay muchos cristianos, que se han acostumbrados a vivir una fe como una tradición familiar, una herencia sociológica o una rutina semanal, que se cumple por inercia pero que no invita en ningún momento a  descubrir toda la fuerza que encierra para humanizar, personalizar y dar un sentido y esperanza nueva a nuestras vidas.

La llamada de Jesús a la vigilancia nos debe ayudar a los cristianos a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla de manera lúcida, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
Entonces la fe es luz que inspira nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro vivir diario.

jueves, 25 de julio de 2013

Los obispos hablan con los jóvenes sobre la fe

Hay 250 “polos catequéticos” esparcidos por la ciudad organizados por idiomas

Por Gilberto Hernández García
Periodista, colaborador de El Observador (México)
2011_08_17___Catequese_Missa_Dot___S_Sebastiao___Madri___001_85_20042012141441_06062013192810Han comenzado las catequesis en la JMJ de Río, como un espacio primordial de encuentro con Cristo: La idea inicial es promover un momento de formación y reflexión sobre el tema principal ‘Id, haced discípulos entre todas las naciones’, tomado del Evangelio de San Mateo. Durante tres mañanas, los jóvenes agrupados por idiomas participan en un tema específico y tienen la oportunidad de hacer preguntas al obispo catequista. Los jóvenes están trabajando seriamente, y en ambiente de oración, algunas preguntas sobre el tema de la catequesis. Luego exponen sus conclusiones, consultas, formulan sus preguntas.
“Da gusto verlos compartir una misma fe a quienes provienen de diversas naciones. Y así como la fe los une, lo es también su ser jóvenes. Sus preguntas,  convicciones, contradicciones, propósitos, y amor por el Señor y la Iglesia, son los mismos en todos los países”, ha dicho Monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo auxiliar de Santiago y Presidente de la Comisión de Pastoral Juvenil de Chile, quien participa como catequista en esta JMJ.
Por su parte, el padre Leandro Lenin Tavares, responsable de las catequesis ha dicho que debido al alto número de peregrinos inscritos se destinó una gran cantidad de lugares para la celebración de catequesis, localizados en las Arquidiócesis de Río de Janeiro y de Niterói y en las diócesis de Nova Iguaçu y de Caxias.
Son unos 250 “polos catequéticos”, donde igual número de obispos se están encargando de transmitir en una “exposición sintética de las verdades de fe”, cuyo objetivo es reflexionar un tema evangélico en el contexto histórico y cultural en que los jóvenes deben dar testimonio de su fe.
Reflexionar las implicaciones de la misión
El lema de la JMJ es “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. Es el mandato de Cristo resucitado. Así las cosas, cada catequesis tiene unos objetivos claros, como explica el obispo auxiliar de Santiago de Chile:
“En la primera catequesis ‘Sed de Dios’, queremos reflexionar acerca de los sufrimientos y alegrías de los jóvenes de hoy, ayudarlos a formular las expectativas de esperanzas que hay en sus corazones y anunciar que Cristo nos ofrece una nueva esperanza. Es decir, partimos mirando la realidad para iluminarla desde Cristo”.
El prelado señaló que en la segunda catequesis, titulada “Ser discípulos de Cristo”, se reflexiona sobre qué significa ser cristiano, y se muestra a Jesucristo como el buen maestro que escucha al Padre Dios y hace su voluntad. “Queremos suscitar en los y las jóvenes la alegría de ser amigos de Jesús. Y ser amigos del Señor implica amarlo, cambiar de vida, acercarse al sacramento de la reconciliación, alimentarse de su Palabra y de la Eucaristía y seguirlo o imitarlo: ser discípulos misioneros”.
Por último, señala el obispo chileno, en la tercera catequesis, “Ser misioneros. Vayan”, el objetivo es exponer que la evangelización nace del encuentro personal con Cristo que cambia la existencia de la persona. “Pero este encuentro personal con Cristo, para ser discípulo misionero, se debe dar en un contexto eclesial. No se vive la fe en un contexto individualista, sino comunitario y eclesial”, enfatiza.
En suma, los jóvenes peregrinos están reflexionando fuertemente sobre las implicaciones de la misión que encomendó el Señor de hacer discípulos de todas las naciones; tarea que pasa por conocer la cultura actual de los jóvenes, tener empatía con ella, tener una simpatía crítica, todo ello desde el encuentro personal con el Señor a través de su palabra, los sacramentos y la vida comunitaria.
Las catequesis son un elemento por demás importante en las JMJ, porque los jóvenes están deseosos y necesitados de profundizar en las razones de su fe. “Ya lo decía san Pedro en su carta: ‘Estén siempre dispuestos a dar razón de la esperanza que los anima’. Pero se trata de una razón no como un ejercicio racionalista, sino iluminada desde la revelación de Cristo y de la contemplación orante de la Palabra de Dios. Los jóvenes nos exigen formación seria, y estas instancias de la JMJ son un lugar privilegiado para ello”, señaló Monseñor Contreras Villarroel.
Animar el espíritu misionero
Las celebraciones de catequesis están siendo impartidas en las mañanas, durante tres días. En ellas se cuenta con momentos de oración, alabanzas, música,  confesiones y testimonios; al fin se tiene la Santa Misa. Según el padre Leandro Lenin Tavares, los temas que están siendo reflexionados en las sedes catequéticas son transmitidos simultáneamente para los otros polos, con la intención de despertar el ánimo y el coraje, creando corrientes de amistad entre los jóvenes, porque “precisamos comunicar a los peregrinos acerca de ese espíritu de misión que la Jornada quiere alcanzar”.
Las catequesis se están impartiendo en diversas lenguas, de las cuales las más concurridas son: portugués (133 sedes), español (50 sedes), inglés (25 sedes), italiano y francés (15 sedes), alemán (8 sedes) y polaco (5 sedes).
Tomado de: aleteia.org

