jueves, 4 de octubre de 2007

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.


LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.

¿Qué es la virtud de la esperanza?
“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Heb 10,23). “El Espíritu que El derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tit 3,6-7) (Catecismo de la Iglesia Católica, 1817). Podemos entender entonces que, la virtud de la esperanza al igual que las demás virtudes teologales, “ha sido infundida por Dios en el alma de cada fiel cristiano para hacernos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1831). Fíjese bien que el tener esta virtud no depende de nosotros sino que es un puro don del Señor en nuestras almas; lo que sí depende de nosotros, de alguna manera, en cuanto que exige de nuestra colaboración personal, es el hacer que esta virtud crezca en nuestras vidas. Y aquí un punto muy importante: ¿Por qué muchos cristianos viven tristes, deprimidos, amargados y sin ninguna esperanza? ¿Será que Dios no ha infundido, sembrado en ellos la virtud de la esperanza que les tendría que hacer aspirar al Reino de los cielos, y ha vivir felices aun en medio de todos los problemas de la vida? en estos casos el problema no es de Dios, sino de cada persona que en vez de poner su confianza en las promesas del Señor ha preferido mejor apoyarse en sus propias fuerzas, y no en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. Es muy fácil encontrar cristianos que viven desesperanzados por un problema familiar, por cuestiones de salud, porque la vida esta muy cara, por la situación que se vive en el país; y a veces, esa desesperanza se filtra aun entre quienes participan activamente en la vida de la Iglesia por problemas que de repente surgen dentro de la misma comunidad cristiana pero, ¿será verdaderamente todo lo anterior, la raíz última de la desesperanza que viven muchas personas? Claro que no, la raíz última de la desesperanza en nuestra vida no tiene su origen en los problemas que nos rodean ni siquiera en nuestros propios pecados sino, en el hecho de no habernos encontrado todavía realmente con Aquel que “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10,10); San Agustín es el que nos ha dicho: “Nos hicisteis Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto mientras no descanse en Ti”. Hermanos y hermanas, es bueno entender que: “Si la desesperanza penetra en nuestro corazón es porque ha encontrado en él un lugar donde anidar, una complicidad; si la desesperanza nos vuelve agrios o malos, es porque nuestro corazón esta vacío de fe, esperanza y amor” (Jacques Philippe, La Libertad Interior p.85).

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