viernes, 31 de julio de 2009

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Yo soy el pan de vida, el que viene a mi nunca tendrá hambre” (Jn. 6,24-35)

El mensaje de la liturgia de hoy nos llena de esperanza, pues Jesús afirma: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Mensaje que responde a las necesidades de una sociedad que, habiendo buscado la felicidad por mil caminos, está hambrienta y sedienta de espiritualidad Esta catequesis sobre el pan de la vida va precedida, como ambientación, por el relato del libro del Éxodo sobre el maná, aquel alimento milagroso que le permitió al pueblo de Israel sobrevivir en medio de las penurias del desierto. Este alimento dado por Dios a su pueblo preanuncia el alimento por excelencia, el pan eucarístico, que nos nutre espiritualmente en nuestro peregrinar por la vida.


Este texto del pan de la vida se ubica después de la multiplicación de los panes, sobre el cual reflexionamos el domingo anterior. Fue tal el entusiasmo que suscitó la acción prodigiosa de Jesús, que tuvo que esconderse porque querían hacerlo rey.
Pero duró poco la escapada de Jesús. Los que habían sido testigos de la multiplicación de los panes lo descubrieron en Cafarnaún. Y allí se desarrolla un diálogo muy interesante, sobre el cual los invito a profundizar.
Si Jesús hubiera sido un político en búsqueda de votos, se habría sentido muy complacido por el entusiasmo de sus seguidores. Sin embargo sus palabras de saludo no son las que hubiera pronunciado un político agradecido: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciar
Este comentario de Jesús nos hace reflexionar acerca de las motivaciones que tenemos para acercarnos a Dios:
- Hay personas que se acercan a Dios como resultado de una búsqueda honesta de la verdad. Después de un estudio cuidadoso y una reflexión seria, llegan a la conclusión de que el sentido de la vida se encuentra en un Ser absoluto y trascendente, que ha dado el impulso inicial al universo y que nos lo ha confiado para que lo administremos responsablemente.

- Hay otras personas que se acercan a la iglesia por simple inercia sociológica para asistir - como si fuera un teatro – a unos ritos que van marcando el proceso vital: el bautismo, la primera comunión, quizás el matrimonio, las exequias… Se trata de una religiosidad difusa, reducida a unos ritos, que no se traduce en un compromiso de vida. Es la fe superficial de los creyentes sociológicos.

- Otras personas se acercan a Dios en las emergencias, cuando sienten amenazada su seguridad ante la inminencia de un examen, una entrevista de trabajo o un problema de salud. Superada la emergencia, Dios vuelve al guardarse en un lugar simple, donde se guardan las cosas que no se usan en la vida diaria pero que pueden ser útiles algún día.

Jesús tiene claros estos puntos y es por ello que les cuestiona los motivos que tienen aquellos que lo han seguido hasta Cafarnaún. Apropiémonos de esta interpelación de Jesús y analicemos la seriedad de nuestras convicciones religiosas y éticas: ¿Es Dios nuestro interlocutor habitual con el que dialogamos cada día pues queremos obrar según su voluntad? ¿O se trata más bien de un interlocutor esporádico al que acudimos para que nos dé una mano en las emergencias?
A continuación, Jesús hace un comentario que no podemos pasar por alto. Les dice a sus seguidores: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre”. Estas palabras de Jesús conservan toda su actualidad, ya que nos exhortan a revisar nuestras prioridades:
Es fundamental que hayamos definido con claridad los objetivos que queremos alcanzar. Ser adulto no consiste simplemente en haber alcanzado la mayoría de edad establecida por la ley civil. La verdadera adultez consiste en saber qué queremos realizar en la vida y poner los medios para ello.
Tenemos que revisar nuestras agendas personales y preguntarnos si lo que estamos haciendo nos conduce a nuestra realización integral, de manera que podamos mirar con paz ese corte de cuentas que es el encuentro definitivo con Dios a la hora de la muerte.
Son muy sabias las palabras de Jesús: “No trabajen por este alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre”. No podemos interpretar estas palabras como una invitación a ser irresponsables y descuidados en nuestros deberes diarios como miembros de una familia y de una sociedad. Hay que leerlas como una exhortación a definir una clara escala de valores en un mundo asfixiado por el materialismo.

Recordemos que por la gracia del Sacramento del Bautismo fuimos introducidos en la vida de Dios, se nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo, su Iglesia, y se nos llamó a la santidad de vida. De ahí que “ser cristiano” sea sinónimo de “ser santo”, de intentar, por todos los medios, de identificarnos con el Señor Jesús. Ser cristiano no es sinónimo de pertenencia a un club de carácter social sino de pertenencia a un grupo que ha conocido al Señor Jesús, que ha entendido su mensaje y que lucha por expresarlo de palabra y obra.

Pero, ¿cómo podremos imitar a Cristo? Dónde encontraremos la energía y la motivación para ser sus testigos en el mundo? El Evangelio de hoy conecta perfectamente con la primera lectura del libro del Exodo donde el pueblo de Israel se revela contra Moisés. Esta rebelión se produce después de haber escapado de la esclavitud y en camino hacia la tierra prometida. El pueblo de Dios está cansado de caminar y tiene hambre, pero no hay con qué comer. Dios produce conocido milagro del maná con el que la multitud pudo alimentarse, recuperar fuerzas y esperanza. Del mismo modo, el nuevo pueblo de Dios, tú y yo, encontramos fortaleza y alivio en el nuevo maná, el Pan Eucarístico.

El Señor, en la Ultima Cena, instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el del Ministerio Sacerdotal con la intención de perpetuar su presencia entre los hombres hasta el final de los tiempos. No sé si los cristianos realmente valoramos el Sacramento de la Eucaristía en todo su rigor. La Santa Misa no es otra cosa que la celebración de la presencia real de Cristo en medio de sus hermanos. En ella, Jesús se hace alimento para nosotros, para así, recuperar las fuerzas perdidas, animar la fe en la prueba de la vida y ejercitarnos en el amor a través de la esperanza y de la caridad mutua.

Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Acerquémonos confiados a Jesús, pan de la vida. En Él encontraremos la respuesta a todos nuestros interrogantes y en Él saciaremos todas nuestras insatisfacciones porque Él es la plenitud de la verdad y el amor. “El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”

No hay comentarios.: