Los católicos celebramos hoy una fiesta muy entrañable con sabor a madre. Creemos que la Virgen María está en cuerpo y alma en el cielo.
Creemos que María ha entrado en la gloria no sólo con su espíritu, sino totalmente con toda su persona, detrás de Cristo, como primicia de la resurrección futura.
Si acompañó a su hijo desde el primer momento, ella es la que ha disfrutado de la realidad de su gloria en plenitud también desde la realidad de la resurrección de su Hijo.
No la endiosa pero sí que deja bien claro su lugar y su papel en la fe. María fue bendecida por su disponibilidad y su aceptación a la voluntad de Dios.
Recorramos hoy este evangelio de alabanza y profecía.
María es la Madre del Hijo de Dios y esto no le lleva a creerse más que nadie sino a aceptar lo que Dios hace en ella. El Todopoderoso hace obras grandes en ella porque es capaz de aceptar con serenidad su presencia. Ante la invitación de Dios ella supo contestar con un rotundo sí.
Miremos nuestra vida y descifremos la voluntad de Dios para con nosotros, para con nuestra familia, amigos, trabajo, Iglesia... cada paso que damos en la vida tiene que estar marcado por la presencia de Dios.
Pobre del cristiano que no sepa cuál es la voluntad de Dios y que nunca quiera aceptarla.
María ha creído, lo que significa, que creer en la Palabra de Dios es estar seguro de que esa Palabra no puede fracasar. Quienes experimentan en sí mismos la Palabra de Dios que se cumple debe animar a otros a esperar en ella.
Muchos cristianos tienen una fe raquítica y estéril porque no está regada por la Palabra de cada día, una Palabra dicha hoy para mí. Puede que en nuestra catequesis nos esforcemos mucho por transmitir a los niños tantas y tantas cosas que puede ser que nos olvidamos de reforzar la presencia de la Palabra de Dios.
Siempre pienso que debemos ser transmisores de esa Palabra que aunque fue dicha hace siglos sigue hoy más vigente que nunca. La Palabra hoy no es un eco. El eco muchas veces llega cuando ya la realidad ha cambiado.
La Palabra está dicha hoy para mí, para mi mundo, para la realidad donde vivo. María supo entender esto. Cuando acoge la Palabra lo hace desde su realidad y por eso cambia su vida. Si nos limitamos a oír la Palabra nunca se obrará en nosotros el cambio de vida.
La fe de María le lleva a proclamar un cántico de alabanza:
- "Mi alma alaba la grandeza del Señor". No es mi grandeza la que es alabada sino la grandeza de mi Dios. ¿Descubro yo las grandezas que hace el Señor en mi vida? ¿Soy capaz de descubrir la presencia de Dios en mi vida de cada día?
- "Dios mi Salvador". ¿De qué te salva el Señor hoy en tu vida? ¿Confías plenamente en la salvación que el Señor trae?
- "Su humilde esclava". ¿Cómo es la actitud que tenemos ante los dones y gracias que Dios nos ha dado?
- "Desde ahora me llamarán siempre dichosa". En María, Dios ha mostrado su favor hacia la humanidad entera y por ello todos tendrán a María siempre presente en todas las generaciones.
El cántico continúa haciendo un recorrido por la misericordia, la humildad, los hambrientos, las promesas que Dios había hecho...
Lo que nos está diciendo es que para poder aceptar a Dios necesitamos esas actitudes de quien necesita no del que da. Ojalá nuestro cristianismo de hoy esté muy cerca de esta cántico de alabanza.
Da pena ver como muchos hermanos y hermanas en la fe están permanentemente en lo que llamo "la pastoral de la queja". Están todo el día quejándose de la Iglesia, de los demás, de la realidad en la que se mueven. Quien ama mucho se queja poco. Aprendamos de las actitudes que María supo mantener en su vida para con Dios, por ello la Iglesia nos la ofrece como modelo fiable en el camino hacia la Vida. María abarca esas dos maternidades: la de Jesús y la nuestra. Aprendamos lo que nos enseña nuestra madre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario