“Vengan benditos de mi Padre, hereden el reino preparado
para ustedes”
(Mt. 25,31-46)
Este
domingo culmina el año litúrgico, y el próximo iniciaremos el tiempo de
Adviento, que es la preparación a los misterios navideños. El año litúrgico
tiene, como solemne final, la fiesta de Cristo Rey del Universo.
El
tema que desarrolla el evangelio de hoy es el último acto de la
historia humana o juicio final.
¿Qué
mensaje nos enseña este relato del juicio final? A pesar de todas
las manipulaciones y trampas que impiden que actúe la justicia humana, al fin
de los tiempos se manifestará la justicia de Dios basada sobre la verdad, que
no puede ser comprada ni atemorizada.
La
impunidad del delito acobarda a los ciudadanos honestos, y
envalentona a los delincuentes. En la vida diaria parece que triunfan las
fuerzas del mal. Pero se trata de un triunfo aparente, pues no podrán evitar la
rendición de cuentas al final.
Seremos
juzgados por lo que hicimos o dejamos de hacer por los demás: En la mentalidad de los
fariseos, la fidelidad a Dios se medía por el cumplimiento de las numerosísimas
normas y por la realización de unos ritos descritos en sus mínimos detalles.
Es
el señor juez único de todas las personas y el redentor de todos. No nos habla
de una divinidad abstracta y alejada del mundo sino de Dios hecho hombre que se
entrego para salvarnos y se quedo disfrazado de pobre y débil a nuestro lado.
Este
evangelio nos viene a recordar que el seguimiento de Jesús no es algo teórico
sino practico. A Jesús no se le sigue por la mera lectura de libros o teorías
más o menos convenientes. El encuentro con el Señor se da en la vida diaria, en
cada rincón del mundo y en nuestro interior.
Hay
personas que están sumamente preocupadas de que llevan en sus manos cuando se
presenten ante Dios; son las buenas obras las que quieren determinar el
encuentro. Cuanto más buenas obras hagamos, más cerca de Dios estaremos. Y me
parece justo lo contrario. No me refiero al no hacer obras buenas. Las obras
buenas son un distintivo clarísimo del cristiano.
La
fe y las obras deben ir unidas en una síntesis bien entendida del evangelio. Me
refiero a que la vida del cristiano no es un acumular obras buenas para
presentarlas al Señor para que El vea quienes somos, sino que estas obras
tienen que ir acompañadas por una entrega total y con un amor sublime. No hacer
estas obras solo porque está escrito en el evangelio y hay que hacerlas sin que
ni para qué. Darnos, desangrarnos y entregarnos a ese jesus sin ir esperando la
recompensa final, sino solo por amor.
Para
los seguidores de Cristo, la fidelidad a Dios se mide por el amor a los
hermanos. Los dos mandamientos – el amor a Dios y a los hermanos – quedan
integrados en un solo mandamiento porque el amor al prójimo es el amor a Dios
mismo.
Este evangelio es una prueba irrefutable de que la fe no se puede reducir a una vivencia individual sino que tiene una dimensión social: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber” (Mt.25,34)
Jesús,
Señor y Juez del universo, hace una afirmación sorprendente: “Yo les aseguro
que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos conmigo lo
hicieron”. Jesús se identifica con los débiles“ La
situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy
concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el
Señor, que nos cuestiona e interpela:
El mensaje en este Domingo dedicado a Jesucristo Rey del Universo es claro: nuestro comportamiento será evaluado en razón de la solidaridad que hayamos manifestado con los que sufren. La expresión contemporánea para referirse a la “parábola de los talentos” es “responsabilidad social”: de las personas, de las empresas, de las universidades, de los colectivos sociales.
Que el
día que muera quiero presentarme ante Dios con las manos vacias, pero vacías
porque todo lo que se nos dio, se lo dimos a aquellos en los cuales El se nos
presento y decirle: Señor, me diste alegría y la sembré en los demás,
inteligencia y la puse al servicio desinteresado de los otros, esperanza y la
entregue al que la necesitaba. El
repertorio con el que vamos a presentarnos ante Dios no es lo que tenemos, ni
lo que hemos hecho. Lleguemos vacios ante Dios, suplicantes, pobres, porque
entregamos todo para suplir las necesidades de los otros. Y El será nuestro
dador para toda la eternidad. Amen
1 comentario:
Buena reflexión del evangelio. ¿Puedo compartirla con mis alumnos?
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