viernes, 4 de noviembre de 2011

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Que llega el esposo salid a recibirlo”
(Mt.25, 1-13)
Rev. Alexander Diaz


Es indispensable adquirir aquella sabiduría que nos dispone para el encuentro definitivo con Dios Nuestro Señor. La liturgia de hoy nos prepara de modo mediato para la solemnidad de Cristo Rey del Universo. La primera lectura hace un elogio de la sabiduría y subraya que aquel que la busca la encuentra. No está, por tanto, lejos de nosotros. Si queremos, podemos hallarla.

Esta sabiduría no consiste propiamente en un grande cúmulo de datos científicos, sino es más bien una sabiduría basada en Dios. Es un conocimiento profundo y experiencial de Dios y de su amor; un conocimiento claro de sí mismo y de los hombres, mis hermanos. El evangelio también nos habla de la sabiduría y de la prudencia de las vírgenes bien preparadas para la llegada del esposo. Se compara el Reino de los cielos a un banquete nupcial, y se subraya la necesidad de estar preparados porque no sabemos con exactitud la hora de la llegada del esposo.

Las vírgenes son sabias porque han sabido prepararse adecuadamente, llevando consigo una buena cantidad de aceite que mantenga encendida su lámpara. Las otras vírgenes son insensatas porque se lanzaron improvisadamente por los caminos de la vida; no advirtieron que el esposo podía tardar; no se dieron cuenta que el tiempo podía hacer mella sobre sus ilusiones y esperanzas, y así, advirtieron con espanto que cuando ya se oye la voz del esposo, no hay aceite en su alcuza. No están preparadas para emprender la procesión final que conduce a la casa del esposo.

Era una tradición judía acompañar a los novios desde la casa de los padres de la esposa hasta el hogar del esposo. Se organizaba una procesión festiva con lámparas y cantos. Era, pues, necesario que las vírgenes o doncellas tuvieran su lámpara encendida para acompañar debidamente al esposo que llegaba. Se trata de una actitud de vigilancia, una disposición del ánimo y del espíritu para salir al encuentro del Señor que está por llegar. El objetivo es mantener la lámpara encendida; mantener la confesión de la fe en Jesucristo nuestro salvador; mantener el gozo de la esperanza; mantener el ardor de la caridad hasta el último instante de nuestra vida. Por el contrario, ser insensato significa “ir al encuentro de los últimos acontecimientos de la vida, sin estar convenientemente preparado”, dejando morir en el corazón el amor primero.

Cuál es, se pregunta uno, este aceite que mantendrá mi lámpara encendida para la venida de Cristo? Y la respuesta no puede ser otra sino el amor. El amor ardiente y generoso que mantiene el alma vuelta hacia Dios y hacia sus hermanos los hombres. El amor que es donación de sí mismo. El amor que consiste en descubrir en cada hermano la imagen misma de Cristo. Es el amor que triunfa sobre el pecado, el egoísmo y la soberbia. Es el amor que es la “más grande de todas las virtudes”. Si deseas estar preparado para la venida del Señor, dispón tu alma para amar, para “permanecer en el amor” (cf. Jn 15,,9), porque al “atardecer de la vida te juzgarán sobre el amor”. En efecto, nos dice la Escritura que quien no ama, permanece en la muerte (cf. Jn 3,14).

La parábola también nos indica que esta sabia preparación para la llegada del esposo es un asunto personal. Cada uno debe prepararse, porque cuando llegue el esposo no será posible intercambiar las alcuzas o pasar el aceite de una a otra. Cada uno es responsable de sí mismo y deberá ir preparando su alma para el encuentro definitivo con Dios. Veamos que no es poca la responsabilidad que tenemos en las manos.

Hemos sido creados por Dios por amor y nos dirigimos incesantemente hacia Él. Sería insensato vivir como si Dios no existiese, como si nuestra vida no fuera pasando minuto a minuto, como si después de la muerte no estuviese el banquete celestial y la posesión eterna de Dios. Veamos que una de las tentaciones más fuertes del hombre moderno, y también del cristiano, es la de reducir sus esperanzas únicamente a aquello que es terreno y mundano.

Un hombre sin horizonte de eternidad. ¡Como si la eternidad no existiese y no estuviese cada momento más cerca de nosotros! Avivemos nuestro espíritu, dejemos toda somnolencia o pereza; mantengamos firme la confesión de la fe porque ¡el esposo está por llegar! Se retrasa, pero llegará. Revisemos nuestras alcuzas, revisemos nuestras almas y si no hay aceite, y si no hay amor, no sigamos adelante, pongamos manos a la obra, porque al atardecer me juzgarán del amor.

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