viernes, 2 de diciembre de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

"Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos"

(Mc.1,1-8)
Rev. Alexander Díaz



Iniciamos hoy a leer el Evangelio según San Marcos. La palabra Evangelio significa Buena Nueva. Esto quiere que algo bueno, algo grande, algo capaz de hacernos felices, algo capaz de rebosar esta vasija de barro, todo eso y más represente el Santo Evangelio. El mensaje toca al individuo y toca a la so¬ciedad; toca al cuerpo y toca al alma, toca lo más profundo del espíritu. Una Buena Nueva que nos transforma, que nos eleva, que nos «realiza» según el plan de Dios nuestro Creador. El Portador y Consumador es Cristo, Hijo de Dios nada menos. Y la Buena Nueva nos la trae a nosotros como destinatarios directos de esta gracia.

Cosa curiosa, la Buena Nueva que debe hacernos felices comienza con un llamamiento a la penitencia, a la conversión.

Hoy día, estamos expuestos a múltiples factores de alienación y de verdadera esclavitud, a veces, es el imperio absoluto de la razón científica, mal entendida el que ahoga la dimensión de nuestro ser. Otras veces, nos instalamos en una vida superficial que nos impide llegar al corazón de nosotros mismos. Solo nos interesa la satisfacción de lo inmediato… no queda sitio para Dios.

Con frecuencia el vacío dejado por Dios viene a ser ocupado por los "dioses modernos" del dinero, el prestigio social, el sexo, la diversión, el nivel de vida, el consumo, etc. Pero la dimensión profunda de la vida queda reprimida y perturba nuestra relación con Dios y nuestra relación con los hermanos.

En estos días del Adviento hay que volver a escuchar la voz de Juan y hay que reco-nocer las propias culpas, hay que dejar los malos hábitos, hay que volver a iniciar. Un hombre suelto y libre. Sin pa¬lacios, sin ropajes, sin adornos, sin ataduras de ninguna clase, grita sin miedo a todos "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Mc.1,3) Esto significa quitar los obstáculos que impiden la llega de Dios a nuestra vida, que no bloqueemos las puertas de nuestro corazón a su presencia que viene a liberarnos. Voz de Dios en el desierto.

Esta invitación es una buena noticia que despierta una esperanza, esperanza que no es un optimismo barato, ni la búsqueda de un consuelo ingenuo, sino toda una manera de enfrentarse a la vida desde la confianza radical en Dios. Una pregunta muy frecuente es: ¿Quiénes son esos que preparan el camino del Señor?

Preparan los caminos al Señor y abren las puerta quienes se esfuerzan en "rellenar los valles y abismos", quienes con sistemático trabajo se empeñan en adquirir las virtudes que apresuran la venida del Señor a sus corazones.

Por tanto: ¡Despójate del egoísmo y apego a los bienes materiales para revestirte de actitudes de generosidad y desprendimiento! ¡Despójate de la insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revístete de la caridad que se hace concreta en actitudes e iniciativas de solidaridad! ¡Despójate de los chismes, de la difamación, de la calumnia, de hablar mal de personas ausentes, de palabras des edificantes o groseras para revestirte de un habla reverente, que busca la edificación de los demás!

Quien ama de verdad no soporta esperar, quisiera "ya" la presencia del amado. Si amas al Señor con todo tu corazón, "abaja los montes y colinas", quita todo obstáculo, limpia tu corazón de todo pecado, vicio o mal hábito que impide que Él venga y permanezca en ti. Al mismo tiempo, "rellena los vales y abismos", revístete de Cristo y de sus virtudes, esfuérzate en pensar, amar y vivir como Él.

No olvidemos que tal esfuerzo continuo de conversión será totalmente inútil y estéril si no acudimos incesantemente al Señor en la oración, si no recurrimos a los sacramentos en los que encontramos la gracia y fuerza necesaria, en los que encontramos al Señor mismo: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada." (Jn 15,5). Él hará fecundos todos tus esfuerzos, si acudes incesantemente a Él y si luchas con paciencia y perseverancia. Así pues, en medio de tus luchas y empeños, persevera en la oración diaria, en ese coloquio íntimo que es encuentro con el Señor y escucha de su palabra,

Somos renovados, somos transformados, somos hijos del Padre. Somos sus confidentes, somos sus amigos, somos herederos de su Gloria. Somos hacederos de su Reino. A todo eso llamamos Salvación y nos quedamos cortos. La Salvación opera ya desde ahora en forma admirable, pero el «Mañana», el Día Grande del Se¬ñor, nos lo revelará por completo. Hay que prepararse. Hay que hacer peni¬tencia y creer en el Evangelio. Amen





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