sábado, 9 de mayo de 2009

QUINTO DOMINGO DE PASCUA

UNA VIDA FECUNDA
Jn. 15, 1-8
El texto evangélico de este domingo nos ofrece la imagen de la vid y los sarmientos. Jesucristo, la vid verdadera, y nosotros los sarmientos destinados a dar mucho fruto. Es la imagen de una vida fecunda que proviene de la unión con Jesucristo, y que es participación en la fecundidad del Servidor Resucitado. Una de las necesidades básicas del ser humano -a nivel sicológico- es la de saberse útil, de experimentar que “sirve para algo”, sin importar aún mucho para qué. Sentirnos útiles y sabernos eficaces nos conecta con el delicado aspecto de nuestra autoestima y la necesidad de ser valorados por otros. Se trata, pues, de algo bien importante y delicado en el ser humano. La necesidad de ser eficaces toca todos los ámbitos de la vida, también nuestra vida de fe y nuestro caminar como Iglesia. El texto evangélico de hoy viene a decirnos que Dios quiere que su viña produzca los frutos que Él espera, y nos señala dos condiciones para tal fecundidad: someterse a la “poda”, que es ser purificado por la Palabra (cf. Jn 15, 2 - 3), y permanecer unidos a Jesucristo como los sarmientos a la vid (cf. Jn 15, 4 - 5). Tal como la viña necesita cada año ser podada y desinfectada, así la Palabra de Dios viene constantemente a purificarnos de todo cuanto nos impide una vida fecunda. Someter nuestra vida personal y eclesial a la acción purificadora de la Palabra -frente a las búsquedas de eficacias mundanas- es el inicio de toda fecundidad: “ustedes están limpios gracias a la Palabra que les he anunciado” (Jn 15, 3). Si tal es el inicio de la fecundidad de la viña de Dios, permanecer unidos a Jesucristo es la condición indispensable. No se trata de una simple cercanía, de una evocación histórica o sentimental, de una unión retórica o de una mera pertenencia externa, formal en todo lo “institucional”. Se trata de -dice Jesucristo- de “permanecer en mí” (Jn 15, 4ss), en una íntima comunión de vida y misión. Es aquel “permanecer” que San Pablo expresará repetidamente como “vida en Cristo” -algunos estudiosos han contado hasta 164 veces que Pablo utiliza, en modos diversos, esta expresión-, de manera que en esta unión el cristiano pueda llegar a decir, en palabras de Pablo, “ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20).Es un hondo paso de fe personal y eclesial entrar en la convicción que sin esta unión a Jesucristo nada podemos hacer, porque siempre experimentamos la tentación de “otras eficacias”: del poder mundano, de los medios económicos, de las influencias de los poderosos, del prestigio, del peso cultural, etc... Nada de eso puede ocupar el lugar de una “vida en Cristo”, sin la cual nos condenamos a la esterilidad según el Evangelio. La acción del Espíritu viene en nuestro auxilio, y siempre purifica a la Iglesia y a cada creyente que se somete a la Palabra. Permanecer en Jesucristo será siempre permanecer en la eficacia según Dios, la eficacia del camino del Siervo; ésta es una gracia a acoger siempre de nuevo en la respuesta de nuestra libertad.
Ser discípulo de Jesucristo es vivir como miembro vivo de la Iglesia; no es posible permanecer en Jesucristo si no es en la unión de todos los sarmientos a la vid. Permanecer en Jesucristo es permanecer en la Iglesia -la viña de Dios llamada a ser fecunda- en una comunión de vida, misión y destino.
El fruto de la unión a Jesucristo es la caridad, y sus variadas expresiones de los frutos del Espíritu (cf. Gál 5, 22). El fruto por excelencia es siempre la presencia de Jesucristo en nuestro mundo; Él es el fruto del Espíritu que se manifiesta al mundo con nuestra libre colaboración. En nuestra cultura actual, marcada -entre otras cosas- por una compulsiva búsqueda de “eficacias”, es importante que no olvidemos nunca que la persona más eficaz de toda la historia es la Virgen María -sí, tal cual-, pues es la que se somete totalmente a la Palabra (“hágase en mí según tu Palabra” Lc 1, 38) y es la que por su libre colaboración trae al mundo el fruto bendito, Jesucristo: “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.

1 comentario:

JORGE dijo...

Resulta muy común que la vanidad haga que nosostros sarmientos nos alejemos de la vid y pensemos que podemos actuar gracias a nosotros mismos. así tarde o temprano nos secaremos.

Gracias por el post padre.

Bendiciones