Esta mañana en Rio de Janeiro.

Texto completo del Discurso del Papa Francisco en encuentro con jóvenes argentinos

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RÍO DE JANEIRO, 25 Jul. 13 / 12:12 pm (ACI).- Esta es la transcripción del discurso que improvisó el Papa Francisco este mediodía en la Catedral de San Sebastián, con decenas de miles de argentinos que llegaron a Río de Janeiro.
Gracias,  gracias, por estar hoy aquí,  por haber venido. Gracias a los que están adentro  y muchas gracias a los que están afuera, a los 30 mil me dicen que hay afuera. Desde acá los saludo,  están bajo la lluvia.
Gracias por el gesto de acercarse, gracias por haber venido a la Jornada de la Juventud, yo  le sugerí al doctor Gasbarri que es el que maneja, que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes. Y en medio día tenía arreglado todo, así que también quiero agradecer públicamente también al doctor Gasbparri, esto que ha logrado hoy.
Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia  de la  Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío va a haber, que acá en Río va a haber lío va a haber, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir, sino salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!
Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después le arma lío a ustedes, pero es el consejo. Gracias por lo que puedan hacer.
Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos.
Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría haber una especie de eutanasia escondida es decir, no se cuida a los ancianos pero también está una eutanasia cultural. No se los deja hablar, no se los deja actuar. Exclusión de los jóvenes, el porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo y sin empleo es muy alto y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo, o sea esta civilización nos ha llevado a excluir dos puntas que son el futuro nuestro.
Entonces los jóvenes tiene que salir, tienen que hacerse valer, los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, a luchar por esos valores, y los viejos abran  la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos, transmítannos la sabiduría de los pueblos.
En el pueblo argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos, no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro  pueblo que transmite la justicia, que transmite la historia, que trasmite  los valores , que transmite la memoria de pueblo. Y ustedes, por favor,  no se metan contra los viejos, déjenlos hablar, escúchenlos y lleven adelante. Pero sepan, sepan que en este momento ustedes los jóvenes y los ancianos están condenados al mismo destino: exclusión. No se dejen excluir, ¿está claro? Por eso creo que tienen que trabajar.
Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros, es un escándalo, y que haya muerto en la cruz. es un escándalo, el escándalo de la cruz. La cruz sigue siendo escándalo pero es el único camino seguro, el de la cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús.
Por favor, ¡no licúen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe!
¡La fe es entera, no se licúa, es la fe en Jesús!, es la fe en el hijo de Dios hecho hombre que me amó  y murió por mí.
Entonces hagan  lío, cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes, no se dejen excluir y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licúen la fe en Jesucristo.
Las bienaventuranzas. ¿Qué tenemos que hacer padre?, Mira lee las bienaventuranzas que te van a venir bien y si querés saber qué cosa práctica tienes que hacer, lee Mateo 25 que es el protocolo con el cual nos van juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: las bienaventuranzas y Mateo 25 no necesitan leer otra cosa, se los pido de corazón.
Bueno, les agradezco ya esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Pero les digo una cosa, yo por momentos siento qué feo que es estar enjaulado, se los confieso de corazón.
Los comprendo y me hubiera gustado estar más cerca de ustedes pero comprendo que por razón de orden no se puede.  Gracias por acercarse, gracias por rezar por mí. Se los pido de corazón, necesito, necesito de la oración de ustedes, necesito mucho. Gracias por eso.
Les voy a dar la bendición y después vamos a bendecir la imagen de la Virgen que va a recorrer toda la república y la cruz de San Francisco que van a recorrer ‘misionaramente.
Pero no se olviden: hagan lío, cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos que son los ancianos y los jóvenes, y no licúen la fe.
Para tener en cuenta:
El doctor Alberto Gasbarri es un laico que desde el año 2005 se encarga de organizar los viajes papales.
Al decir que quiere “lío”, el Papa se refiere a que quiere que los jóvenes se muevan, se levanten, no se queden quietos y hagan ruido.
Tomado textualmente de Aciprensa.com

