viernes, 6 de febrero de 2009

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Vamos avanzando hacia la Cuaresma que daremos comienzo el 25 de este mes. Con este domingo quinto del tiempo ordinario que hoy celebramos nos quedan dos domingos más para entrar en ese tiempo fuerte de la Cuaresma, cuando se nos invita a intensificar nuestra vida espiritual con prácticas piadosas, ascéticas y caritativas.
El evangelio de hoy lo tomamos de San Marcos en su primer capítulo. Jesús lo hemos visto anunciando el Reino, proclamando la necesidad de la conversión, enseñando en la sinagoga y hoy el evangelista nos lo presenta, como algunos lo han querido llamar como “un día en Cafarnaúm”.
Es un día en la vida de Jesús, como diríamos hoy, con una agenda muy apretada. Es sábado, día consagrado al Señor, y Jesús como judío devoto ha ido a la sinagoga a orar y compartir con la comunidad. En dicho recinto tuvo que enfrentarse a un endemoniado a quien liberó de su sufrimiento e hizo callar al demonio que lo tenía poseído. La gente se admiró de su enseñanza y de su poder.
Al salir de la sinagoga se fue a la casa de Simón y Andrés. Al llegar a ella le comunicaron que la suegra de Pedro estaba en cama con fiebre. Este diagnóstico, según algunos estudiosos, da a entender que había una cierta gravedad. Jesús se le acerca, la toma de la mano y la levanta. Ella no pierde el tiempo en charlas con los presentes, en explicar lo que ha sentido, sino simplemente se “puso a servirles”.
Algunos pueden pensar, que esa era la posición de la mujer en aquellos tiempos, algo que es verdad, pero también podríamos ver algo más, algo así como la misión del que acepta la vida en Cristo: servir a los demás. Algo que el mismo Señor nos recuerda en la Última Cena después de haber lavado los pies a sus discípulos y de haberse convertido en alimento para ellos, les recuerda: “lo que yo he hecho por vosotros, hacedlo los unos por los otros”. El servicio, la enseñanza del Maestro en otro pasaje del evangelio: “no he venido a ser servido, sino a servir”.
Este servir, este hacerse servidor lo encontré muy bien expresado en una oración que a diario recitaba el cardenal Rafael Ferry del Val, que fue Secretario de Estado de San Pío X:
Señor ayúdame a verme libre del deseo de ser estimado, elogiado, ensalzado, consultado. Señor ayúdame a estar libre del temor de ser humillado, despreciado, calumniado, olvidado, ridiculizado, injuriado… Y anhelar que otros sean más estimados, más considerados que yo; que otros crezcan en la opinión del mundo y yo mengüe; que otros sean empleados en cargos, y se prescinda de mí; que otros sean ensalzados, y yo no; que otros sean preferidos a mi en todo… y que otros sean más santos que yo, con tal que yo lo sea en cuanto puedo.
Jesús después de haber sanado a la suegra de Pedro, le trajeron todos los enfermos del pueblo y sanó a muchos. A la mañana siguiente, al amanecer se fue solo a orar. Este gesto de Jesús en oración lo vemos repetido con cierta frecuencia en el evangelio. Jesús quería estar a solas con quien lo envió, el Padre. Jesús también nos quiso dar un ejemplo: la conveniencia, la necesidad que tenemos de orar.

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