viernes, 14 de agosto de 2009

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Dejen lo que no sirve y vivirán” (Jn. 6,51-58)
En su carta a los Efesios, San Pablo propone a nuestra consideración un tema de gran impacto. Dice San Pablo: “Hermanos, tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos”.
Este tema de la prudencia es reforzado en la primera lectura cuando la Sabiduría invita a los faltos de juicio para que compartan el banquete que ha preparado: “A los faltos de juicio les dice: Vengan a conocer mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”
Este tema es de gran actualidad ya que la proximidad del debate electoral estimula las pasiones, y las tensiones en las fronteras crean el clima para hacer declaraciones de talante nacionalista, más emotivas que cerebrales.
Para algunas personas, la prudencia, en lugar de ser una virtud, es un defecto, pues la consideran un rasgo negativo de la personalidad de seres inseguros, excesivamente cautelosos, que por temor a equivocarse nunca toman decisiones importantes.
Ciertamente, no compartimos una comprensión de la prudencia como un defecto que caracteriza a seres pusilánimes. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la prudencia como “una de las cuatro virtudes cardinales (las otras tres son la justicia, la fortaleza y la templanza) que consiste en discernir y distinguir entre lo bueno o malo, para seguirlo o huir de ello”, “sensatez, buen juicio”
Estos rasgos que nos describe el Diccionario que parecen tan simples, infortunadamente escasean:
Con frecuencia, repetimos rumores sin haber verificado la calidad de la información; y estos rumores se convierten en chismes que afectan el derecho al buen nombre.
Hay personas cuyas lenguas carecen de filtro y propagan a los cuatro vientos intimidades que no tienen por qué salir a la luz pública.
Todo parece indicar que los micrófonos ejercen un poder hipnótico sobre los individuos quienes, ante la oportunidad de ofrecer declaraciones, emiten peligrosos juicios sobre las personas y las instituciones.
Hay situaciones par
ticularmente delicadas que no se pueden discutir “en vivo y en directo”. Me refiero, en particular, a problemas de seguridad y a las relaciones internacionales. Los excesos verbales dejan profundas heridas en las relaciones familiares, alejan a los amigos y dificultan las relaciones entre los pueblos. Los llamados “desencuentros” se superan más fácilmente si no se han producido declaraciones públicas ofensivas. Las personas que padecen la incontinencia verbal, con frecuencia deben “tragarse” sus propias expresiones y dar marcha atrás Por eso la sabiduría aconseja ponderar juiciosamente las consecuencias de nuestras palabras y acciones antes de proceder. Las reacciones en caliente, fruto de la improvisación, siempre son causa de graves equivocaciones. Hay que reflexionar antes de manifestarse. La virtud de la prudencia, propia de personas sabias, es el resultado de un complejo proceso; exploremos algunos de los elementos que la hacen posible:
La prudencia tiene, como punto de partida, la capacidad de reflexión o discernimiento, que nos permite analizar los aspectos positivos y negativos, así como anticipar las consecuencias de nuestras acciones. Una persona irreflexiva, atolondrada, es imprudente y su comportamiento genera muchos conflictos.
La prudencia tiene un insumo muy importante, que es la experiencia. Hay que aprender de lo que se ha vivido, tanto por nosotros mismos como por los demás. Estos aprendizajes, muchos de ellos dolorosos, van afinando nuestra capacidad de juzgar. Ahora bien, no podemos permitir que, en nombre de la experiencia, frenemos el cambio. La experiencia y la innovación no son incompatibles; más aún, la experiencia garantiza el éxito de la innovación.
La prudencia exige que conservemos la objetividad en nuestras apreciaciones. Para poder analizar los aspectos positivos y negativos de un dilema que se nos presenta, no podemos dejarnos condicionar por las simpatías o antipatías, por las filias o las fobias. Los prejuicios contaminan peligrosamente la toma de decisiones.

Finalmente, una vida prudente tiene puntos de referencia claros, que no son otra cosa que los principios éticos y los valores del evangelio.
El apóstol Pablo nos exhorta a comportarnos no como insensatos, sino como prudentes. Pidámosle al Espíritu Santo el don de la sabiduría, que supone capacidad de reflexión, aprender de las experiencias, superación de los prejuicios, y principios éticos y religiosos nítidos.

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