TEXTO COMPLETO: Discurso del Papa Francisco en la favela pacificada de Varginha, Manginhos, Brasil


El Papa visitará una favela en Brasil en su primer viajeRIO DE JANEIRO, 25 Jul. 13 / 09:56 am (ACI).-
Queridos hermanos y hermanas
Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho», hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos… Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas.
Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre  vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles».
Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda.
Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo.
Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella.
Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar.
No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3. Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.
La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.

Discurso del Papa Francisco en su visita a un hospital de recuperación de drogas de Río de Janeiro

papa_francisco_en_brasilVisita al Hospital de San Francisco de Asís de la Providencia  – V.O.T. (Río de Janeiro, 24 de julio de 2013)
Querido Arzobispo de Rio de Janeiro
y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables Autoridades,
Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia, Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares
Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso.
Aquel hermano que sufría, marginado, era «mediador de la luz (…) para san Francisco de Asís» (cf.Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad.
No es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.
Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano.
Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo, porque él es la carne de Cristo que sufre.
Muchas gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice Jesús.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza.
Y confíen también en el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto.
[01083-04.01] [Texto original: Portugués]

Texto Completo de la Homilia del Papa Francisco en Aparecida

Los jóvenes no sólo necesitan cosas, también la memoria de un pueblo


APARECIDAVenerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas
¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia.
Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María.
Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.
1. Mantener la esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf. Ap 12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón.
El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros.
Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo.
Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana.
2. La segunda actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la misma Madre? Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar.
Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.
3. La tercera actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3). Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido vencidos.
El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007: Insegnamenti III/1 [2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.
“NO TENGO ORO NI PLATA, PERO TRAIGO CONMIGO LO MÁS VALIOSO QUE SE ME HA DADO: JESUCRISTO”
primer discurso en RIO‘La paz de Cristo esté con ustedes’”, fueron las primeras palabras de Francisco en Rio de Janeiro la tarde del lunes 22 de julio durante la ceremonia de bienvenida que se desarrolló en el jardín del Palacio Guanabara, en presencia de las más altas autoridades del Estado, el Cuerpo Diplomático y varios cientos de invitados institucionales.
Antes de este primer encuentro oficial, el Papa quiso mantener otro encuentro: desde su salida del aeropuerto, el Santo Padre, a bordo de un pequeño automóvil plateado, abrió la ventana del vehículo que lo transportaba para que las personas pudieran verlo mejor y para poder saludar y bendecir a quienes lo esperaban en las calles.
Después, el cambio de auto por el papamóvil. Las imágenes eran las mismas que hemos visto los últimos meses en Roma durante las audiencias generales: el auto avanzando lentamente y deteniéndose para permitir al Papa saludar, bendecir, besar a la gente. Tantos niños – como en la Plaza de San Pedro – le eran acercados por los policías para que el Santo Padre los acariciase y bendijese.
La ceremonia protocolaria de recepción y el primer encuentro privado con la presidenta Dilma Rousseff, inició con una hora de justificado retraso. Después de las palabras de saludo de la presidenta, el Papa Francisco pronunció el siguiente discurso:
