viernes, 19 de marzo de 2010

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Donde estan los que te acusan?

Las personas tenemos una predilección especial por la justicia; pero no siempre la justicia que creamos los hombres se ajusta a los designios de Dios. En nombre de la justicia hemos cometido a lo largo de la Historia toda clase atropellos e injusticias. Nosotros los católicos venimos de una Iglesia que fue injustamente perseguida y que a su vez injustamente persiguió a otros. ¿Cómo romper la espiral de la justicia que se vuelve injusta? ¿Cómo tener la certeza de no equivocarnos cuando queremos impartir justicia? Veamos cómo logró Jesús equilibrar la justicia con la misericordia.
La escena sucede en el templo. Nosotros también acostumbramos a llevar al templo nuestros pecados y los de los demás.
Era una mujer que había cometido un pecado gravísimo: era una adúltera. Los acusados del crimen de adulterio habían de ser condenados a muerte tal y como lo prescribía la ley judía. Los fariseos aparecen aquí extremadamente celosos contra el pecado, cuando en realidad ellos mismos no estaban libres del mismo pecado u otros del que acusaban a la mujer.
Muchas veces encontramos entre los cristianos actitudes parecidas. Los que son indulgentes con sus propios pecados muchas veces son muy severos con los pecados de los demás. Esta pobre mujer no tiene excusa, no puede alegar que es mentira fue "sorprendida en el acto mismo de adulterio" (ver 4).
En la ley mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Y la arrastran hasta los pies del maestro y le piden que dé su veredicto. Jesús trae una nueva ley. No se trata de cumplir mecánicamente lo que hay que hacer, sino ir poco a poco teniendo un corazón limpio y una mirada limpia de la que salga todo el amor y bondad de la que se es capaz.
Tener un corazón limpio es la mejor manera de entender las exigencias del Evangelio y saber aplicar las normas con una recta justicia. Lo fariseos están en toda la razón de acusar condenar a la mujer, pero su objetivo es perverso y con doble sentido si Jesús perdonaba a la mujer le acusarían de contradecir la ley de Moisés y fomentar el pecado, cosa indigna en quien profesaba la rectitud y la pureza de un profeta.
¿Cómo solucionó Jesús este laberinto donde se confunde ley con misericordia?
Al principio se comportó como si no le diese importancia al asunto. Es la única vez que la el evangelio menciona a Jesús escribiendo. El Maestro nombrado juez por aquellos da un salto espiritual y va más allá de lo meramente jurídico, va al corazón de los acusadores y allí encuentra las mismas miserias que condenaban en aquella mujer.
Le insisten nuevamente con más preguntas. Esperan una respuesta. Jesús volvió contra ellos mismos el veredicto que formulaban contra la mujer. Ellos pedían un veredicto legal y Jesús les ofrece un veredicto desde sus conciencias.
Les dijo que el que no tenga pecado que tire la primera piedra. No les está hablando de los pecados que habían cometido en el pasado, les está preguntando por sus pecados de hoy, es un cuestionamiento de sus propias vidas, como estaría el gremio que uno a uno se fueron.
La mujer se quedó a solas con Jesús. Ella no trata de culpar a los otros ni disculparse con elaborados razonamientos. Sólo se quedó esperando el veredicto que los otros demandaban. El Señor no le dijo "Vete y haz lo que quieras", sino que le urgió: "Vete y no peques más". Ya saben ustedes que en el camino de nuestra vida material el encuentro con Jesús no es definitivo; una y otra vez estaremos escuchando esa frase de "Vete y no peques más..." hasta llegar al encuentro definitivo donde la frase de Dios será otra: "Vengan benditos de mi Padre..."
No es suficiente reconocer el pecado; hay que cambiar el pecado por vida nueva. Una persona puede tener muchos pecados, pero los cristianos, incluso en esas situaciones que nos sumergen en el lodazal del pecado, tenemos que decirnos una y otra vez: "no estoy orgulloso de mis pecados... me avergüenzo de ellos..." Este ejercicio lo hago con frecuencia en mi vida. No quiero estar orgulloso de mis pecados, sólo quiero estar orgulloso de lo que Cristo con su sangre hace cada día por mí.
Hay personas que creen que nunca van a superar sus pecados y miserias humanas. A estas personas hay que recordarles que es necesario ese encuentro, ese silencio meditativo, ese saber estar cerca de Jesús para sentirse perdonado por Él y ese perdón nos llevará siempre a un cambio real de vida. No hay cambio si no hay encuentro con Él, aunque sea que por motivo de un pecado nos hayamos acercado al encuentro con su misericordia... y recuerda que cuando hay arrepentimiento sincero el siempre pronuncia estas palabras: “Vete y no peques mas…” siempre nos da una oportunidad.
Que Dios te bendiga

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