Hoy nos encontramos a Jesús camino de Jerusalén. Un camino de encuentros y de desencuentros ante su persona.
Los samaritanos no quisieron recibirle y Santiago y Juan proponen a Jesús el bajar "fuego del cielo" para acabar con ellos; pero Jesús los reprende. Aún hoy muchos cristianos tienen esa misma reacción. Creen que no aceptar la presencia de Dios por parte de muchas personas es motivo más que suficiente para ser exterminados tanto espiritual como materialmente. Menos mal que Dios no es así. Jesús les reprende por su celo destructor más que por su celo evangelizador. Evangelizar es siempre invitar nunca imponer ni muchos menos condenar.
Los grandes retos que nos pone la sociedad actual nos pueden hacer llevar a reaccionar como Santiago y Juan. Un buen método para no llegar a soluciones drásticas y a sufrir interiormente es rezar sinceramente por quienes creemos alejados de Dios. Nuestra oración le vendrá bien al alejado y también a nosotros.
Muchas personas que se enfadan por la actitud indiferente o antirreligiosa de su prójimo, no se dan cuenta de la imperfección que albergan en su propio corazón. El Espíritu de Jesús es el Espíritu del amor, no del rencor, el odio o la violencia. Tenemos que pedir al cielo paz y amor en lugar de violencia y fuego. Cristo vino para acabar con la enemistades no para fomentarlas.
En el camino nos encontramos con tres invitaciones al seguimiento de Jesús. Cada una de estas propuestas representan un aspecto de la condición humana:
- Primer personaje: La excesiva seguridad en uno mismo.
El primero es un hombre que se ofrece a Jesús para "seguirle adondequiera que vaya". La respuesta de Cristo es un tanto desconcertante. Le dice que el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza... Ante un proyecto le responde con una realidad. Jesús no tiene grandes medios e invita a sus seguidores a que tomen ejemplo. Podemos pensar que la evangelización necesita grandes derroches económicos o intelectuales o teológicos y eso no es cierto. Los que han transformado y purificado a la Iglesia son los que supieron seguir a Cristo y asumir su realidad. Este primer hombre no ha calculado sus fuerzas y se invita a hacer un seguimiento un tanto a la ligera. El Evangelio no nos dice si al final siguió a Jesús.
La vocación no es una opción que yo hago por mi cuenta y riesgo prescindiendo de cualquier otra referencia. La vocación es siempre una respuesta a una llamada.
- Segundo personaje: El apego a los afectos.
El segundo personaje es llamado por Jesús: "Sígueme". Esa palabra que había movido a otros parece que también le llega, pero pone condiciones:
"Déjame ir primero a enterrar a mi padre." El Maestro no le da el pésame, no le acompaña en el sentimiento; por el contrario, le invita a "dejar que los muertos entierren a sus muertos". ¿Qué significa esto? ¿No son acaso los propios mandamientos quienes nos proponen el respeto a los padres? ¿Cómo Jesús puede decir eso?
Nuestro hombre lo que hace es anteponer una realidad al seguimiento. No es que tengamos que alejarnos de nuestras familias o no quererles. Dios es un Dios de amor. Lo que puede ocurrir es que cuando damos prioridad a nuestras relaciones familiares podemos apartarnos del camino con mucha facilidad. Si la familia se nos vuelve un serio obstáculo para el seguimiento tenemos que seguirles queriendo pero teniendo un claro planteamiento de nuestras prioridades. Si nuestra familia no es creyente podemos caminar con ellos humanamente y quererles de verdad, pero sabemos que no son partícipes del proyecto de Jesús.
La familia a la que Jesús nos invita es aquella donde está nuestra familia carnal pero también nuestra otra familia espiritual. La Iglesia es la familia de Jesús.
- Tercer personaje: El apego al pasado.
Quiere seguirle pero primero quiere despedirse de los suyos.
El que está arando en el camino de la fe tiene que tener puesta la mirada hacia adelante no hacia atrás. Si miramos siempre para nuestro pasado los surcos de la fe y de la evangelización no saldrán rectos. La vida cristiana será siempre o un anhelo para superar el pasado o una lucha constante porque nuestro pasado no se haga presente. Seguir a Jesús es pacificar y asumir con serenidad nuestro pasado. Tenemos que aprender a mirar el pasado sin dolor.
Las respuestas de Cristo son para nuestros personajes una nueva alternativa. Hay otra manera de vivir por encima de nuestros proyectos sobre Jesús. Ser cristianos es abandonar nuestros apegos y escuchar y poner en práctica las propuestas del Maestro.
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