Discurso completo del Santo Padre Francisco durante la ceremonia de bienvenida
<Distinguidas Autoridades,
Hermanos y amigos,
En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil, nación que se precia de sus estrechos lazos con la Sede Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y amistad que siempre la han mantenido unida de una manera especial al Sucesor de Pedro. Doy gracias por esta benevolencia divina.
He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo esté con ustedes».
Saludo con deferencia a la señora Presidenta y a los distinguidos miembros de su gobierno. Agradezco su generosa acogida y las palabras con las que ha querido manifestar la alegría de los brasileños por mi presencia en su país. Saludo también al Señor Gobernador de este Estado, que amablemente nos acoge en el Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de Janeiro, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno brasileño, a las demás autoridades presentes y a todos los que han trabajado para hacer posible esta visita.
Quisiera decir unas palabras de afecto a mis hermanos obispos, a quienes incumbe la tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso país, y a sus queridas Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.
Como es sabido, el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones».
Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier diferencia.
Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.
Al comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que, dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones.
Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos». ¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.
La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos.
Al concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento, los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa. Pasado mañana, si Dios quiere, tengo la intención de recordar a todos ante Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobre sus hogares y familias. Y, ya desde ahora, los bendigo a todos. Gracias por la bienvenida>>.

viernes, 15 de marzo de 2013

V DOMINGO DEL TIEMPO DE CUARESMA


“Tampoco yo te condeno, vete y ya no vuelvas a pecar”.
(Jn.8, 11)


1-     Le presentan a una mujer que había cometido un pecado
 Estamos a las puertas de entrar en una semana muy especial, la tradición de la Iglesia le ha nombrado santa, porque durante este tiempo, la madre Iglesia nos invita a meditar sobre nuestra vocación a la santidad. En este contexto, la liturgia de este domingo es muy profunda, es una llamada a meditar sobre el perdón y el derecho de volver a comenzar en nuestro proceso de conversión, sin tener en cuenta lo que hayamos cometido contra Dios.Las personas tenemos una predilección especial por la justicia; pero no siempre la justicia que creamos se ajusta a los designios de Dios. Y en este contexto de aplicar la justicia, vemos hoy como los legisladores del tiempo de Jesús, tratan de poner la ley por obra cuando es de su conveniencia.

 La escena sucede en el templo. Le presentan a una mujer que había cometido un pecado gravísimo: era una adúltera, no sabemos exactamente si había cometido esta falta muchas veces, si ella era una mujer que se prostituía, no sabemos mucho de ella, lo que si sabemos era que la habían encontrado culpable y había que condenarla lo antes posible. Los fariseos y escribas tenían razón al citar la ley, que a primera vista es violada por ella, pero que se nota que la aplican a su propia conveniencia.

 El libro del Levítico dice: “Si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte” (Lev. 20,10); y el Deuteronomio añade que “... llevarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta matarlos” (Dt.22,24). Estas eran la penas establecidas por la Ley.
 Sorprende que sólo la mujer esté detenida y no se diga nada del hombre, ya que si el adulterio es flagrante, ambos fueron detenidos.  La realidad era que estas penas tan duras previstas por la Ley no se solían aplicar, pero contradecirlas equivalía a ir contra la palabra y la voluntad de Dios.
 El pueblo veía a Jesús con un corazón y unos hechos misericordiosos y por eso lo querían; lo cierto es que la trampa estaba bien montada, porque si Jesús favorecía la lapidación estaría a favor de los fariseos que despedazaban a los pequeños y traicionaría los sencillos a los cuales defiende. Y por el otro lado, el negar la lapidación le convertiría en alguien que está contra la Ley. La trampa parecía perfecta y sin escapatoria, igual se contradecía a sí mismo con un sí que con un no.

