'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'.
Lucas 16, 19-31
Lucas 16, 19-31
El evangelio de este domingo XXVI del tiempo ordinario es impresionante e interesante, porque nos muestra con crudeza y claridad lo insensatos que somos para apoderarnos de lo poco que tenemos, y creernos diferentes y mas importantes por lo que somos, desgraciadamente hemos construido nuestro mundo de esa manera, y lo hemos camuflageado con falsos sueños y expectativas.
Nuestra vida terrena está llena de divisiones de todo tipo. Los seres humanos hemos dividido el planeta que Dios nos ha dado. Hemos creado fronteras, levantado muros, colocado banderas... todo ello para ser y sentirnos diferentes. Esta división es la que crea conflictos entre nuestros adentros y en nuestra relación diaria con el mundo. Dios nos ha dado un solo mundo para una única humanidad; nosotros en nombre de la diversidad, de la justicia o de lo que sea, nos hemos encargado una y otra vez de marcar las diferencias. Los primeros cristianos y los Santos Padres encararon este tema y nos dejaron vidas ejemplares y páginas magníficas sobre el derecho de los pobres y la justicia que emana del Evangelio.
En la relaciones humanas hemos hecho lo mismo. Nos hemos inventado las familias y apellidos importantes y los escalafones sociales para dejar bien claro que no somos iguales; que "yo valgo más que tú..."
¿Qué nos dice Jesús sobre estas artificiales diferencias? ¿Qué nos propone para recomponer la unidad que a lo largo de los siglos hemos fragmentado?
El Evangelio nos trae una parábola donde se destaca una de estas diferencias sociales. Nos habla de un pobre y de un rico, ambos en esta vida y en la otra.
Los judíos pensaban que la prosperidad material era una señal más que evidente de la bendición de Dios. Los pobres eran unos malditos. No tenían nada, ni siquiera —según ellos— ni la bendición de Dios.
El mensaje de Jesús se predica especialmente a los pobres y en ellos tiene su profunda resonancia. No es que se descarte a los ricos del camino de la salvación ya que Jesús no les censura su riqueza sino la falta de compasión hacia los pobres. La falta de compasión sea en un rico o en un pobre es muestra de un rechazo hacia el amor de Dios. La compasión es uno de los certeros caminos para llegar a la salvación.
Lázaro aparece como un hombre mísero en todos los aspectos de su vida: no tenía salud, ni comida, ni casa, ni amigos, ni abrigo alguno. Sólo tenía la esperanza de que algo sobrante saciara su indigencia. En nuestras sociedades hay muchas personas que viven esta misma realidad. La pobreza se ha vuelto parte de sus vidas y convive con ellos. El drama de la pobreza no es solamente las necesidades de todo tipo sino que en el pobre incluso se llega al extremo de la indigencia, cuando se da cuenta de que por sí mismo no sabe salir de su pobreza. No hay mayor pobreza que no saber salir de ella.
El Evangelio es una invitación a salir de la pobreza en todas las formas que aplastan al ser humano. No vale aquello de "tú sufre en esta vida que en la otra serás feliz..." Mas bien nos tenemos que mover en "...porque tuve hambre y me diste de comer..."
Para los cristianos el tema de los pobres es central. Sentirse pobre es reconocer que Dios tiene en nuestra vida la totalidad de nuestra salvación. No confío en lo que he podido acumular, no me fío de lo que he podido aprender. Todo es para ponerlo al servicio de los más menesterosos para llegar juntos a unas sociedades más justas y humanas. Los seres humanos de todas las épocas siempre hemos tenido un déficit de humanidad, de ahí que el Evangelio nunca pierda actualidad.
Otro asunto no menos importante es la actitud que tenemos los cristianos para con los más pobres. Veamos algunos tipos de cristianos y cómo se sitúan ante este tema:
Cristianos de "la otra vida": los pobres lo pasarán bien en la otra vida; por eso da igual las desigualdades que tengamos en esta... El Evangelio es un mensaje personal que no tiene por qué repercutir en el exterior... Si yo me salvo para qué me voy a complicar la vida... Son alérgicos a los pobres.
Cristianos "de ruina y devastación": en algunos la pobreza ya no se ha vuelto un enemigo a combatir sino una obsesión, en ocasiones enfermiza obsesión. Condenan todo y a todos. Viven sin paz interior. Están todo el día atacando desde su estrechez mental a los otros que no piensan igual. El Evangelio es una revolución inalcanzable que sólo les produce amargura y enfrentamiento. Son alérgicos a los ricos.
Cristianos según las Bienaventuranzas: al lado de la complicidad personal de vida está la esperanza y la alegría. No condenan sino que invitan a unos y a otros a la salvación. Su vida es como la de Jesús: acoge a unos y a otros sin discriminación sino con amor. Todos están llamados a la conversión y a participar en el Reino.
Jesús no condena la riqueza en sí sino el uso que se hace de ella; condena el egoísmo que nos impide llegar a caminos de solidaridad. Zaqueo el rico se salva en su encuentro con Jesús y devuelve a los pobres con creces lo que de ellos tomó.
Quien está muy apegado a las riquezas (dinero, prestigio, seguridades de tipo intelectual, poder, el creerse que se tiene el monopolio del Evangelio...) no puede percibir el camino del Reino de Dios. Los pobres, los que son capaces de desprenderse de sus distintas riquezas y ponerlas al servicio de los demás, son los que están más disponibles a aceptar y vivir la fe.
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