domingo, 10 de octubre de 2010

XXXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Lc 17, 11-19.

La Palabra de hoy toca el tema del agradecimiento. Un tema más que delicado en un mundo lleno de tormentos y de dolor de todo tipo. No hace mucho me comentaba un chico adolescente que él nada tenía que agradecer a nadie, ni mucho menos a sus padres por haberle traído a este mundo donde tanto se sufre, según el por no tener todas las comodidades con las que sueña...

Jesús iba camino de Jerusalén y le salieron diez leprosos. La lepra era para los judíos de la época una señal del desagrado de Dios. Era símbolo del pecado. Los diez le piden a gritos su curación en nombre de la compasión.

Un elemento fundamental en las curaciones cristianas (no me refiero sólo a la salud física) es la compasión. Sentir con el otro sus propios sufrimientos es una gracia que las personas que la tienen se convierten en seres humanos de gran calidad en el amor hacia los que le rodean.

Por desgracia, la compasión no es algo que se pueda aprender en los libros. Se es compasivo en la medida en que nos acercamos adecuadamente a Dios, con limpieza de corazón y mirada solidaria.
Jesús les manda ir a los sacerdotes para cumplir lo que prescribía la ley. No les dice explícitamente que serán curados. Muchas veces en la vida de las personas sucede algo parecido. Emprendemos un camino a nuestras tradiciones y seguridades y en el camino somos transformados. Esto sucede cuando somos capaces de no estancarnos en situaciones que pueden alejarnos de la misericordia.

El Señor nos llama siempre a ponernos en camino hacia muchas situaciones de la vida. El Evangelio está lleno de situaciones y de parábolas donde el camino y los caminantes son transformados como los de hoy. El Señor no hizo el milagro en el mismo momento sino que ellos se fiaron de su Palabra y fue esa confianza en Dios quién obró el milagro. Se pusieron en camino y su vida quedó sanada.

Los cristianos tenemos que hacer constantemente el ejercicio de caminar en la salvación que Jesús nos trae. Tengo que ponerme en camino hacia mí mismo, hacia mis temores, mis complejos, mis seguridades, mis frustraciones... Pero no lo tengo que hacer por sólo un impulso personal o particular. Mi vida tiene que estar constantemente delante de Dios y será Él quien me diga hacia dónde me tengo que dirigir; será el Maestro quién te indique qué hacer y el camino a seguir. No en vano Él ha dicho que "es el camino".
Hay personas que se desesperan porque hay momentos en su vida que no saben qué hacer ni cómo hacer para quedar mejorados por el Señor. Ante estas situaciones lo preferible es esperar, esperar en el Señor. Tenemos que ir aprendiendo el ritmo de Dios que es distinto al nuestro. Nosotros nos movemos en las prisas de la cárcel del tiempo. Dios está en la libertad de la eternidad. Cuando Él nos propone algo se fija no sólo en nuestras horas humanas, en lo que necesitamos en ese momento, sino también en lo que necesitamos para la eternidad. Entender esto de manera vital es tener una gran confianza y esperanza constante en Dios.

Uno de ellos al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces. No llegó a su destino. En el camino la Palabra le curó y dio la vuelta y volvió al origen, no a la meta, para dar las gracias. La curación le vino en el camino.
Muchas curaciones de todo tipo se dan en la vida (el camino). Día a día Dios hace en nosotros la obra buena y tenemos que ser conscientes de las gracias que Dios va derramando en nuestras vidas para lograr nuestra total y definitiva sanación. ¿Cuáles son los elementos que Dios pone en nuestro camino para colaborar en nuestra completa felicidad?
• La Palabra.
• Los sacramentos.
• El encontrar en el camino de nuestra vida personas determinadas que nos ayudan a crecer y transformar nuestro interior.
• Situaciones que nos acercan más a Él, aunque en un primer momento no lo entendamos.
• La capacidad de reflexión y de compasión.
• El sentido común, la solidaridad, el compromiso por los más pobres y necesitados...
Sólo uno de ellos volvió para darle las gracias a Jesús. Experimentó la mano sanadora de Dios en su vida y lo primero que hizo fue dar las gracias a su sanador.

Hay personas que piensan que las desgracias que les suceden proceden de Dios. Dicen cosas como "Con lo bueno que yo he sido, ¿cómo Dios me ha enviado esta desgracia...?" Ven en Dios el hacedor de las desgracias cuando es precisamente lo contrario: el creador y repartidor de las gracias.
De los otros nueve leprosos nunca más se supo. Siguieron su camino sanos pero no supieron volverse a su Médico para decir gracias. Ya saben ustedes que ser desagradecidos es una de las limitaciones del ser humano que sólo se puede superar con un corazón limpio y generoso.

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