 Ella era pecadora, pero el problema que se pretende plantear a Jesús es de mucho más grande de lo que se ve: los escribas y fariseos buscan un pretexto para derrotarle, sorprenderle en una situación sin salida y humillarle como un falso Maestro o rechazarle como un falso Mesías, interesante situación, y me pongo a pensar que esa encrucijada aun la continúan haciendo muchos en la actualidad, ya que, los que dicen saberlo todo en muchas ocasiones utilizan a los pequeños para hacer caer a los que consideran sus enemigos, en este caso su enemigo inmediato era Jesús.

 Es obvia la molestia y desagrado de Jesús y se puede percibir en la actitud que toma, porque en vez de discutir con ellos, como lo haría cualquier abogado, dando explicaciones a diestra y siniestra, lo que hace es trazar signos en la arena, agachado. Es la sabia prudencia y la calma, ante el juicio diabólico y desgarrador de los enemigos. Siempre me he preguntado que escribiría en el suelo con su dedo, pero no he logrado encontrar la respuesta.

2-     “Aquel que se encuentre libre de pecado que arroje la primera piedra

 Le piden que dé su veredicto, como si fuera un juez sentado en el estrado, listo para dictar una amarga y segura sentencia, en contra del que ha caído. Pero Jesús les sorprende cuando plantea una ley superior a la de Moisés en contenido y exigencias, se llama misericordia, ellos quizás no la conocían, porque estaban acostumbrado a vivir vigilantes ante cualquiera que caía para condenarlo, y aplicarle la ley sin ninguna excepción o explicación; me pregunto, cuantos juicios injustos hicieron utilizando este inmisericorde sistema.

 Yo disfruto tanto la actitud de Jesús, porque de una manera tan sencilla y paciente hace tomar conciencia a los acusadores de que el pecado propio les inhabilita para condenar   a muerte a otro ser humano negándole la posibilidad de un futuro diferente; las palabras de Jesús - que concuerdan con su enseñanza en el Sermón de la Montaña: "No condenen para no ser condenados" (Mt,7,1) - contienen una actitud negativa frente a la pena de muerte; y en lo concreto de la situación, fueron una iluminación para esos escribas y fariseos, que los puso en camino de salvación al reconocerse como pecadores y que los hizo renunciar a ejecutar a la pobre mujer. Él, no los les pide que la dejen en paz, que no la condenen, solo indaga en su corazón y en sus conciencias, para que reconozcan que no son diferentes a ella en cuanto a sus actos personales.

 Ellos esperan una respuesta, y me encanta porque Jesús volvió contra ellos mismos el veredicto que formulaban contra la mujer. Ellos pedían un veredicto legal y Jesús les ofrece un veredicto desde sus conciencias.

 Al principio se comportó como si no le diese importancia al asunto; pero va más allá de lo meramente jurídico, va al corazón de los acusadores y allí encuentra las mismas miserias por las que condenaban en aquella mujer. Le insisten nuevamente con más preguntas, pero tan profunda fue la mirada y la reflexión a la cual Jesús les llama, con una sencilla frase : “Aquel que se encuentre libre de pecado que arroje la primera piedra”(Jn.8,7), algunos estudiosos de la Escritura creen que lo que él dijo quizás fue, aquel que no haya adulterado con ella que arroje la primera piedra. Qué fácil es condenar al que ha caído, que fácil es destruirlo y enjuiciarlo. Los cristianos no estamos llamados a ser catalogadores de pecados ni de pecadores, estamos invitados a ser los proclamadores de las misericordias de Dios para con los que se arrepienten.

3-     Yo tampoco te condeno; vete y no vuelvas a pecar

 No hay que caer en la trampa de pensar que utilizando la sola comprensión de las ciencias humanas llegaremos a entender la profundidad real del pecado, ni la actitud del pecador. El pecado es otra dimensión que sólo desde la fe, el amor y la misericordia se puede sanar, y a través de estos elementos indicar al pecador el camino del encuentro con Jesús.

