lunes, 27 de octubre de 2008

SEAMOS SEMBRADORES DE LA PAZ

La paz es el anhelo que todos los seres humanos buscamos. Creo que en el mundo son pocos los que no anhelan tenerla. Todos nos esforzamos o al menos tratamos de buscarla y todos estamos obligados a ser constructores de paz."Estas fueron palabras que el tan querido y recordado Juan Pablo II nos dijo en su primera visita a El Salvador en 1983. "Todos tienen el deber de ser en este país, tan convulsionado por el odio y la violencia, artesanos de la paz" Me parece que fue ayer que lo dijo, y ya han pasado veinticinco años, y aún nos falta mucho por hacer. Nada vale tanto como la paz. Por eso Jesús mismo dijo: "Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9). Siempre me he preguntado como alguién que se denomina cristiano, no es capaz de trabajar con asiduo por conseguir un estado de paz en el ambiente donde vive y se desarrolla. Y es que ser un elemento de paz no es nada fácil y sencillo, porque implica que hay que comenzar por tener paz interior para poder transmitirla, y plantarla; y para tener esa paz interior hay que hacer obligatoriamente, un encuentro personal con Jesús vivo y resucitado, un encuentro que es necesario y que urge. Uno de estos días se acerco una persona y me pregunto: ¿Padre, cual cree usted que es la solución más correcta para cambiar toda la violencia que impera en nuestra sociedad? Le conteste que todo esto cambiará hasta que todos los hombres y mujeres asimilemos con responsabilidad el evangelio, y lo hagamos vida, en nuestras vidas mismas. Cuando el evangelio cala en lo más profundo de nuestro corazón, nos volvemos diferentes, y la paz interior sale a la luz. Al hablar de convicción me refiero a vivir con transparencia y sinceridad, apartando de nosotros esos fanatismos absurdos que lo único que hacen es dividirnos más. Claro, todo esto hay que verlo con ojos de fe. Si lo vemos con ojos humanos nada de esto es posible, pero recordemos que "para Dios todo es posible" (Mc 10,27). Es tiempo que como seres humanos nos detengamos a examinar que el odio, la violencia, la envidia, y todo aquello que atenta contra la armonía de nuestro diario vivir, no nos hace felices, y por ende no nos lleva a nada. ¿ No se ha preguntado alguna vez que es lo que le estamos legando a nuestras futuras generaciones? Al paso que vamos lo que heredaremos no es más que una ciudad desgarrada y estropeada, por el odio y la división. Ya San Pablo nos lo advirtió: "No se acomoden al mundo presente" (Rm 12,2). Usted puede convertirse en el terrorista de su propia vida, de su familia, en el terrorista de su comunidad pues "si no vive en paz con Dios sólo difícilmente vivirá en paz con su prójimo" (Juan Pablo II). Nuestro tiempo nos exige que trabajemos por "salvar a la persona humana y renovar nuestra sociedad. Pero se trata de salvar al hombre y a la mujer en su unidad y totalidad, con cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad" (GS 4). Como cristianos no podemos sentarnos ha esperar para que Dios arregle todo lo que nos hace sufrir en este mundo sino que, nos corresponde también a nosotros trabajar para hacer de este mundo un lugar más digno donde podamos habitar todos los hijos e hijas de Dios. Por eso, la Iglesia nos dice: "Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar, con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra, al hombre nuevo de que por el Bautismo se revistieron, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos mediante la Confirmación; de tal modo que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban en su plenitud el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres" (AG 11). Por tanto, urge que nos responsabilicemos de nuestras propias acciones y comencemos a ser hombres y mujeres que forjemos con nuestras vidas la paz que tanto anhelamos, encontrémonos con Cristo, y seamos cristianos vivientes en nuestra sociedad.

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