viernes, 8 de agosto de 2008

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

ANIMO, SOY YO, NO TENGAN MIEDO.
El evangelio de este domingo es una continuación del evangelio que leímos la semana pasada, Jesús continua su obra de amor en medio del pueblo de Israel, El, ha dado de comer a una gran multitud que le seguía, luego de esta multiplicación de panes y pescados, insta a que sus discípulos se embarquen y se adelanten a la otra orilla del lago de Genezaret o mar de Galilea como se le conocía así, por ser tan grande. Mientras tanto él se retira a un lugar a parte a orar, siempre me ha parecido impresionante la amistad que Jesús tenía con su Padre, una amistad de amor de hijo, donde el dialogar con su padre es más importante incluso que sus mismos discípulos, a eso le llamamos oración, oración confiada; Jesús antes de cualquier cosa, dedicaba su tiempo a estar con su padre; si los seres humanos tuviéramos un trato cercano con Dios venceríamos muchas barreras en nuestra vida.
Nos cuenta el evangelio que bien entrada la noche, cuando la barca iba muy lejos de tierra, ya en el centro del mar, la barca se comienza a agitar por un viento huracanado, por una tormenta, estaba siendo agitada por una tempestad desconcertante que casi la hunde; este pasaje lo compara con nuestra vida cotidiana, navegamos por este mundo y sin darnos cuenta distraídos nos adentramos en el, por el dialogo y el ruido ensordecedor, nos olvidamos del maestro, seguramente los apóstoles se olvidaron de Jesús y se acomodaron en la barca, somos iguales, cuando llevamos una vida muy cómoda nos olvidamos de Dios rotundamente, entonces sobrevienen las tempestades y las grandes tormentas, y cuando estas llegan nos asustamos, tenemos miedo y nos sentimos solos, cuando de repente se presenta en medio de las tormentas una silueta desconocida, - quien dice que en medio de las tormentas no está Dios para auxiliarnos, quien a dicho que Jesús no camina en medio de la tempestad a auxiliarnos, - el problema es que cuando se presenta lo confundimos con un fantasmas, y como lo vemos como un fantasma le tememos, y en vez de acercarnos y preguntarle, quien eres, que es esa silueta que parece un fantasma, nos quedamos con nuestros propios juicios, y decimos, es un fantasma y luego remamos más adentro de la tormenta, y posiblemente perecemos; los apóstoles gritan de miedo, pero tienen confianza, saben escuchar las palabras que Jesús les dice, reconocen su voz, creen ver un fantasma, dudan, pero reconocen un poco su voz, Jesús les habla con serenidad, les dice “Animo, soy yo, no tengan miedo” Animo, no te hundas, animo no vaciles en este momento no estás solo, animo que la tormenta va a pasar, animo que ya amanecerá, animo que las lagrimas de la tempestad se secaran, animo los problemas no son eternos. Pero Pedro interrumpe el comentario y añade “Señor, si eres tu mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas” Jesús le contesta con serenidad “Ven” Pedro cuestiona al maestro y él lo entiendo, pero Pedro tiene más miedo que confianza, porque ve más la oscuridad que a Jesús, se fija mas en el viento que sopla que en El, todos los seres humanos somos iguales, nos fijamos más en la tormenta que vivimos que en el maestro que nos grita Animo!!! Tu puedes hacerlo, que increpa a caminar sobre la tormenta, que nos increpa a vencer la tempestad, cuando siente que se esta hundiendo, le grita con pánico ¡Señor Sálvame!, me imagino que Jesús riéndose le dice ¡Qué poca fe!, y extendiendo la mano lo agarró y le dijo ¿Por qué has dudado? Que similares somos a Pedro con la poca fe, pero que di
ferentes a él para pedir auxilio al maestro, que diferentes a él, porque muchas veces no le hablamos al maestro, a veces ni siquiera le volvemos a ver para darle nuestra mano para que la tome, no tenemos fe, nos falta fe, sin embargo después que nos salva nos pregunta también ¿Por qué has dudado? Y como Pedro nos quedamos callados ante el milagro… cuantas veces nos ha preguntado ¿Por qué has dudado? Y aun hasta el día de hoy continuamos dudando de su misericordia y ayuda continua, y al final lo toma de la mano y suben juntos a la barca y dice el Evangelio que el viento y la tempestad amaino, se termino, y es que es lógico, cuando Jesús sube a la barca de nuestra vida, todo viento huracanado, tempestad o miedo desaparece. Porque no tomamos la mano del maestro y lo subimos a nuestra barca, en vez de dudar de su amor. Pero esa es nuestra decisión.

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