 Pero, dejando atrás a los acusadores, pienso que el centro de la escena no está plasmando en la disputa con los acusadores, sino la actitud de Jesús frente a la mujer. Ahora que están solos, “porque al oír la frase de Jesús, se iban retirando uno por uno, nos dice el evangelio, comenzando por los más viejos”(Jn.8,9). Jesús la mira, y la ve asombrada de su liberación, pero no por eso menos consciente de su culpa y llena de vergüenza. Y entonces le dice esas extraordinarias y simples palabras: "Yo tampoco te condeno; vete y no vuelvas a pecar"(Jn.8, 11).

 Me imagino el rostro que puso la mujer al oír esa frase de libertad, aunque con eso Jesús no está alabando el pecado de ella, solo le está pidiendo que vea lo que sigue, que mire hacia adelante, que tenga claro que tiene una nueva oportunidad para ser mejor. Vete y desde ahora no peques más. El dio sentencia de condenación contra el pecado, no contra la mujer.

La deja irse, pero le recuerda la gravedad de su pecado, y que si no lucha puede volver a caer. Sólo puede marchar en paz quien acudió arrepentido. La mujer adultera acudió forzada y utilizada por un grupo de hombres con la conciencia deformada. Jesús aprovecha la maldad de aquellos hombres, para intentar que vuelva a la vida recta una persona pecadora. Dios saca de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La adúltera tiene la oportunidad de aprovechar sus errores y los de sus perseguidores en una conversión fruto de un encuentro con Jesús de lo más sorprendente.

 Jesús le dice que las puertas del futuro están abiertas para ella, que el pecado pasado no la encierra en una prisión sin salida. En este episodio se encarna lo más novedoso y específico de la manera en que Jesús comprende el proceso de conversión. Jesús se acerca al pecador ofreciéndole aquí y ahora la comunión con Dios, la entrada en el ámbito del Dios de amor que otorga gratuitamente vida y perdón. El perdón de los pecados que Jesús ofrece y regala provoca la conversión; ésta es la secuela del perdón, no su condición previa. Jesús está seguro de que ese perdón puede tocar al hombre en lo más íntimo y moverlo así a la conversión.

En otros términos, para Jesús la conversión tiene más que ver con el futuro que con el pasado. Y San Pablo nos dice que este entrar en el futuro que nos abre Dios no termina nunca y que siempre tenemos que estar olvidando el pasado y lanzándonos hacia delante, conscientes de que ninguna experiencia que hayamos tenido cansa a ese Cristo que nos hizo sentir una vez el amor perdonador de Dios. Amén

viernes, 8 de marzo de 2013

IV DOMINGO DEL TIEMPO DE CUARESMA


Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.
(Lc.15, 20)




1-     Despreciamos el amor y nos alejamos de la casa de nuestro padre.

Esta parábola es sumamente rica de significado. Constituye la médula de la espiritualidad cristiana y de nuestra vida en Cristo; considera al hombre en el momento mismo en que se aleja de Dios, olvidándole, para seguir su propio camino hacia la tierra del desamparo,  donde de forma errónea espera encontrar la plenitud y vida en abundancia.

Que ingenuos somos al pensar que encontraremos la felicidad fuera de nuestra casa, fuera del calor que dan los brazos del Padre que nos alimenta y nos consuela cuando estamos tristes y abandonados. Cuando estamos con el Padre nos volvemos arrogantes, exigiendo lo que no nos pertenece y cobrando lo que no nos hemos ganado, pero ahí está el verdadero padre, que entiende nuestra ignorancia y nos permite hacer uso de la libertad, para que entendamos que fuera de sus brazos y de su techo, no encontraremos más que soledad, hambre, tristeza, pobreza y dolor.

La parábola describe, pues, el progreso -lento al principio, pero triunfante al final- que le hace regresar, con el corazón quebrantado y libremente abandonado, a la casa de su padre. El texto que se nos presenta hoy es un manual completo para entender el camino de conversión de todo ser humano, y cuando hablo de esto me refiero, a que en muchas ocasiones sin que, ni para que, pensamos que hay algo mejor, y abandonamos nuestra casa para largarnos a lo desconocido, haciendo uso de nuestra propia arrogancia vacía y desmesurada, despreciando el amor que nos lo da todo, un amor que alimenta y abriga nuestra vida personal, y que no se puede encontrar en nada que no sea Dios.

