jueves, 27 de octubre de 2011

TRIGESIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“El que se humilla será enaltecido, y el que se enaltece será humillado”
(Mt. 23,1-12)
Rev. Alexander Diaz

Las lecturas de hoy, en particular el texto del profeta Malaquías y el evangelio de San Mateo, nos ofrecen, como tema de reflexión, el liderazgo.  Esta temática es desarrollada en negativo y en positivo, es decir, se nos muestra el lado oscuro del liderazgo, cuando éste es ejercido contra los intereses de las personas y las comunidades; y también se nos muestra el lado luminoso de éste, cuando se asume como un servicio.

El texto de Mateo tiene dos partes: La primera parte es una crítica a los escribas y fariseos; en contraste con el comportamiento de ellos, Jesús enseña a sus discípulos lo que no deben ser. La segunda parte ofrece el perfil ideal de los seguidores de Jesús y de las comunidades formadas por éstos.

Jesús empieza por echarles en cara su incoherencia: “No hacen lo que dicen”. Sus piadosos discursos sobre la ley y los profetas eran desmentidos por sus actos. El discurso religioso iba por un lado y la vida iba por otro lado; exhortaban al cumplimiento de los mandamientos y demás obligaciones, pero ellos no respetaban nada de eso (engañaban, eran arbitrarios en  la aplicación de la justicia, etc.) En el evangelio de San Mateo encontramos varios pasajes en los cuales se insiste en la importancia de actuar  de manera consecuente; lo que importa son las acciones y no tanto los discursos.

Jesús también les critica a los escribas y fariseos su doble moral: “Cargan fardos insoportables sobre los hombros de la gente y no mueven un dedo para ayudar”. Con frecuencia encontramos personas que son jueces implacables de los demás y que son absolutamente indulgentes y “manguianchos” con su conducta personal.

El tercer pecado que Jesús denuncia es la hipocresía, pues ellos llevaban sobre la cabeza y en los brazos todos los símbolos religiosos (los judíos tenían prohibido utilizar medallas como lo hacemos nosotros; en lugar de  esto se amarraban pequeños textos de la Biblia para que los demás vieran que ellos eran piadosos y practicantes...) A pesar de todas esas manifestaciones externas, su corazón estaba muy lejos de los valores del espíritu. Sólo les interesaban las apariencias.
El cuarto pecado que denuncia Jesús en los líderes religiosos y sociales de Israel es el afán de protagonismo. Les fascinaba ocupar los primeros puestos y que la gente les rindiera pleitesía.  A través de estas cuatro críticas implacables queda claro que se trata de un liderazgo equivocado, que ha perdido su razón de ser que no es otra cosa que el bien común.
La función de los dirigentes -su servicio- consiste en ayudar a los hermanos (y dejarse ayudar por ellos) en el seguimiento del Señor. El «sabio» cristiano no funda escuela, exactamente hablando; sirve a los hermanos para imitar a Cristo y para conseguir la vida eterna. El «maestro» cristiano es discípulo del Señor, como lo somos todos. El servicio lo distingue no en cuanto maestro, sino en cuanto sirviente. Salirse de esta línea es caer más o menos en los vicios que condena Jesús. Nadie es autor de la salvación. Somos humildes siervos: So­mos siervos inútiles; hacemos lo que teníamos que hacer. Dirijamos la aten­ción a los responsables del culto y de la enseñanza.

 Es por ello que debemos de cuestionarnos a nosotros mismos en ¿Cómo cumplimos la obligación de educadores en la fe, de servidores de la palabra de Dios?  Debemos de tener claro que somos servidores de su palabra y de su plan de salva­ción, no de nuestras ocurrencias personales.  La conducta de Pablo sigue siendo ejemplar: como una madre que sólo mira el bien de sus hijos, sin ser gravoso a nadie. El título madre es aquí sinónimo de sierva solícita de los que ama. En esta dirección cabe cualquier título.

¿Buscamos el renombre, los honores? ¿Nos dedicamos a mil cosas margi­nales? ¿Practicamos suficientemente la piedad, la unión con Dios de quien tenemos que hablar y a quien tenemos que predicar? ¿Profesamos verdadero amor a los fieles? ¿Escandalizamos más que edificamos? ¿Amontonamos preceptos insustanciales, olvidando lo más sagrado? Aquél, pues, que se disponga a servir a los hermanos, trate de adquirir una verdadera actitud de siervo dentro de la comunidad de hermanos. No somos más que los súbdi­tos, somos menores que ellos, dedicados en Cristo a realizar la salvación.

El que se humilla será enaltecido, y el que se enaltece será humillado. Cristo - se humilló hasta la muerte… por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre sobre todo nombre. Cristo Siervo ha sido constituido Señor. El camino es válido -es único- para todos: dirigentes y fieles. Nada de pretensiones ni aspiraciones tontas. El sencillo, el humilde, el «niño» y «siervo», tendrá acogida ante el Señor. Amén.




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