viernes, 2 de octubre de 2009

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

En el Evangelio (Mc. 10, 2-16) vemos cómo cuando los fariseos interrogan a Jesús acerca del divorcio que -como leemos- Moisés había permitido en algunos casos, el Señor insiste en la indisolubilidad del matrimonio, sin hacer excepciones.
Y explica que la permisión de Moisés se debió a la terquedad de los hombres, “a la dureza de corazón de ustedes”, pero insiste en que en el principio, antes del pecado, no fue así, y el mismo Jesús recuerda en este pasaje la narración del Génesis, cuando Dios dispuso que hombre y mujer no fueran dos, sino uno solo.
La indisolubilidad del matrimonio siempre ha parecido una exigencia muy difícil de cumplir. En efecto, cuando Jesús insiste en ella, los mismos discípulos exclamaron que era preferible no casarse: “Si ésa es la condición del hombre con la mujer, más vale no casarse” (Mc. 10, 2-12).
Sin embargo, Jesús no trata de excusarse por sus exigentes palabras, sino que, por el contrario, propone algo aún más difícil de entender. Alaba, entonces, a los que escogen la castidad por amor al Reino de Dios, aunque reconoce que es una vocación con una gracia especial.
La doctrina de Jesús sobre el matrimonio constituye un ideal propuesto a todas las parejas que deciden unirse en un proyecto de vida común para formar una familia. Se trata del ideal de una unidad indisoluble, expresado en la frase con la que Jesús evoca la unión del primer varón con la primera mujer en el relato del libro del Génesis (2, 18-24), del cual está tomada la 1ª lectura de este domingo: “ya no son dos, sino una sola carne”. Cuando el matrimonio corresponde a una decisión madura y responsable de los contrayentes- tal unidad es la expresión de una completa entrega mutua por amor.
Por eso el sacramento del matrimonio, signo sensible de la presencia y la acción salvadora de Dios en el amor conyugal del varón y la mujer, no puede reducirse al rito en el que los novios se convierten en esposos al expresar su consentimiento. La realización de lo que significa el sacramento como tal sólo puede darse en verdad cuando ambos cónyuges, a lo largo de su vida en pareja, manifiestan un auténtico testimonio de amor en la mutua entrega.
los esposos se les llama "cónyuge", el significado de esta palabra es "el que está unido al mismo yugo". Jesús también habló un día de un yugo: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les haré descansar. Acepten el yugo que yo les impongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo y carga que yo les impongo son ligeros." (Mt 11, 28)
En el fondo, lo que nos está diciendo el texto es que siendo "cónyuges" de Jesús podremos establecer otras comunidades donde ser verdaderamente felices.
El divorcio no es el remedio para el matrimonio que ya no funciona, eso todos los sabemos, incluso los partidarios del mismo. Pero tenemos que ser valientes y sinceros en denunciar que muchos matrimonios no se deberían de celebrar por la Iglesia, pero buscamos subterfugios mentales para justificarlos. Ser valientes para decirle a la gente que sólo ve en el matrimonio por la Iglesia una gala más de vanidad, que esperen, que reflexionen y que se acerquen a Cristo, que nosotros les ayudaremos en ese caminar... Muy probablemente la gente nos dirá que nos dejemos de rollos, que lo único que quieren es casarse
Los divorciados de nuestras sociedades son mayoritariamente católicos y esto nos tiene que hacer reflexionar profundamente. Cuando hablamos de un matrimonio uno e indisoluble en un mundo plural y soluble, no debemos de perder nunca de vista que el matrimonio no es una institución inventada por los hombres, sino querida por Dios. Si no tenemos esto claro los católicos, pensaremos y diremos lo mismo que los no creyentes. Pero estas claridades no tienen que ser a nivel dogmático o teórico sino una profunda experiencia de vida.
Preparar a los jóvenes para una experiencia real de Cristo resucitado y para el matrimonio es el mejor remedio contra el divorcio. Sé que esto es difícil pero no imposible. La elección del cónyuge puede ser desacertada si no se ha hecho con oración, con madurez y con discreción. Los novios van juntos a comprar el piso, a comprar los elementos de la nueva vivienda, a invitar a los amigos. Yo me pregunto cuántos novios van juntos hacia Dios... cuántos han orado juntos por su matrimonio... cuántos han discernido a la luz del Evangelio el amor que Dios ha puesto en sus corazones

Cuántos han invitado a Dios a su boda por la Iglesia...?

¿Qué es en el fondo lo que nos está diciendo el Evangelio de hoy? Que debemos de encontrar un sentido moral a nuestra vida diaria, una moral que viene desde Dios; los fallos de las situaciones en la vida es porque, probablemente, no somos todavía las personas que el Espíritu puede transformar

La vida cristiana es un constante aprender desde el amor y el sentido común. Los fallos en la vida diaria se producen para mí por tres motivos fundamentales:

- La ausencia de Dios porque le hemos desterrado de nuestra vida diaria
- La ausencia del amor en toda su amplitud y significado
- La falta de madurez tanto humana como espiritual, para tener esa buena mirada que sabe ver e interpretar lo que Dios quiere de nosotros

Se dan ustedes cuenta que muchos novios cuando se van a casar por la Iglesia, dicen a sus amigos: "si no puedes ir a la Iglesia, vete a la celebración..."; es bastante gráfica la expresión: en la Iglesia se ritualiza, algo alejado de la vida; es como un añadido sin importancia a la vida diaria. Pero donde vamos a celebrar es donde hacemos la fiesta, la alegría, donde bailamos y cantamos, donde nos deseamos lo bueno y nos felicitamos, donde reímos y soñamos juntos... Creo que el tema del divorcio entre los católicos empezará a desaparecer, cuando seamos capaces de transmitir a nuestros hermanos, que donde realmente está la fiesta es en poner a Dios por testigo del amor que se tienen y de un día a dia lleno de los frutos de Espíritu

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