Usualmente este trozo evangélico se aplica a aquellos que se han alejado de la fe, que se han alejado de la iglesia. O lo que es más  aún, aplicarlo a los que llevan una vida de pecado público y a causa de eso no son felices. Es fácil aplicarlo a ellos, porque no necesita mucha explicación, la parábola en si lo dice todo.
Ahora bien, que pasa con nosotros, los que seguimos perseverando en la fe, que venimos a la iglesia continuamente y que practicamos con frecuencia; será que no va con nosotros?. Pienso que la aplicación es incluso más dura y dolorosa, porque muchos dentro del camino de fe piensan que lo tienen todo y que nunca se han alejado. En primer lugar, no debemos de olvidar que todos somos pecadores, y que cada vez que lo hacemos, retrocedemos en nuestro camino de conversión. La conversión continua es el regreso a la casa del Padre, y todos estamos en camino a esa casa, en otras palabras, todos imitamos a este muchacho que deja todo, por nada.

1-     Dios es un Padre, que espera con ansias a sus hijos alejados.

A mí me gusta mucho hacer uso de mi imaginación, y me imagino que ese padre, quizás anciano, todos los días esperaba el regreso de su hijo, tenía la confianza que su hijo volvería. A él, no le importaba lo que se había perdido materialmente hablando, a él, le interesaba su hijo.
Me pregunto por qué no fue él en busca de su hijo, porque no dejó su casa para encontrarse con el muchacho y persuadirle que volviera, o quizás con justa razón, obligarlo a que volviera a donde pertenecía, su propia casa; pero la respuesta es sencilla y lógica, el viejo padre, respeta la libertad de su hijo, y no lo obliga, porque el viejo sabe cuánto lo ama, y el muchacho rebelde, también lo sabe. Y es que el amor autentico, es siempre un camino de regreso, solo el amor puede hacer cambiar a un ser humano, es el único camino para encontrarse con uno mismo. El amor echa fuera el miedo y el desprecio, rompe cualquier atadura y destruye cualquier barrera.

Su padre es un hombre misericordioso. Es la actitud misericordiosa del padre la que constituye el centro de atención de todo el relato. Lo que realmente sobresale es el inmenso amor del padre que perdona sin medida los desvaríos de su hijo pequeño. No cabe duda de que, en la figura del padre, Jesús ha querido reflejar a Dios mismo. No es menos cierto que en la actitud de ese padre amoroso podemos ver reflejada nuestra propia experiencia, porque cuando queremos de verdad a alguien somos capaces de perdonar sus errores y sus ofensas.

Muchas personas se acercan a nosotros buscando el abrazo de Dios a través de nuestro perdón y de nuestra misericordia, y en muchos de los casos, nos cerramos a amar de verdad a estos hermanos nuestros que desean regresar, les cerramos el camino de regreso.

Tenemos que tener claro que los creyentes siempre tenemos un camino abierto a la casa de Dios nuestro padre y estamos llamados también a ayudar a otros a que encuentren el camino de regreso. En algunas ocasiones nos apartamos de ese camino, quizás porque nos distraemos o por el cansancio que este implica, pero siempre tenemos que tener la disposición a regresar a los brazos misericordiosos de nuestro padre.

La pregunta es: ¿quién no ha experimentado la paternidad de Dios?, y la verdad que creo que todos de una u otra manera lo hemos sentido y nos hemos dado cuenta de que es él quien va trazando ese camino, que aunque todos somos muy diferentes, porque nuestros caminos de ida y regreso cambian, siempre nos une algo, y ese algo es que, al final de ese camino, estará un padre esperándonos con los brazos abiertos, y lo más importante que podemos regresar cuando queramos y a la hora que queramos, - que como bien lo dice mi madre - ya conoce el camino de regreso. El hijo prodigo no había olvidado este camino, y sabia que lo devolvía a su padre, por eso regresa con seguridad y alegría.

2-     Desperdiciamos y derrochamos los bienes de Dios.

