Jesucristo nos presenta en el Evangelio de hoy por medio una acto muy singular de la parábola del "Banquete de Bodas" (Mt. 22, 1-14). Se trata de la celebración de la Boda del Hijo de Dios con la humanidad. Y a esa Fiesta estamos invitados todos. "El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir ... Uno se fue a su campo, otro a su negocio..." ¡cuántas veces no hacemos nosotros lo mismo! Constantemente nos oponemos a la invitación del Señor. Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su fiesta y de tener la felicidad para siempre, y ... ¿cómo respondemos? ¿No hacemos como los invitados que nos describe el Evangelio? ¿No preferimos los negocios temporales a las invitaciones eternas? ¿No preferimos los banquetes de la tierra al Banquete Celestial? No aceptar la invitación del Rey es un desplante. Pueden haber cosas que parecen más importantes que asistir a la Boda del Hijo del Rey, pero nada es más importante que esa Fiesta: la Fiesta Escatológica, que sucederá al final de los tiempos. Y el Rey se disgusta, no sólo por el desprecio de sus invitados, sino porque, además, han matado a los que envió para invitarlos. Los enviados asesinados son los mártires de todos los tiempos: mataron a los Profetas del Antiguo Testamento, a San Juan Bautista, también a Cristo. Le siguieron los mártires del comienzo de la Iglesia. Y aún en nuestra era, no han cesado los martirios: el siglo 20 fue testigo del mayor número de mártires de todos los siglos. Pensemos en las persecuciones del comunismo contra la Iglesia católica. ¿Será que los hombres y mujeres de hoy estamos tan hundidos en los negocios terrenos que consideramos que es tiempo perdido pensar en Dios y en la vida eterna? Pero ... ¿qué nos dice el Evangelio sobre los que no acepten la invitación al Banquete Celestial? Es muy claro: otros serán invitados en lugar de los que no asistan San Lucas, al relatar esta Fiesta Celestial nos habla de que el anfitrión invitó luego a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos (Lc. 14, 22). Y ¿quiénes son esos minusválidos que el Señor invita debido a la ausencia de los invitados iniciales? Son todos aquéllos que el mundo considera insuficientes: los pobres de corazón, que saben que no tienen nada si no tienen a Dios; los inválidos -inválidos espirituales- que saben que no pueden valerse sin la ayuda de Dios; los cojos que saben que necesitan las muletas que sólo Dios puede ofrecerles; los ciegos que saben que necesitan la luz de Dios para poder ver. Los sabios según la sabiduría de este mundo, los orgullosos, los presuntuosos, los apegados a las cosas del mundo y a los bienes materiales corren el riesgo de ser invitados y de no asistir, por no darse cuenta de que la invitación del Señor es infinitamente más importante que cualquier negocio, cualquier preocupación material, cualquier apego terreno. Y corren el riesgo, también, de no estar vestidos adecuadamente y de ser echados fuera. No estar bien vestido significa no tener la suficiente preparación espiritual para poder ser aceptado en la Fiesta de la Salvación. Significa esta parte de la parábola que no basta ser invitado, tampoco basta haber entrado al banquete (es decir, formar parte de la Iglesia). Se requiere estar debidamente preparado: vivir en estado de gracia, vivir en amistad con Dios.
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