viernes, 6 de marzo de 2009

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Jesus sube con nosotros nuestras montañas
Mc. 9,2-10

La escena del Evangelio de este domingo transcurre en lo alto de una montaña. Jesús se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan. Jesús se llevó a los tres y subió con ellos solos “a una montaña alta”. Subir una montaña es un ejercicio fuerte.
Físicamente nos puede dejar extenuados, es un verdadero esfuerzo en el que la persona da todo lo que tiene. Incluso más de lo que ella misma piensa que tiene. De hecho, cuando se vive esa experiencia de agotamiento, aunque parezca increíble, se sigue caminando, se sigue adelante. Y se termina llegando a lo alto. Agotados, sin fuerzas, sin aliento, la persona se detiene por vez primera sabiendo que no hay más subida, que se ha terminado. Entonces, se contempla por primera vez la montaña, el paisaje, la altura. Todo se ve de otra manera. Es como si la subida hubiese supuesto una auténtica purificación. Por el camino se ha ido dejando todo lo que nos hacía difícil la subida. Desde lo alto se puede contemplar lo que desde abajo no se ve.
Es posible que muchos sintamos no haber tenido una experiencia de transfiguración como la de los apóstoles. Pero también es verdad que a muchos se nos ha olvidado que seguir a Jesús tiene mucho de subir a una montaña, que ser cristiano es un camino de exigencia, de entrega, de negación de uno mismo, para lanzarse a tope a la construcción del Reino aquí y ahora. Se nos ha olvidado que hay momentos muy duros en los que seguir amando y servir a los demás es una experiencia muy dura y difícil. Pero precisamente ahí es donde se demuestra la fuerza de la fe.
Cuaresma es tiempo de ponernos serios con nuestra vida cristiana. Hay que mirar de frente al camino, reconocer que es cuesta arriba y ser conscientes del esfuerzo que vamos a tener que hacer si queremos llegar a la meta. Vale la pena. Desde arriba, al final del camino, comprenderemos el sentido de muchas situaciones y encuentros a los que hoy no se lo vemos. Arriba veremos a Jesús transfigurado, resucitado. Y miraremos alrededor y veremos la belleza de la creación transfigurada en Reino. Entenderemos y sentiremos lo que hasta entonces habrá sido en muchos momentos apenas una esforzada y agónica afirmación de fe: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” Nos reiremos de nuestros miedos y nuestras dudas. Y sonreiremos llenos de alegría. Pero ahora estamos en el camino. Es tiempo de darlo todo. De dar la vida y de entregar lo que nos resulta más querido. El ejemplo de Abrahán, que se entrega a sí mismo en la entrega simbólica de su hijo, nos tiene que animar a seguir adelante. Aunque estemos tan cansados que no tengamos fuerza para levantar la vista.
Ser cristiano es vivir la entrega del amor, construir fraternidad allí donde reina el odio, el desencuentro, el egoísmo y tantas otras formas de muerte. Seguir a Jesús es servir a la vida y así construir el Reino de Vida para todos. Ser cristiano es avanzar cuesta arriba, es servicio, entrega y sacrificio, es lucha contra las fuerzas del mal y la muerte. A veces, en el camino se pierde el resuello, no se ve el sentido de lo que hacemos, pero creemos, estamos convencidos de que vale la pena. Todo por el Reino, por la Vida de todos y para todos

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