 El muchacho desperdicia todos los bienes que quizás a su padre le costó con tantos sacrificios obtener, consume prácticamente la mitad de la hacienda de su padre en gastos inútiles, sin medida y sin razón. Y es natural que si lo vemos desde la perspectiva humana nos cause algún malestar porque diremos inmediatamente, que injusto fue este hijo al no respetar ni valorar lo que su padre tenía.

Pero nosotros los bautizados no somos muy diferentes con respecto a esto, tenemos todos los recursos disponibles para ser felices, y sin embargo los desperdiciamos, los derrochamos y no los valoramos. Derrochamos sin ningún dolor ni vergüenza los caminos que conducen a Dios y a la felicidad plena. Ejemplos concretos son, la fe, los sacramentos, la iglesia misma, el magisterio, la formación, y tantos otros bienes espirituales que enriquecen nuestra vida, y sin embargo no estamos conformes.

Aquí en los Estados Unidos, siempre me ha impactado la inconformidad de muchos, con respecto a casi todo, pero de manera particular en la vida sacramental, no están conformes con su sacerdote o diácono, o con su parroquia, o con la forma en que se celebra la misa; y por ello viven errantes sin sentar cabeza, siguiendo lo que les convienen, según ellos, sin darse cuenta de lo afortunados que son al tener diaria y semanalmente la Santa Eucaristía, cuando en muchos otros lugares del mundo, se conforman con una Eucaristía al mes, o quizás al año; eso me entristece, porque no sabemos valorar lo que el buen Dios nos da.
Y eso es precisamente lo que le sucede al hermano mayor, el está insatisfecho con lo que tiene, porque por lo que se puede ver a través de las palabras del papá, él lo tenía todo, era casi el dueño de todo y no tenía que pedir ningún permiso para hacer y deshacer, sin embargo la envidia y los celos lo corroen y hacen que actúe de manera egoísta, queriendo parecer la víctima del acontecimiento.

A  los cristianos de hoy en día nos pasa algo similar, hemos creado algo que se llama, la pastoral de las quejas, porque protestamos y nos quejamos por todo, con esto no estoy diciendo que no tenemos que dar nuestra opinión o una sugerencia, no me refiero a eso; a lo que me refiero es que a veces las quejas no tienen sentido y parecen más niñerías y caprichos que criticas con sentido de superación.

Debemos de aprender a darnos cuenta que la iglesia es nuestra casa, y como tal debemos de disfrutarla y seguir con alegría y entusiasmo el mensaje que el Padre nos dirige de manera cordial y desinteresada, acogiendo con alegría al que regresa con las manos vacías, aunque sepamos con certeza que cuando se fue malgastó lo que quizás era nuestro. 

Qué tristeza me da, cuando veo a cristianos que se creen con derecho a despreciar a aquellos que regresan o que se integran por primera vez, es como si la adhesión de nuevo al Padre tuviera que ser también sumisión y rendimiento hacia ellos. La lógica cristiana nos dice que debemos mostrar un corazón acogedor y alegre, y hacer sentir al que llega que siempre es bienvenido a la casa de Dios Padre.

Los cristianos debemos de vivir nuestra fe de manera humilde y no vivir engreídos como si todo lo que tenemos nos pertenece, somos lo que somos y tenemos lo que tenemos no por nuestros méritos, sino por la bondad y misericordia de nuestro padre Dios. Tenemos que aprender de la actitud del padre, que espera y no se fija en lo que se perdió, hay que fijarse en lo que se tiene ahora, que es lo más importante, y es, un hijo que ha vuelto a la vida, sano y salvo.

El hijo regresó, no para pedir una fiesta, regresó herido y avergonzado, sucio, con la dignidad rota y destruida, sin deseos de pedir nada; solo un poco de comida y un empleo digno, sin embargo el padre, lo recibe con dignidad, con amor y sin reparar en que estaba  sucio y harapiento, con un fétido olor a pudrición, no hace más que abrazarlo y besarlo y llorar con él, porque ahora su corazón está en paz, su familia está completa y reunida nuevamente. Tenemos que lograr que esta maravillosa parábola del "Hijo pródigo" y del "Padre Misericordioso" sea también la del "Hermano alegre” pero sobretodo que nos sepamos identificar con uno de estos tres personajes, aunque estoy más que seguro, que de los tres, todos tenemos un poco. Amén.